lunes, 26 de diciembre de 2016

La Música, para glorificar a Dios.

La Música es un medio de adoracion, para glorificar a Dios, por lo consiguiente debemos utilizar este medio con acción de gracias y devoción, para ques ea grata delante de Dios.

Los hijos de Dios hemos usado la Música como un medio de adorar o agradecer al Eterno desde tiempos remotos. En los tiempos Pre-diluvianos, Dios dotó a algunas personas, con habilidades para la música. En Génesis 4:21, un hombre llamado Jubal, lo dotó de habilidad para tocar “arpa”  y  “flauta”. David, Rey de Israel, fue dotado por Dios como uno de los músicos más completos de que se tiene noticias.  Inventor de instrumentos musicales, compositor de música sacra, poeta de himnos dedicados al Padre Celestial. Además de eximio ejecutante de los instrumentos musicales que inventaba. Un ejemplo de su calidad como poeta es el precioso salmo 139. y el 135.. De hecho la palabra Salmo, significa Canto.

  Lo desalentador, fue que la música de los salmos contenidos en la Biblia, melodías con que los Israelitas entonaron con adoración y alabanza no llegaron hasta nosotros debido a que no habían inventado un código escrito para representar los sonidos de la música, como nosotros lo tenemos en el día de hoy.  todo se transmitió en forma oral, siendo difícil conservar las melodías originales. 

Los siglos XVIII y XIX fueron para el evangelio, tiempos ricos en melodías llenas de significados sagrados. Una himnología emocionante, plena de sincera alabanza y adoración. Creadas por compositores cristianos de corazón, y verdaderos profesionales de la música. De coleccionar estos verdaderos Himnos de adoración y alabanza a nuestro Padre Celestial, nacieron los himnarios en diferentes idiomas para uso de las congregaciones evangélicas.

A partir de la segunda mitad del siglo XX, empezaron a aparecer cantantes evangélicos de tipo popular.  Que llevados  por la ambición de más popularidad y más ingresos económicos, usaron y abusaron de la cinta magnetofónica para grabar con sus voces melodías populares algunas copiadas de canciones del ámbito mundanal y otras creadas por ellos mismos, en que las melodías no concordaban con los temas religiosos expresadas por las letras.

Las melodías, en su mayoría, resultaban muy vulgares, porque eran compuestas por personas sin mayor conocimiento de la teoría musical. De ese modo se empezó a perder en la música el sentimiento de adoración y alabanza al Creador, como se encuentra expresada en la música sagrada tradicional o clásica.
  
  A esto se agregó que algunas congregaciones evangélicas pequeñas, dirigidas por líderes sin doctrina cristiana, empezaron a usar esas “canciones”, que ni siquiera eran  “HIMNOS”, Los himnos tradicionales, pletóricos de música sagrada, comenzaron a desaparecer y en la actualidad hay congregaciones que se han olvidado totalmente del himnario. La tendencia de comercial, la fama, ha absorbido los propósitos de alabar a Dios a través de la música: sólo para Gloria de El. 



MÚSICA  SAGRADA 
   
  La música en general, cuando está bien construida, expresa con mucha exactitud los sentimientos humanos; así por ejemplos: adoración, alegría, amor, calma, dolor, dulzura, entusiasmo, ira, miedo, muerte, patriotismo, pena, ternura, tormenta, religiosidad, y etc. etc.

  La inmensa cantidad de diferentes instrumentos musicales, ayuda para dar una expresión aún más exacta a los sentimientos que el alma del hombre siente.

Vivaldi: Las cuatro estaciones.
La marcha fúnebre.
La marcha nupcial
Rapsodia húngara Nº 2 de Franz Lizt. .
Firmes y adelante de A. S. Sullivan
Santo, Santo, Santo,  de J. B. Dykes
Nunca Dios mío, de F. F. Fleming.

Las orquestas sinfónicas expresan maravillosamente todos estos sentimientos, porque usan todos los instrumentos habidos. Por otra parte, la música es universal. En todo el mundo usamos los mismos signos musicales; sin embargo, como las personas de cada nación tienen su propio carácter y costumbres, la música se diversifica; y después de un estudio nos vemos en la necesidad de “clasificarla”, por naciones, por sentimientos, por costumbres, por épocas, etc. Antigua, clásica, contemporánea, selecta, sagrada folclórica, típica nacional, popular, bailable, etc.

 Otro asunto que debemos tomar en cuenta con la música, es que ésta expresa  la “espiritualidad” y la “carnalidad” a la vez.
   
La expresión ESPIRITUAL de la música, está en las  ARMONÍAS.    
Nosotros los Hijos de Dios, podemos percibir esto, muy claramente en nuestros himnos
  • Santo… Santo… Santo… Señor Omnipotente.  (Expresa un profundo sentido espiritual)
  • El que habita al abrigo de Dios. (expresa ternura)
  • Nunca Dios mío cesará mi labio- (expresa dulzura)
  • Confío yo en Cristo, (expresa ternura)


LA EXPRESIÓN CARNAL, está expresada por el ritmo. Toda música rítmica excita a mover el cuerpo, el lado carnal del ser humano.
  • vea la diferencia de ejecutar el himno "El que habita al abrigo de Dios", en las dos formas, y verá la diferencia. .
  • el imitar el ambiente festivalero musical, dentro de los cultos, pierde el sentido de adoracion y exaltacion a Dios.
  • la exageración en amplificar la música, en vez de producir un ambiente agradable de adoración, produce sentimientos adversos.

Debemos tener en cuenta, que a través de la música dirigida a Altísimo, expresamos nuestros sentimientos de adoración al Dios que nos creó, la gratitud por lo que hace con  y en nosotros, y los propósitos de retribuir a través de la exaltación, nuestros deseos de servirle. Nuestra música debe alcanzar los atrios de Dios y no complacer solo los oídos del hombre.
Juan Salgado Rioseco.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Las convulsiones generacionales en el interior de la Iglesia


