Un
discípulo no es meramente uno que aprende, sino un partidario; de ahí que se
les mencione como imitadores de su maestro (Jn 8.31; 15.8.).
El Discípulo de Jesús debe tener conciencia que es
parte del Cuerpo de Jesucristo, (Ef. 1:22-23), e integrante de la iglesia de
Cristo (Ef. 5:30). Jesús enseñó metafóricamente que su Cuerpo es un Templo (Jn.
2:19-21), como la principal piedra angular “en quien todo el edificio, bien coordinado, va
creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros
también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.” (Ef. 2:21), en este sentido metafórico se debe
interpretar los pasajes relacionados a la iglesia y los creyentes como templo.
Debido a lo anterior, las Escrituras hacen mención del Templo terrenal y el Templo espiritual en forma diferente, son muchos los creyentes que interpretan mal los textos sagrados en relación al tema. Se debe tener en cuenta con respecto a las cartas de Pablo en especial la segunda carta de Tesalonicenses, aun existía el Templo de Jerusalén, es por eso, que el Apóstol tuvo el cuidado siempre mencionar cuando se refería al Templo espiritual o al material, en sus escritos.
Tomando como referencia las palabras de Jesús en Juan 2:19-21: “Respondió Jesús y les dijo:
Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En
cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo
levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo.”, el mismo Juan se encargó de clarificarlo que se refería al cuerpo de
Jesús como Templo, lo mismo sucede con los escritos de Pablo, por lo tanto, la interpretación debe estar sujeta a la
intencionalidad del mismo Apóstol, revisemos tos textos que se relacionan con
el templo espiritual en el verdadero discípulo de Jesús:
1. En 1 Corintios 3:16: “¿No
sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”.
2. En 1 Corintios 3:17: “Si alguno destruyere el templo
de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois
vosotros, santo es.”
3. En 1 Corintios 6.19: “¿O
ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en
vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”.
4. En 2 Corintios 6:16: “¿Y qué acuerdo hay entre el
templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente,
como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos. Y seré su Dios, Y ellos
serán mi pueblo. “.
5. En Efesios 2:20-22: “edificados
sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del
ángulo Jesucristo mismo, en quien
todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el
Señor; en quien vosotros también
sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.”
Analizando los textos mencionados
podemos deducir que
a. El discípulo debe estar en cabal
conocimiento que es Templo de Dios.
b. En el discípulo mora el Espíritu de
Dios.
c. Si el discípulo destruye el Templo
de Dios, Dios lo destruirá; debido a que el templo es santo.
d.
El
discípulo debe tener la convicción de que es templo del Espíritu, él cual está
en él, que lo tiene por Dios, que no es por voluntad de él, se ha unido al
Señor, un espíritu es con él (1 Co.
6:17)
e.
Entre
el discípulo y Dios existe un vínculo inseparable de comunión, relación,
intimidad y unión.
f.
El
discípulo tiene la obligación moral de edificarse en el conocimiento de Dios,
la doctrina de Jesucristo.
g.
El
discípulo tiene la obligación de crecer para llegar a ser un templo santo en el
Señor, morada de Dios en el espíritu.
El creyente genuino debe siempre de tener cuidado
con el accionar de su vida personal, con respecto a sus hechos y sus dichos, a
no cometer alguna imprudencia que lo margine de la familia de Dios, para eso
debe seguir el camino de la perfección, como instaba el autor de la carta de
Los Hebreos (6:1), o Pablo en 2 de Corintios (6:11).
El Espíritu Santo nos enseña y revela las cosas de
Dios, solo aquellos “que han alcanzado madurez” (1 Co. 2:6) y han consagrado su
vida a las cosas espirituales. Cristo perfecciona a los santos para los
diferentes ministerios y edifica su cuerpo, hasta lograr la plenitud de Cristo.
(Ef. 4:11-16) a los que son dignos a la vocación de su llamado (Ef. 4:1).
Por lo tanto, no debemos andar en la vanidad de
nuestra propia mente, sino conforme a la renovación espiritual que hace el
Espíritu en nuestras vidas, cuando nacemos para Cristo. Más bien, profesando la
verdad en el amor, debemos crecer en todo hacia Cristo, que es la cabeza del
cuerpo.
Juan Salgado Rioseco
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