Una convulsión, es
una perturbación violenta, por causas ideológicas o sociales, de la vida de una
comunidad.
Está enraizada la
idea implícita que la Iglesia no sufre con los cambios sociales que se producen
en su entorno, y usan como argumento idealista que la Palabra de Dios no cambia,
ni muta, debido a que permanece para siempre en forma inalterable; manteniendo
sus formas de acuerdo a lo que han recibido y adecuado a la forma de pensar y preparación
de sus Líderes jerárquicos. Sin embargo, muchas de estas posturas conceptuales no
tienen un asidero lógico, ni menos espiritual; debido que confunden los
principios primarios de las enseñanzas bíblicas con los dogmas o normas que se
han establecido para sustentar el aparataje estructural de la organización.
Han omitido que los miembros
de cada comunidad son hijos de su sociedad, nacido, crecido, educado,
instruidos para vivir y otros para sobrevivir en el sistema social imperante;
sus complejidades o elementos interrelacionados son diversos y muchos de ellos antagónicos
a la posición y pensamiento de la Iglesia de Dios en Cristo Jesús; es aquí donde
se producen las graves perturbaciones, en especial las que se originan por los
ideales conservacionistas versus los vientos de cambios de nuevas generaciones,
mejor preparadas con mayores capacidades y medios para enfrentar la
convulsiones sociales provenientes de una sociedad cada vez con mayor
influencia agnóstica, a la vez de Seudos humanistas cristianos.
Una de las mayores
debilidades o falencias de las comunidades religiosas son las nuevas
generaciones. En muchas oportunidades hemos oído que “Los jóvenes son el futuro
de la Iglesia”, sin embargo, no existe una estrategia formal, metódica y sustentable
en el tiempo en el área del discipulado, capacitación y orientación para que
enfrenten con éxito sus responsabilidades, ni el generamiento de espacios donde
se puedan desarrollar, se potencien y maduren en armonía con el resto de los
miembros. Producto de tal situación, es la falta de renovación y reemplazo de
sus estamentos dirigenciales en forma natural y armónica, tal situación, trae
consigo la falta de la sucesión establecida en las Escrituras, imponiéndose la sucesión
nepotista circunstancial en desmedro de la meritoria espiritual.
Es habitual que el
centro, de las críticas, sean los jóvenes por su desplante en la forma de
servir a Dios, a los más avanzados en edad nos produce contrariedad en varios
aspectos: su forma de ser, las modas que usan en su vestir, la forma en que se
comunican y hablan, las actitudes que toman para enfrentar sus problemas, su
forma en practicar la adoración a Dios; pensamos que la iglesia está siendo
profanada por las nuevas generaciones, no falta quien exclama “la iglesia ya no es la misma” o “nosotros no éramos así”, “se ha perdido la santidad”. Nos
enfrentamos a cambios profundos y radicales, que aceleraran los conflictos
entre las generaciones en el interior de las diferentes comunidades cristianas.
¿Cómo enfrentar los
cambios actuales y los que se avecinan? ¿Los diferentes Liderazgos están
capacitados para sortear en forma idónea estos cambios? Pareciera que la
mayoría de las comunidades cristianas, en especial las pentecostales, conservan
una organización autoritaria, conservadora de normas o dogmas religiosos, (tipo
Diotrefes) que excluye a las inquietudes juveniles, más bien las confrontan y
tensionando las relaciones entre los adultos y jóvenes.
Como
cristianos, esta tensión nos afecta más porque sentimos el deseo y la
responsabilidad de preservar la fe. Nos preguntamos, ¿si la nueva generación
cambia la música, la moda, el hablar, el estilo de adoración y los tabúes, van
a destruir por completo la fe? ¿Cómo pueden llamarse cristianos si no se
parecen a nosotros? Y lo peor, sospechamos que tampoco piensan como nosotros.
Resulta fácil olvidar que la nueva generación no tiene exactamente la misma
cultura que la anterior. En el proceso de traspasar las responsabilidades de
liderazgo, debe producirse el dialogo, basado en los principios primarios de la
fe, con el objeto de reafirmar los fundamentos que sostienen la Iglesia de
Cristo.
Los
principales puntos de divergencia entre generaciones pueden ser variadas,
mencionaremos algunas, para darnos cuenta el conflicto cultural entre los adultos
versus jóvenes que se presentan en las iglesias:
En primer lugar,
la guerra de los sexos, el machismo y la liberación femenina, se enfrenta con
mayor o menor énfasis de acuerdo a los niveles sociales y los estratos
económicos componentes de las diversas comunidades; situación producida por el
resultado de interpretaciones erradas del mensaje bíblico, la transmisión de
muchos dogmas orales que influencia la cultura religiosa Pentecostal. Aunque en
algunos aspectos ha variado la situación debido a la participación activa en el
mundo laboral de la mujer, que conlleva la participación del hombre en los
roles que antes eran de exclusividad femenina. La conducción equilibrada y un
liderazgo maduro que sepa reaccionar a tiempo a los cambios en esta índole de
confrontación de los sexos, debe ser una de las premisas en el manejo de las
diversas comunidades.