Una convulsión, es una perturbación violenta, por causas ideológicas o sociales, de la vida de una comunidad.
Está enraizada la idea implícita que la Iglesia no sufre con los cambios sociales que se producen en su entorno, y usan como argumento idealista que la Palabra de Dios no cambia, ni muta, debido a que permanece para siempre en forma inalterable; manteniendo sus formas de acuerdo a lo que han recibido y adecuado a la forma de pensar y preparación de sus Líderes jerárquicos. Sin embargo, muchas de estas posturas conceptuales no tienen un asidero lógico, ni menos espiritual; debido que confunden los principios primarios de las enseñanzas bíblicas con los dogmas o normas que se han establecido para sustentar el aparataje estructural de la organización.
Han omitido que los miembros de cada comunidad son hijos de su sociedad, nacido, crecido, educado, instruidos para vivir y otros para sobrevivir en el sistema social imperante; sus complejidades o elementos interrelacionados son diversos y muchos de ellos antagónicos a la posición y pensamiento de la Iglesia de Dios en Cristo Jesús; es aquí donde se producen las graves perturbaciones, en especial las que se originan por los ideales conservacionistas versus los vientos de cambios de nuevas generaciones, mejor preparadas con mayores capacidades y medios para enfrentar la convulsiones sociales provenientes de una sociedad cada vez con mayor influencia agnóstica, a la vez de Seudos humanistas cristianos.  
Una de las mayores debilidades o falencias de las comunidades religiosas son las nuevas generaciones. En muchas oportunidades hemos oído que “Los jóvenes son el futuro de la Iglesia”, sin embargo, no existe una estrategia formal, metódica y sustentable en el tiempo en el área del discipulado, capacitación y orientación para que enfrenten con éxito sus responsabilidades, ni el generamiento de espacios donde se puedan desarrollar, se potencien y maduren en armonía con el resto de los miembros. Producto de tal situación, es la falta de renovación y reemplazo de sus estamentos dirigenciales en forma natural y armónica, tal situación, trae consigo la falta de la sucesión establecida en las Escrituras, imponiéndose la sucesión nepotista circunstancial en desmedro de la meritoria espiritual.
Es habitual que el centro, de las críticas, sean los jóvenes por su desplante en la forma de servir a Dios, a los más avanzados en edad nos produce contrariedad en varios aspectos: su forma de ser, las modas que usan en su vestir, la forma en que se comunican y hablan, las actitudes que toman para enfrentar sus problemas, su forma en practicar la adoración a Dios; pensamos que la iglesia está siendo profanada por las nuevas generaciones, no falta quien exclama “la iglesia ya no es la misma” o “nosotros no éramos así”, “se ha perdido la santidad”. Nos enfrentamos a cambios profundos y radicales, que aceleraran los conflictos entre las generaciones en el interior de las diferentes comunidades cristianas.
¿Cómo enfrentar los cambios actuales y los que se avecinan? ¿Los diferentes Liderazgos están capacitados para sortear en forma idónea estos cambios? Pareciera que la mayoría de las comunidades cristianas, en especial las pentecostales, conservan una organización autoritaria, conservadora de normas o dogmas religiosos, (tipo Diotrefes) que excluye a las inquietudes juveniles, más bien las confrontan y tensionando las relaciones entre los adultos y jóvenes.
Como cristianos, esta tensión nos afecta más porque sentimos el deseo y la responsabilidad de preservar la fe. Nos preguntamos, ¿si la nueva generación cambia la música, la moda, el hablar, el estilo de adoración y los tabúes, van a destruir por completo la fe? ¿Cómo pueden llamarse cristianos si no se parecen a nosotros? Y lo peor, sospechamos que tampoco piensan como nosotros. Resulta fácil olvidar que la nueva generación no tiene exactamente la misma cultura que la anterior. En el proceso de traspasar las responsabilidades de liderazgo, debe producirse el dialogo, basado en los principios primarios de la fe, con el objeto de reafirmar los fundamentos que sostienen la Iglesia de Cristo.
Los principales puntos de divergencia entre generaciones pueden ser variadas, mencionaremos algunas, para darnos cuenta el conflicto cultural entre los adultos versus jóvenes que se presentan en las iglesias:
En primer lugar, la guerra de los sexos, el machismo y la liberación femenina, se enfrenta con mayor o menor énfasis de acuerdo a los niveles sociales y los estratos económicos componentes de las diversas comunidades; situación producida por el resultado de interpretaciones erradas del mensaje bíblico, la transmisión de muchos dogmas orales que influencia la cultura religiosa Pentecostal. Aunque en algunos aspectos ha variado la situación debido a la participación activa en el mundo laboral de la mujer, que conlleva la participación del hombre en los roles que antes eran de exclusividad femenina. La conducción equilibrada y un liderazgo maduro que sepa reaccionar a tiempo a los cambios en esta índole de confrontación de los sexos, debe ser una de las premisas en el manejo de las diversas comunidades.
En segundo lugar, la liberación sexual cada día más liberal de los jóvenes y los cambios de roles que están asumiendo las jóvenes. En una sociedad donde los valores se han ido perdiendo en pro del placer hedonista. Muchas veces no comprendemos las enormes presiones y tentaciones a las que son sometidos los jóvenes actuales por parte de los medios de comunicación masivos y la cultura popular. La Iglesia debe buscar los medios para contrarrestar y dejar de jugar a perdedores este aspecto. Parece que en el contexto de la iglesia raramente se oye algo sobre el desarrollo de la sexualidad humana cómo Dios la creó, hay que poner énfasis en la enseñanza bíblica al respecto, antes que las prohibiciones dogmáticas adosadas a la cultura de los miembros de cada comunidad. Abrir el espacio adecuado y equitativo para el liderazgo femenino.
En tercer lugar, es la creciente aceptación social de la homosexualidad o los desvíos sexuales que tienen algunas personas, perturba a muchos profesantes y lo que parece intolerancia irracional de parte de los evangélicos, alarma a muchos de tendencia humanista. El aumento de la tolerancia, pasividad y la permisividad ha ido carcomiendo los fundamentos de la enseñanza al respecto, la homosexualidad y las desviaciones sexuales son pecado ante la presencia de Dios debe ser siempre nuestra proclama. Una voz monolítica fundada en los principios bíblicos y no una voz fragmentada ni altisonante que distorsiona la verdadera enseñanza de Cristo debe ser la política permanente de la Iglesia. El respeto a la persona como individuo debe ser prioridad y el rechazo a los actos homosexuales debe ser una norma permanente en la enseñanza.
En cuarto lugar, la desigualdad de los sexos en las responsabilidades eclesiásticas va generando un descontento en las masas femeninas actuales más preparadas y capacitadas que en las generaciones anteriores, a veces se dan casos que las mujeres son más idóneas que los hombres en algunas de las comunidades, por consagración, entrega y dedicación en la obra del Señor. Muchas congregaciones han descuidado las necesidades de las mujeres en pro de un sacerdocio masculino sin mayor preparación ni capacitación para ocupar lugares de eminencia. En una sociedad donde la igualdad de los derechos sociales, políticos y económicos es uno de sus pilares, en la cual nuestros jóvenes están siendo educados y culturizados, no es de extrañarse que la fricción cada día se va acelerando hasta llegar a producir quiebres en las comunidades más conservadoras. La adecuada reorganización de las comunidades dará pie a la mejor convivencia y entrega dentro del cuerpo de Cristo.
En quinto lugar, nuestros jóvenes han alcanzado niveles de estudio que para las generaciones que le precedieron fueron inalcanzables, pero a la vez es un gran desafío en dos aspectos importantes para la iglesia, uno de ellos es que nuestros jóvenes están siendo bombardeados por un sistema de educación dominado por el humanismo secular agnóstico. Entonces salta la interrogante ¿qué está haciendo la iglesia para ayudarlos a discernir, evaluar y pensar con una mente cristiana? El reto de las iglesias es enseñarles a pensar, no a rechazar todas las ideas y filosofías sin un concienzudo estudio de sus propuestas, debemos aprender a evaluarlas según los criterios bíblicos y desde una cosmovisión estrictamente cristiana. Si la iglesia cultiva y genera madurez en la mente de nuestros jóvenes en basada en rigurosa enseñanza bíblica ellos tendrán los medios suficientes para mantenerse intacto en la fe de sus padres y por consecuencia el nivel académico de la gente de nuestras iglesias seguirá creciendo, por ende, la iglesia evangélica tendrá más impacto sobre la sociedad y el mundo. El segundo aspecto, es la gran brecha educacional entre las generaciones, la generación anterior se sometía por su espiritualidad, basada en la fe sin mayores rotulaciones educacionales; mientras las nuevas generaciones se someten a la fe, bajo la premisa del conocimiento bíblico demostrado en su mente racional. Lo que genera un gran desafío a la iglesia, la que la obliga a que sus estructuras de liderazgo cada día sean más preparadas y capacitadas.
La iglesia Evangélica, especialmente la Pentecostal, está enfrentada a la disyuntiva de generar cambios en su interior, las viejas estructuras que no han podido adecuarse a los tiempos, están en crisis, perturbadas en su quehacer diario, tendrán que sufrir con las posibles adaptaciones para subsistir institucionalmente, tendrán tiempo de convulsiones y se verán obligados a tomar cambios radicales. Mientras las que han logrado sortear con relativo éxito las embestidas coyunturales, tendrán que sufrir modificaciones a sus políticas seglares para poder convivir armoniosamente con los cambios que se avecinan, algunos de ellos muy radicales en su forma y método.
Hacer realidad la gran proclama de Pablo, apóstol de los gentiles, “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.” (Gá. 3:28), es el gran desafío de las Iglesias Evangélicas.

Juan Salgado Rioseco

martes, 13 de diciembre de 2016

El nombre Jesucristo.


“Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es.
 Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.
 Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros.
Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer.
Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre JESÚS.” (Mateo 1: 20-25)
Etimología: Este nombre llegó al español desde su equivalente en arameo, Yeshúa (ישוע), a través del griego Iesoús (Iesoús) y del latín Iesus. Sin embargo, se podría traducir también como Josué, ya que otra evolución del mismo nombre Yehoshua fue a Yoshua y, de aquí, a Josué (y en inglés Joshua). (Jesús (nombre) - Wikipedia, la enciclopedia libre).
¿Porque el Redentor fue llamado “Jesucristo”?
Jesús es el nombre personal del Señor, que se le asigna en forma especial en el periodo de su humillación, indica además su obra como Salvador: es su nombre personal. Se le fue dicho a José, (Mt. 1:21); “Cristo” es un título que traduce el término “Mesías” del Antiguo Testamento, (Ef. 2:12; He. 11:26).
El nombre “Jesús” está vinculado con la época de la humillación del Señor. Lo encontramos como nombre de otras personas; tal es el caso de Josué hijo de Nun, sucesor de Moisés, (He.4:8); Josué el gran sacerdote, (Zac. 3:1); Jesús el Justo, (Col. 4:11); el mago arábigo-judío Barjesús, “hijo de Jesús”, (Hch. 13:6).
Es natural que los evangelistas usualmente empleen el nombre Jesús, mientras que en las epístolas el nombre de Cristo pasa al primer plano. En el nombre de Jesús predomina el pensamiento de la salvación; (2 Co. 4: 10; 1 Ts. 4:14); en el nombre de Cristo se exalta su Gloria, (Hch. 2:36).
El nombre de Jesús de Nazaret, es especial, es el medio por el cual todos sus seguideros pueden invocar a Dios para suplir o cubrir sus necesidades. En las palabras del apóstol Pedro frente al sanedrín podemos graficar la importancia del nombre de Jesús: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo este cielo, dado a los hombres, en que podemos ser salvos”.
El nombre de Jesús de Nazaret es:
1.      para rendir culto a Dios: en la oración (Jn. 14:13), en la adoración (Fil. 2:9, 10), en la invocación (Ro. 10:13), en la predicación (Lc. 24:47), en la santidad (1 Co. 1:2).
2.      para servir al creyente: en el perdón de sus pecados (Hch. 2.38), para justificarlo (1 Co. 6:11), bautizándole (Hch. 2:38), sanándole (Hch. 3:6; 4:30), para tener comunión (Mt. 18:20; 1 Co. 1:10), para servir (Col. 3:17).
3.      para ser exaltado: nombre de poder (Hch. 16.18; 1 Co. 5.4; Fil. 2:10), nombre de autoridad (Hch. 4:10), nombre de salvación (Hch. 4:12; 2:21; Ro. 10:13), nombre de exaltación (Fil. 2.9-11), en este siglo, en los siglos venideros (Ef. 1:21).
Los hombres han expuesto su vida por el nombre de Jesús (Hch. 15:26; 21:13), desde que el hombre o la mujer nace a la nueva vida y engendra el verdadero amor por Jesús en su corazón está dispuesto a rendir los máximos sacrificios por Él, así se ha escrito la historia de los miles de mártires que han muerto por la causa de Jesucristo.
El nombre de Jesús es por sobre todo nombre. Porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. Jesús es el más grande. Jesús es todo
Su nombre como Salvador. El origen del nombre “Jesús” está en la palabra misma, que en su forma completa “YEHOSHUA” significa “el Señor es salvación.”  José había de darle el nombre de “Jesús”: “Porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. 
Encontraremos tres importantes elementos al analizar las Escrituras:
1.                  El solo puede salvar, se denota en el énfasis sobre el pronombre en el griego: “El salvara a su pueblo...” (Hch. 4:12).
2.                  Se señalan los límites de su salvación, porque salvará a su pueblo, o sea, a aquellos que acudan a Él para ser salvos de todas las naciones (1 Pe.2:9; Tito 2:14; Hch. 15:14).
3.                  La profundidad y la exaltación de su salvación, pues no sólo redime de las consecuencias del pecado, la condenación y el juicio, sino también del dominio, señorío y poder de los pecados que reducen al hombre a la esclavitud moral (1 Co. 1:30).
El nombre “Jesús” por sí solo declara el propósito por el cual el Redentor vino al mundo. Este nombre ha de ser tema de la alabanza de los redimidos por toda la eternidad, y que, al pronunciarse, toda rodilla se doblara de cuantos seres habiten el cielo, la tierra y las regiones inferiores (Filipenses 2:10).