En segundo
lugar, la liberación sexual cada día más liberal de los jóvenes y los cambios
de roles que están asumiendo las jóvenes. En una sociedad donde los valores se
han ido perdiendo en pro del placer hedonista. Muchas veces no comprendemos las
enormes presiones y tentaciones a las que son sometidos los jóvenes actuales
por parte de los medios de comunicación masivos y la cultura popular. La
Iglesia debe buscar los medios para contrarrestar y dejar de jugar a perdedores
este aspecto. Parece que en el contexto de la iglesia raramente se oye algo
sobre el desarrollo de la sexualidad humana cómo Dios la creó, hay que poner
énfasis en la enseñanza bíblica al respecto, antes que las prohibiciones
dogmáticas adosadas a la cultura de los miembros de cada comunidad. Abrir el
espacio adecuado y equitativo para el liderazgo femenino.
En tercer
lugar, es la creciente aceptación social de la homosexualidad o los desvíos
sexuales que tienen algunas personas, perturba a muchos profesantes y lo que
parece intolerancia irracional de parte de los evangélicos, alarma a muchos de
tendencia humanista. El aumento de la tolerancia, pasividad y la permisividad
ha ido carcomiendo los fundamentos de la enseñanza al respecto, la homosexualidad
y las desviaciones sexuales son pecado ante la presencia de Dios debe ser
siempre nuestra proclama. Una voz monolítica fundada en los principios bíblicos
y no una voz fragmentada ni altisonante que distorsiona la verdadera enseñanza
de Cristo debe ser la política permanente de la Iglesia. El respeto a la
persona como individuo debe ser prioridad y el rechazo a los actos homosexuales
debe ser una norma permanente en la enseñanza.
En cuarto
lugar, la desigualdad de los sexos en las responsabilidades eclesiásticas va
generando un descontento en las masas femeninas actuales más preparadas y
capacitadas que en las generaciones anteriores, a veces se dan casos que las
mujeres son más idóneas que los hombres en algunas de las comunidades, por consagración,
entrega y dedicación en la obra del Señor. Muchas congregaciones han descuidado
las necesidades de las mujeres en pro de un sacerdocio masculino sin mayor
preparación ni capacitación para ocupar lugares de eminencia. En una sociedad
donde la igualdad de los derechos sociales, políticos y económicos es uno de
sus pilares, en la cual nuestros jóvenes están siendo educados y culturizados,
no es de extrañarse que la fricción cada día se va acelerando hasta llegar a
producir quiebres en las comunidades más conservadoras. La adecuada
reorganización de las comunidades dará pie a la mejor convivencia y entrega
dentro del cuerpo de Cristo.
En quinto
lugar, nuestros jóvenes han alcanzado niveles de estudio que para las
generaciones que le precedieron fueron inalcanzables, pero a la vez es un gran
desafío en dos aspectos importantes para la iglesia, uno de ellos es que
nuestros jóvenes están siendo bombardeados por un sistema de educación dominado
por el humanismo secular agnóstico. Entonces salta la interrogante ¿qué está
haciendo la iglesia para ayudarlos a discernir, evaluar y pensar con una mente
cristiana? El reto de las iglesias es enseñarles a pensar, no a rechazar todas
las ideas y filosofías sin un concienzudo estudio de sus propuestas, debemos
aprender a evaluarlas según los criterios bíblicos y desde una cosmovisión
estrictamente cristiana. Si la iglesia cultiva y genera madurez en la mente de
nuestros jóvenes en basada en rigurosa enseñanza bíblica ellos tendrán los
medios suficientes para mantenerse intacto en la fe de sus padres y por
consecuencia el nivel académico de la gente de nuestras iglesias seguirá
creciendo, por ende, la iglesia evangélica tendrá más impacto sobre la sociedad
y el mundo. El segundo aspecto, es la gran brecha educacional entre las
generaciones, la generación anterior se sometía por su espiritualidad, basada
en la fe sin mayores rotulaciones educacionales; mientras las nuevas
generaciones se someten a la fe, bajo la premisa del conocimiento bíblico
demostrado en su mente racional. Lo que genera un gran desafío a la iglesia, la
que la obliga a que sus estructuras de liderazgo cada día sean más preparadas y
capacitadas.
La iglesia
Evangélica, especialmente la Pentecostal, está enfrentada a la disyuntiva de
generar cambios en su interior, las viejas estructuras que no han podido
adecuarse a los tiempos, están en crisis, perturbadas en su quehacer diario, tendrán
que sufrir con las posibles adaptaciones para subsistir institucionalmente, tendrán
tiempo de convulsiones y se verán obligados a tomar cambios radicales. Mientras
las que han logrado sortear con relativo éxito las embestidas coyunturales,
tendrán que sufrir modificaciones a sus políticas seglares para poder convivir
armoniosamente con los cambios que se avecinan, algunos de ellos muy radicales
en su forma y método.
Hacer
realidad la gran proclama de Pablo, apóstol de los gentiles, “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo
ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo
Jesús.” (Gá. 3:28), es el gran desafío de las Iglesias Evangélicas.
Juan
Salgado Rioseco
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