Juan Salgado Rioseco

sábado, 10 de diciembre de 2016

La Creación: Obra de Dios...


Recordemos que la doctrina bíblica sobre la creación no debe ser confundida con ninguna teoría científica.

La doctrina bíblica apunta a la ética y religiosidad. En todas las Escrituras, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, hay referencias a la doctrina bíblica, y no se circunscriben a los primeros capítulos de Génesis.

Un buen punto de partida para cualquier consideración de esta doctrina es Hechos 11:3 “por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios”. Esto significa que la creación esta basada en la revelación divina y debe entenderse únicamente desde el punto de vista de la fe; es esto lo que distingue, claramente y sin lugar a dudas, el enfoque bíblico del científico. La obra de la creación, esta escondida a los hombres, y solo puede ser percibida mediante la fe.

Definición de Teología: Ciencia que trata sobre Dios y sobre el conocimiento que el hombre tiene de El mediante la fe y la razón.

La obra de la creación se atribuye en distintos pasajes a las tres personas de la Trinidad:
  • al Padre (ejemplos Gn 1:1; Is 44:24; Sal 33:6)
  • al Hijo (ejemplos Jn 1:3; Col 1:16)
  • al espíritu Santo (ejemplos Gn 1:2; Job 26:13)

pero esto no quiere decir que distintas partes de la creación deben atribuirse a diferentes personas de la Trinidad, sino más bien que la obra en su conjunto es obra del trino Dios.

Las palabras “en el principio creó Dios los cielos y la tierra”, indica que los mundos no fueron hechos con algún material preexistente, sino de la nada por la Palabra Divina, en el sentido de que con anterioridad al Divino Creador no había ninguna otra clase de existencia.

Esto, además tiene importantes consecuencias teológicas, ya que entre otras cosas elimina la idea de que la materia sea eterna (Gn 1:1 indica que hubo un principio), o que pueda haber alguna suerte de dualismo en el universo en el cual, otra clase de poder o existencia se opone a Dios y permanece fuera de su control. Igualmente, indica que Dios es distinto de su creación.

Al mismo tiempo, sin embargo, es evidente que la idea de la creación primaria no agota la enseñanza bíblica sobre el tema.   El Hombre fue creado del polvo de la tierra (Gn 2:7), y las bestias del campo y las aves de los cielos fueron formados de la tierra (Gn 2:19). Esto es lo que se llama creación secundaria, actividad creadora mediante la utilización de materiales ya creados, y se registra juntamente con la creación primaria como parte integrante del testimonio bíblico.

En Ef 4:6 encontramos “Un Dios… sobre todos, y por todos, y en todos”, indican que Dios existe en una relación tanto de trascendencia como de infancia respecto del orden creado. En ese estar sobre todos” y “sobre todas las cosas” (Ro 9:5), es el Dios trascendente, e independiente de su creación, auto existente y autosuficiente. Por lo tanto, la creación debe entenderse como un acto libre de Dios, determinado exclusivamente por su voluntad soberana, y de ninguna manera como un acto necesario.

Dios no tenía ninguna necesidad de crear el universo.
Eligió hacerlo.


Es necesario hacer esta distinción, porque solo así puede considerárselo como Dios el Señor, el ser incondicional y trascendente. Las palabras “por tu voluntad existen y fueron creados” (Ap 4:11), “creado por medio de el y para el” (Col 1:16), indican el propósito y el fin de la creación. Dios creo el mundo “para la manifestación de la gloria de su eterno poder, sabiduría y bondad”. La creación, en otras palabras, es teocéntrica, destinada a desplegar, la gloria de Dios.
Juan Salgado Rioseco

viernes, 9 de diciembre de 2016

La Iglesia de Dios en Cristo Jesús, frente a una sociedad humanista agnostica.


En el siglo XXI, el individuo se presenta como un elemento dentro de una sociedad globalizante, tecnológica y de mercado, con tendencia exacerbada al individualismo. Esta sociedad de mercado responde a lógicas globales, espacios que trascienden los parámetros de lo local o individual, que se reposicionan constantemente y no respetan los límites geográficos, sociales, valóricos. Una sociedad de mercado en constante desarrollo, invade los parámetros de la vida privada, produciendo un profundo conflicto de identidad, con una falta de discernimiento por la ausencia de parámetros perennes, que desconcierta por la creciente anarquía social en sus diversos ámbitos.

En este proceso o condiciones de crisis en relación a los valores éticos, morales, costumbres y tradiciones, se plantean nuevas reglas valóricas que se imponen o se adoptan debido a la necesidad de la subsistencia; la constante reevaluación de las características y lógicas presentes en las sociedades cosmopolitas modernas, trae consigo una crisis del individuo por la desorientación y la falta de adaptación a las formas y espacios que ofrece el modernismo humanista.

Una sociedad, mercantil humanista avalorica, en constante expansión requiere de una cierta lógica y racionalización homogénea; lógica, confrontacional con la pluriculturalidad de los espacios privados y antagónica a la esencia primaria del hombre creado. El individuo deja de ser, frente a la presión del mercado, el generador y el destinatario de las metas de la totalidad. Se vuelve un elemento más del sistema, y no el fin último de todo progreso.

A estas problemáticas relativistas y globales, se le agrega la creciente inmigración de persona que salen de su hábitat natural obligados por diversas causas, la principal es la violencia social, económica o ideológica, para mantener su supervivencia básica o lograr mejores expectativas de vidas a sus descendientes, trayendo consigo su diversidad multicultural, valores morales, costumbres, problemas sociales, económicos. Aumentando la injusticia, la discriminación, el racismo, la trata de blanca o la esclavitud laboral tanto en adultos como infantil, por intereses inhumanos mezquinos.

En medio de estas situaciones que trae el modernismo, camina la Iglesia de Dios, con las problemáticas de su sociedad; debido a que sus integrantes son hijos y productos de esta sociedad; educados y formados para sobrevivir bajo las condiciones sociales y laborales de la sociedad en las que les toca interactuar e interrelacionarse.  

Por lo consiguiente, la Iglesia de Dios en Cristo Jesús, está enfrentada a peligros internos y externos, provenientes del entorno social, económico y de la subcultura religiosa adaptacionistas imperante. 

Entre los principales podemos mencionar:
  1. El liberalismo popular o las subculturas sincréticas religiosas.
  2. El cristianismo sin Iglesia, que no reconoce institucionalidad, la ortodoxia bíblica, menos la praxis por la cual ha caminado la Iglesia a lo largo de estos siglos.
  3. El pluralismo denominacionales indiferenciado que no reconoce verdad alguna, que pone al mismo nivel todas las opiniones, bajo la sombra de un seudo ecumenismo.
  4. La heterodoxia disidente, herética, apartada de lo aceptable y reprobada. 
  5. La transmutación de todos los valores...
  6. La homogeneización cultural del modelo dominante.
  7. El relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos.
  8. La deseclesiastización, como retroceso de la participación en la vida de la comunidad, en particular, en los actos de culto o de acción de gracias, y de la genuina koinonía que emana de la hermandad de ser Hijos de Dios.
  9. La secularización de la Iglesia, por la incultura bíblica de sus miembros en todos sus estratos, la paralización o intervención del proceso de la justificación del hombre ante Dios, ha traído consigo la desviación de los credos primarios hacia los dogmas adaptacionistas a las tendencias modernistas con la finalidad de no ser excluidos de las prebendas de mercados imperantes.
Considerando racionalización humanista con el seudo calificativo de cristiana, la Iglesia debe posesionarse con métodos y formas pragmáticas más dinámicas de acuerdo a los tiempos, sin dejar a un lado u omitir los principios fundamentales que la rigen desde hace dos milenios. Debe mantenerse incólume a los ataques arteros de las tendencias agnósticas imperantes ya sean externas como internas, que tienen como propósito de hacerla transitar por caminos de herejías, con la finalidad de hacerla apóstata de la fe del Cristo de Nazaret.

¿Cómo conciliar lo moderno con la ortodoxia cristiana? ¿Cómo introducir cambios sin desmembrar su Cuerpo? ¿Cómo mantener su praxis, basado en sus principios primarios, ante las tendencias invasivas del modernismo relativista?

Primero, tornándose a la enseñanza de la Palabra, conforme a los propósitos primarios de la revelación de Dios, con la convicción que da una fe cimentada en la santidad que agrada a Dios.

Segundo, planificando una estrategia pragmática que desarrolle y concilie los intereses esenciales de la iglesia y del hombre moderno, no, en un sincretismo donde interactúen estos intereses, sino en la voluntad de permanecer en el camino trazado por Jesucristo, pero con las metodologías de la sociedad contemporánea.

En esta voluntad, el Discipulado, la instrucción perseverante, la constante capacitación y perfeccionamiento de los diversos cuerpos ministeriales son fundamentales en el éxito de los planes de la Iglesia.

Siendo antagonista a un sistema ministerial adaptacionistas del pragmatismo pseudo humanista cristiano que invade y fomenta una deshumanización de los valores permanentes de la enseñanza ortodoxa cristiana; promover un cuerpo ministerial capaz de potenciar, desarrollar métodos y formas que hagan más fácil la tarea de la iglesia, con la finalidad que esta avance por el camino trazado por Jesucristo: llevar a los hombres y mujeres a la salvación, para que se reconcilien con Dios y logren la vida eterna.

Juan Salgado Rioseco

lunes, 28 de noviembre de 2016

Jesús y el Leproso


Lectura Bíblica Marcos   1:40-45

I.                   La Lepra:
En tiempos de Jesús, la palabra lepra, diagnosticaba una variedad de enfermedades de la piel, y no solamente para lo que hoy día conocemos como dicha enfermedad. Los escribas contaban más o menos setenta y dos diferentes condiciones de la piel que se definían como lepra, incluyendo enfermedades como “fuegos” (furúnculos) y tiña (Lv. 14:54-57). Algunas de estas enfermedades no tenían cura conocida, y por eso se les temía mucho. Algunas eran altamente contagiosas, así que se requería que los leprosos vivieran en lugares aislados.
La condición y tratamiento de la enfermedad del punto de vista bíblico en los tiempos de Jesús
1.             La Ley de Moisés, era muy explícita al respecto.  Ref. Lv. 13:45-46. (cap. 13-14)
2.             El Antiguo Testamento tiene varios pasajes donde Dios aflige al pueblo castigandolos con lepra.  Ref. Nm. 12:9-10; 2 Re. 5:27; 15:5; 2 Cr. 26:19-21, la gente frecuentemente interpretaba la lepra como un castigo de Dios por su pecado. 
3.             La lepra tenía diversas implicancias: física, religiosa, social y económica. La persona afectada (físicamente) era considerada como ritualmente impura (espiritual). Ref. Lv. 13:15
4.             A los leprosos se les requería que vivieran aislados y mantuvieran una distancia de cincuenta pasos lejos de una persona sana (social). Ref. Lv. 13:45-46; Lc. 17:12, los que lo aislaba de la comunidad.
5.             La persona afligida por la lepra no podía trabajar, y por lo tanto se le reducía a pedir limosna (económica). Lo que traía consecuencias también a la familia. 
6.             Si la persona con lepra tocaba a otra o era tocada por alguien, se consideraba que esa persona estaba ritual y físicamente impura hasta que se le examinara y fuera pronunciada limpia por el sacerdote. Ref. Lv.14:2-3, 54-57.
7.             Los capítulos 13 y 14 de Levítico prescriben en forma muy detallada cómo se diagnosticaba la lepra, y hacía al sacerdote responsable de examinar a la gente con problemas en la piel para determinar si tenían lepra. El sacerdote también era responsable de evaluar si la persona con lepra era sanada de la enfermedad. De acuerdo al ritual Levítico. Ref. Mr. 1:44
Las consecuencias espirituales, sociales y financieras de la lepra, impureza, aislamiento, y pobreza, eran más terribles que las consecuencias físicas de esas formas más benignas de la enfermedad.
La lepra era considerada como un castigo de Dios, que la persona que adquiría dicha enfermedad era inmunda no solo física, sino del alma.

II.                 La actitud del Leproso
Las personas que tenían lepra, eran seres que vivían en una condición de miseria física, espiritual, social, y económica. Eran desarraigados de su ambiente natural, extrañados a llevar una vida solitaria, vivir de la mendicidad y el oprobio de las otras personas.
1.        La actitud del leproso.
(a)  Su condición física, “lleno de lepra”.  Ref. Lc. 5:12
(b)  Se acercó a Jesús, “suplicante”, estaba consciente de su gran necesidad. “rogándole”.  Ref. Mr. 1:40.
(c)  Llenó de humildad.  Ref. Lc. 5:12, “postrándose sobre el rostro…”
(d)  Reconoce la autoridad y soberanía de Jesús.  Ref. Mt. 8:2 “Señor, si quieres, …”
(e)  Está seguro del poder de Jesús.  Ref. Mr. 1:40, “puedes…”
(f)   Reconocía su condición de impureza, su petición era precisa y personal. Ref. 1:40. “limpiarme”. Este hombre no pide ser sanado (físicamente), sino ser limpiado (espiritual y socialmente), su petición va más allá de un acto físico de sanidad, sino, él pide una limpieza integral para su vida. Él sabe lo que está suplicando.
(g)  Para alcanzar su objetivo, rompe con todas las normas ritualista, sociales, en busca de solución para su problema.  Ref. Lv. 13:46, compárese con la actitud de los diez leprosos.  Ref. Lc. 17:12.
(h)  Fue breve y conciso; la súplica del leproso en el idioma original cuenta con cinco palabras.
(i)   Y lo declara públicamente la obra realizada en él por Jesús.  Ref. Mr. 1:45
Había una gran necesidad en su vida, ningún ser humano podía darle solución, todo lo contrario. Lo habían declarado inmundo y expulsado de la comunidad. Viene a Jesús con la confianza de que él será el único que le pueda dar una solución integral a su vida y lo consigue, Jesús hace el milagro y lo restaura, dignifica en todos los aspectos.

III.              La reacción del Jesús.
La compasión de Jesús, su ternura hacia los seres humanos, las expresiones de su corazón en palabras y hechos de su bondad, se mencionan en varias oportunidades en los evangelios. Constantemente estaba tomando la condición de los afligidos como una preocupación personal y utilizaba todo el poder investido por Dios en beneficio de las almas angustiadas y necesitadas, sin importar su condición física, social, espiritual o económica.
1.             Fue conmovido por la actitud y condición del leproso.  Ref. Mr. 1:41, la traducción literal es: “se le enternecieron sus extrañas...”.
2.             Jesús muestra su sensibilidad y compasión antes la aflicción y las necesidades de los hombres.  Ref. Is. 53:4; Mt. 8:17; Mr. 7:37.
3.             Sin mirar las consecuencias, Jesús rompe con las normas ritualistas: “extiende su mano y le tocó...”.  Ref. Mr. 1:41, Jesús se identifica con las miserias de la humanidad, eliminando las consecuencias del pecado sin quedar contaminado por ellas. (Lv. 5:3)
4.             El toque de Jesús tiene un poder sanador, porque Él se compadece de nuestras debilidades.  Ref. He. 4:15,16; Mr. 7:33; Lc. 22:51.
5.             El poder de Jesús se manifiesta en sus palabras.  Ref. Mr. 1:41, 42, “Quiero, sé limpio.”, Lucas (medico) indica “la lepra lo dejó”.  Ref. Lc.5:13 y Mateo agrega que fue limpiado. Ref. Mt. 8:3. Jesús sana completa, instantánea e integral.
6.             Ese poder sanador de Jesús, aún está vigente:
1)   fue transmitida a sus discípulos Ref. Lc. 9:1; Mt. 10:8.
2)   a los setenta. Ref. Lc. 10:9, 17-19.
3)   y a todos los que creen. Ref. Mr. 16:17-18.
4)   Lo comprobó Pablo en su ministerio.  Ref. 2 Co. 10:12.

¿Qué pasa con los creyentes que han sido capacitados con el don de sanidad?
El hombre con sus actos de desobediencia, entorpece los planes de Dios y crea situaciones inexcusables e insospechadas en su obra, no permitiendo que esta se desarrolle conforme a la voluntad y el mandato del Señor.

IV.              Condiciones impuestas por Jesús.
1.             Le advirtió severamente que no dijese nada sobre lo sucedido. Ref. Mr. 1:43, 44.
2.             Le ordena ir donde un sacerdote, para que fuese declarado limpio. Ref. Lv. 14:2.
3.             Cumpliera la Ley de Moisés, con respecto al holocausto de la purificación.  Ref. Lv. 14:19-20. (Lv. 14)
4.             Y fuera de testimonio para los sacerdotes del poder de Jesús.  Ref. Mr. 1:44.
1)   Al oír los sacerdotes, que Jesús era el que había curado al leproso en forma tan completa e instantánea, habrían recibido un testimonio irrefutable del poder y amor de Jesús; ellos solo pueden verificar la limpieza de acuerdo a un ritual de limpieza; Jesús puede limpiarlos.
2)   Se habrían dado cuenta que, aunque condenaba las tradiciones humanas que anulaban la ley de Dios, Jesús no era desobediente al sentido de la Ley. Mt. 5:17.

V.                Consecuencias de la sanidad del leproso.
1.             El hombre comenzó a pregonarlo y divulgar el hecho, desobedeciendo el mandato dado por Jesús.  Ref. Mr.1:45.
2.             Esta acción de desobediencia privó a Jesús de seguir su recorrido evangelístico, privando a otras ciudades la bendición de escuchar el evangelio.  Ref. Mr. 1:38-39, 45b, tuvo que volverse a su casa en Capernaum. (2:1).
3.             El leproso fue restaurado a la sociedad, podía ir tranquilamente a cualquier lugar, en contraste con Jesús, tenía que andar encubierto en la ciudad. Ref. Mr. 1:45.
4.             Está situación obligó a Jesús a buscar lugares solitarios, restringiendo sus movimientos evangelizadores.  Ref. Mr. 1:45.
5.             Antes de este hecho, Jesús iba a las personas llevando su mensaje, a contar de este momento venían a él de todas partes, porque su fama de sanador se había difundido.  Ref. Mr. 1:45, 28.


El hombre con sus actos de desobediencia, entorpece los planes de Dios y crea situaciones inexcusables e insospechadas en su obra, no permitiendo que esta se desarrolle conforme a la voluntad y el mandato del Señor.
Juan Salgado Rioseco

miércoles, 9 de noviembre de 2016

El Matrimonio conforme al corazón de Dios. (Parte III)


El Divorcio de acuerdo a las Escrituras.

Desde el génesis de la vida existe una declaración de Dios sobre la unión de hombre y una mujer: "Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él"(Génesis 2:18). Adán inspirado declara: "Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne" (Génesis 2:23-24).

Jesús habló acerca de este principio en Mateo 19:4-19. En el versículo 9 leemos la conclusión que Jesús da en cuanto al asunto: "Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera". Jesús declaró que éste es el fundamento que gobierna al matrimonio desde el principio.

Divorcio Eclesiástico.
Definición:  Por la palabra divorcio (heb. kertîthûth, "despido" [literalmente "un corte de separación"; del verbo Kârath, "cortar"]; gr. apostásion) se entiende la disolución de un matrimonio válidamente surgido, viviendo todavía los cónyuges. De modo más específico, a nivel técnico-jurídico, se indica tanto el asunto de revocación del consentimiento matrimonial como el acto formal que disuelve el matrimonio.

El divorcio en el Antiguo Testamento.
Deuteronomio 24:1–4 constituye el punto de partida, no sólo por lo que se refiere al Antiguo Testamento, sino a todas las referencias bíblicas sobre nuestra temática. Jesús mismo hace arrancar de este pasaje su enseñanza sobre el divorcio.

Un estudio cuidadoso de este pasaje de la Escritura indica que la Ley de Moisés toleraba el divorcio entre los israelitas por otras causas además del adulterio, permitiendo a los divorciados unas segundas nupcias. El divorcio se consentía sobre la base de «alguna cosa indecente» (Reina‐Valera), «algo vergonzoso» (Nueva Biblia Española).

El doctor Alfredo Edersheim manifiesta que dicha indecencia “incluía toda suerte de actos incorrectos, tales como andar con el cabello suelto, hilar en la calle, hablar libremente con hombres (no eran parte de su familia), tratar mal a los padres del esposo en su presencia, discutir, es decir hablarle al esposo en voz alta que pudieran oír los vecinos, tener mala reputación en general, o descubrírsele algún fraude anterior al matrimonio”. (Sketches of Jewish Social Life, pp. 157.158, Eerdmans Pub. Co., 1957).

Algunos comentaristas han pensado que lo «indecente» o «vergonzoso» se refería siempre al adulterio y que, por lo tanto, Jesús y la Ley estaban de acuerdo al permitir el divorcio solamente en caso de adulterio. Pero el pasaje y su contexto veterotestamentario no apoyan semejante tesis. La Ley determinaba que todo adúltero —hombre o mujer, la Ley mosaica no hacía distinción— tenía que ser apedreado hasta la muerte (Dt. 22:22) y, en cambio, la mujer de que habla Deuteronomio 24 no solamente no es apedreada, sino que tiene libertad para volver a casarse. La expresión hebrea traducida «algo vergonzoso» o «indecente» significa más bien una conducta torpe (Nácar‐Colunga y Versión Moderna Hispanoamericana), impropia. El esposo judío podía acusar a su esposa por cualquier cosa que le pareciera incorrecta, desagradable, y a veces bajo cualquier pretexto. Precisamente para proteger a la mujer de las arbitrariedades de un marido inconstante e irresponsable, la Ley lo obligaba a entregar «una carta de divorcio» a la mujer que repudia.

No obstante, Deuteronomio 24 no aprueba ni fomenta el divorcio, y ni siquiera lo regula. Simplemente, lo tolera. Y mediante la «carta de divorcio» pone en manos de la mujer —la parte más indefensa en aquel tiempo— un documento legal que la coloca a salvo de las calumnias del hombre en una sociedad patriarcal.

La interpretación seria de este pasaje muestra que la Ley mosaica recogía una práctica que se había impuesto de hecho por la fuerza de la tradición y que Dios toleraba. Porque, hay que repetirlo, Deuteronomio 24 tolera —no ordena— el divorcio. En Mateo 19, Jesús nos explicará el porqué de esta tolerancia: «Por la dureza de vuestro corazón» (Mt. 19:8). En Deuteronomio 24 solamente el versículo 4 expresa una orden tajante de parte de Dios; los otros versículos no hacen más que describir una situación de hecho.

Mal 2:16 “Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido, dijo Jehová de los ejércitos. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales”.

El divorcio en el Nuevo Testamento.

1. La enseñanza de Jesús.
En Mateo 19, Jesús no presenta una nueva Ley, sino que se remite al plano ideal, original, de las intenciones de Dios para el ser humano. Observemos cómo Jesús corrige a los fariseos: Moisés no mandó dar carta de divorcio y menos todavía «por cualquier causa». Moisés permitió tal práctica debido a la dureza del corazón humano.

El Señor explica: «Yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera» (Mt. 19:9). En Mateo 5:31–32 dentro del contexto del Sermón de la Montaña, Jesús repite la misma enseñanza. La lección del Señor en todos estos textos es idéntica: sólo existe un motivo legítimo de divorcio a los ojos de Dios, el adulterio. Y es que la infidelidad destruye aquella unión expresada en la sentencia divina: «y serán los dos una sola carne».

En el Antiguo Testamento la infidelidad disolvía el matrimonio mediante la muerte de la parte culpable. El cónyuge inocente podía así contraer un nuevo matrimonio. En cambio, la enseñanza de Jesús admite el divorcio para liberar al marido en caso de adulterio de la esposa, o para liberar a ésta cuando el adulterio lo comete el hombre (Mr. 10:12). El Antiguo Testamento no legitimaba la ruptura, salvo en casos de adulterio. Sin embargo, la ley mosaica toleraba el divorcio por la dureza del corazón humano.

La normativa que introduce Jesús anula dicha tolerancia. En su Reino, la Ley sobre el divorcio será más estricta, estará más de acuerdo con la intención original del Creador para la pareja. Mateo 19:9 revela que Jesús permite el divorcio en caso de adulterio. Porque esta ruptura no depende de Dios sino de los cónyuges. Se trata del fracaso del amor humano; no es cuestión de que el amor de Dios instituya el divorcio, como antes instituyó el matrimonio. Esto es inimaginable, puesto que el divorcio es siempre un mal, incluso cuando es un mal menor.

Lo que hace Jesucristo es señalar la realidad del divorcio como un hecho innegable producido por la infidelidad. La comprensión de este punto es capital para entender la doctrina bíblica sobre el divorcio.

Según Mateo 19:9 hay más todavía: parece justificado afirmar que cuando un cónyuge repudia al otro por adulterio, este repudio expresa la disolución —la quiebra— del lazo matrimonial y, por consiguiente, el hombre (o la mujer) queda libre para volver a casarse, sin caer en la responsabilidad de un nuevo adulterio. El divorcio disuelve el matrimonio.

2. La enseñanza del apóstol Pablo.

Queda fuera de toda duda que la separación y el divorcio fueron de hecho practicados en el seno de las comunidades cristianas primitivas. Años antes de que se escribieran los Evangelios, Pablo ya escribía a los cristianos de Corinto respondiendo a preguntas sobre esta problemática. Lo significativo es que el apóstol, conocedor de la intención de Dios revelada en Cristo —y fiel intérprete de las enseñanzas de su Señor— sobre la indisolubilidad matrimonial, opta por reconciliar esta intención original de Dios con la misericordia divina. Porque él sabe que la voluntad de Dios es también redentora y transformadora de la realidad de un mundo caído.

La consulta de los corintios tenía que ver con tres casos específicos:

a. El divorcio entre creyentes (1 Co. 7:10–11).
b. El divorcio entre un creyente y un incrédulo cuando éste no quiere la separación (vv. 12–14).
c. El divorcio entre un creyente y un no creyente cuando éste quiere la separación definitiva (vv. 15–16).

En el primer caso, el apóstol Pablo reafirma la enseñanza de su Maestro en Mateo 5:32 y sugiere que hay recursos suficientes de gracia y de amor en los cónyuges creyentes para no tener que llegar a la ruptura total. Sin embargo, con su realismo característico, la Biblia reconoce que, a veces, el matrimonio puede resultar difícil, intolerable y angustioso incluso entre cristianos. En estos casos, la idea es que se separen y se queden sin volver a casarse (v. 11). La separación deja la puerta abierta a una posible reconciliación futura.

En el segundo caso, el creyente debe permanecer fielmente al lado del cónyuge no cristiano que consiente en vivir con aquél (v. 12). La parte creyente en este caso está llamada a dar un testimonio vivo, amoroso y eficaz a la no creyente (vv. 13–14). La ruptura no tiene que venir jamás de la parte cristiana.

En el tercer caso, el apóstol Pablo permite el divorcio y la posibilidad de volver a casarse, tanto a una parte como a la otra. La decisión de la ruptura se ha originado en el cónyuge incrédulo, contra cuya decisión nada puede hacer ya el creyente (vv. 15–16). Es lo que la Iglesia denomina excepción paulina.

Conviene señalar que el verbo «separar», que aparece en los versículos 10, 11 y 15, en el original es más propiamente divorciar. Se trata en todos estos versículos del mismo vocablo griego, koridzo, que significa, obviamente, divorciar. De lo contrario Pablo no hubiera puesto como condición a los matrimonios cristianos con problemas («si se separan, quédense sin casar»; v. 11), lo cual indica la posibilidad legal de una nueva unión después de la ruptura. Este vocablo —y el uso paulino lo demuestra—significa la realidad inequívoca del divorcio, con o sin condiciones; en el versículo 11 es divorcio, con la condición de no volver a casarse (lo cual constituye el equivalente lejano de nuestra separación, cosa desconocida en el Imperio romano). En el versículo 15 se refiere al divorcio sin condiciones (es decir, con posibilidad de volver a casarse): «pues no está el hermano sujeto a servidumbre en semejante caso». ¿Qué quiere decir el apóstol Pablo?

En el caso del versículo 11, aunque la esposa se divorciara del marido, está todavía sujeta a servidumbre con vistas a una posible reconciliación, ya que ambos cónyuges son creyentes. Mas, cuando el no creyente se divorcia del cristiano, éste no se halla ya sujeto a servidumbre, es decir, a permanecer en la espera de una hipotética reconciliación. Esto conlleva la posibilidad de un nuevo matrimonio, pues tal es el sentido de la expresión «no estar sujeto a servidumbre».

Si tuviéramos que resumir la enseñanza neotestamentaria sobre el matrimonio y el divorcio, según lo obtenido en el análisis de los textos sobre el tema, podríamos afirmar que el divorcio es contemplado como una realidad trágica y no deseado por Dios, que está ahí como una frustración más y un exponente claro de las consecuencias del pecado. El Nuevo Testamento reconoce la existencia de divorcio y su legitimidad, incluso, como mal menor, en dos ocasiones:

1) Por ruptura del principio «serán los dos una sola carne». Es a causa del adulterio, que se destruye el vínculo matrimonial.

2) Por quiebre espiritual de la relación conyugal; cuando se produce el divorcio originado en la parte no creyente por no tolerar la nueva vida en Cristo del consorte cristiano.

La dinámica que descubrimos en estos textos responde a una tensión entre la revelación de la voluntad divina (matrimonio indisoluble como ideal que debe proclamar y vivir la Iglesia) y la misericordia de Dios que actúa en favor del hombre y dentro de las situaciones concretas en que éste se halla. Lo fundamental es comprender que el evangelio que proclamamos es una «buena noticia», y debe serlo también para los matrimonios rotos y las parejas destrozadas. Es la vida humana —y no leyes abstractas— la que tenemos con nuestro mensaje. Ello explica también que la enseñanza del Nuevo Testamento vaya desarrollándose en gran parte a medida que surgen problemas morales (pensemos, por ejemplo, en 1 Corintios y en la epístola a Filemón). Respecto al divorcio, quizá nos habríamos quedado solamente con las palabras de Jesús en los sinópticos, de no haberse planteado la cuestión de los matrimonios mixtos en Corinto, lo que dio lugar a la ampliación del tema por parte de Pablo en 1 Corintios 7.

Si en las iglesias del Nuevo Testamento hubieran surgido situaciones análogas a las de nuestros días, ¿cuál habría sido la normativa apostólica?

A partir de unos principios básicos inalterables, junto con los ejemplos prácticos que la Escritura nos ofrece, ¿no puede la Iglesia establecer una orientación —siempre concorde con la Palabra de
¿Dios— para las cuestiones que no están explícitamente decididas en la Biblia?

Dado que el Nuevo Testamento señala dos casos inequívocos en los que hay que admitir la realidad del divorcio, y tomando en consideración lo que hemos dicho acerca del llamado «derecho paulino», ¿tenemos derecho a condenar a aquellos hermanos y a aquellas iglesias que creen que Dios puede arreglar también otras situaciones de quiebra matrimonial y ofrecer su perdón y su ayuda a los divorciados?

Únicamente en el contexto amplio de la intención de Dios Creador y Salvador, tal como se nos revela en Jesucristo y por su Palabra, podemos definir y aplicar lo que es el bien y la verdad de Dios para todas las situaciones concretas del hombre y de la mujer.

Sumario:

Lo ideal para el apóstol Pablo es no contraer matrimonio, si uno desea servir al Señor sin contratiempo; aunque ese estado conlleva grandes tentaciones como la impureza sexual; quien no esté preparado para llevar una vida de celibato debe casarse, establece el principio de que el orden divino sigue siendo el mismo, que cada persona tenga sólo un cónyuge, que el matrimonio es una interdependencia mutua, tanto el marido como la mujer deben reconocer su interdependencia de los roles del matrimonio;  lo que Pablo enseñaba a los corintios no es sólo para ellos, sino en todas las iglesias. (1 Co. 7:17).

Juan Salgado Rioseco

Dios Santo y el Pecado (Parte VII)

El Servidor de Dios no debe quebrantar la Ley del Eterno y Santo para ser victorioso en la lucha contra el pecado. “ Ahora bien, ¿debe...