miércoles, 14 de diciembre de 2016

Las convulsiones generacionales en el interior de la Iglesia


Una convulsión, es una perturbación violenta, por causas ideológicas o sociales, de la vida de una comunidad.
Está enraizada la idea implícita que la Iglesia no sufre con los cambios sociales que se producen en su entorno, y usan como argumento idealista que la Palabra de Dios no cambia, ni muta, debido a que permanece para siempre en forma inalterable; manteniendo sus formas de acuerdo a lo que han recibido y adecuado a la forma de pensar y preparación de sus Líderes jerárquicos. Sin embargo, muchas de estas posturas conceptuales no tienen un asidero lógico, ni menos espiritual; debido que confunden los principios primarios de las enseñanzas bíblicas con los dogmas o normas que se han establecido para sustentar el aparataje estructural de la organización.
Han omitido que los miembros de cada comunidad son hijos de su sociedad, nacido, crecido, educado, instruidos para vivir y otros para sobrevivir en el sistema social imperante; sus complejidades o elementos interrelacionados son diversos y muchos de ellos antagónicos a la posición y pensamiento de la Iglesia de Dios en Cristo Jesús; es aquí donde se producen las graves perturbaciones, en especial las que se originan por los ideales conservacionistas versus los vientos de cambios de nuevas generaciones, mejor preparadas con mayores capacidades y medios para enfrentar la convulsiones sociales provenientes de una sociedad cada vez con mayor influencia agnóstica, a la vez de Seudos humanistas cristianos.  
Una de las mayores debilidades o falencias de las comunidades religiosas son las nuevas generaciones. En muchas oportunidades hemos oído que “Los jóvenes son el futuro de la Iglesia”, sin embargo, no existe una estrategia formal, metódica y sustentable en el tiempo en el área del discipulado, capacitación y orientación para que enfrenten con éxito sus responsabilidades, ni el generamiento de espacios donde se puedan desarrollar, se potencien y maduren en armonía con el resto de los miembros. Producto de tal situación, es la falta de renovación y reemplazo de sus estamentos dirigenciales en forma natural y armónica, tal situación, trae consigo la falta de la sucesión establecida en las Escrituras, imponiéndose la sucesión nepotista circunstancial en desmedro de la meritoria espiritual.
Es habitual que el centro, de las críticas, sean los jóvenes por su desplante en la forma de servir a Dios, a los más avanzados en edad nos produce contrariedad en varios aspectos: su forma de ser, las modas que usan en su vestir, la forma en que se comunican y hablan, las actitudes que toman para enfrentar sus problemas, su forma en practicar la adoración a Dios; pensamos que la iglesia está siendo profanada por las nuevas generaciones, no falta quien exclama “la iglesia ya no es la misma” o “nosotros no éramos así”, “se ha perdido la santidad”. Nos enfrentamos a cambios profundos y radicales, que aceleraran los conflictos entre las generaciones en el interior de las diferentes comunidades cristianas.
¿Cómo enfrentar los cambios actuales y los que se avecinan? ¿Los diferentes Liderazgos están capacitados para sortear en forma idónea estos cambios? Pareciera que la mayoría de las comunidades cristianas, en especial las pentecostales, conservan una organización autoritaria, conservadora de normas o dogmas religiosos, (tipo Diotrefes) que excluye a las inquietudes juveniles, más bien las confrontan y tensionando las relaciones entre los adultos y jóvenes.
Como cristianos, esta tensión nos afecta más porque sentimos el deseo y la responsabilidad de preservar la fe. Nos preguntamos, ¿si la nueva generación cambia la música, la moda, el hablar, el estilo de adoración y los tabúes, van a destruir por completo la fe? ¿Cómo pueden llamarse cristianos si no se parecen a nosotros? Y lo peor, sospechamos que tampoco piensan como nosotros. Resulta fácil olvidar que la nueva generación no tiene exactamente la misma cultura que la anterior. En el proceso de traspasar las responsabilidades de liderazgo, debe producirse el dialogo, basado en los principios primarios de la fe, con el objeto de reafirmar los fundamentos que sostienen la Iglesia de Cristo.
Los principales puntos de divergencia entre generaciones pueden ser variadas, mencionaremos algunas, para darnos cuenta el conflicto cultural entre los adultos versus jóvenes que se presentan en las iglesias:
En primer lugar, la guerra de los sexos, el machismo y la liberación femenina, se enfrenta con mayor o menor énfasis de acuerdo a los niveles sociales y los estratos económicos componentes de las diversas comunidades; situación producida por el resultado de interpretaciones erradas del mensaje bíblico, la transmisión de muchos dogmas orales que influencia la cultura religiosa Pentecostal. Aunque en algunos aspectos ha variado la situación debido a la participación activa en el mundo laboral de la mujer, que conlleva la participación del hombre en los roles que antes eran de exclusividad femenina. La conducción equilibrada y un liderazgo maduro que sepa reaccionar a tiempo a los cambios en esta índole de confrontación de los sexos, debe ser una de las premisas en el manejo de las diversas comunidades.
En segundo lugar, la liberación sexual cada día más liberal de los jóvenes y los cambios de roles que están asumiendo las jóvenes. En una sociedad donde los valores se han ido perdiendo en pro del placer hedonista. Muchas veces no comprendemos las enormes presiones y tentaciones a las que son sometidos los jóvenes actuales por parte de los medios de comunicación masivos y la cultura popular. La Iglesia debe buscar los medios para contrarrestar y dejar de jugar a perdedores este aspecto. Parece que en el contexto de la iglesia raramente se oye algo sobre el desarrollo de la sexualidad humana cómo Dios la creó, hay que poner énfasis en la enseñanza bíblica al respecto, antes que las prohibiciones dogmáticas adosadas a la cultura de los miembros de cada comunidad. Abrir el espacio adecuado y equitativo para el liderazgo femenino.
En tercer lugar, es la creciente aceptación social de la homosexualidad o los desvíos sexuales que tienen algunas personas, perturba a muchos profesantes y lo que parece intolerancia irracional de parte de los evangélicos, alarma a muchos de tendencia humanista. El aumento de la tolerancia, pasividad y la permisividad ha ido carcomiendo los fundamentos de la enseñanza al respecto, la homosexualidad y las desviaciones sexuales son pecado ante la presencia de Dios debe ser siempre nuestra proclama. Una voz monolítica fundada en los principios bíblicos y no una voz fragmentada ni altisonante que distorsiona la verdadera enseñanza de Cristo debe ser la política permanente de la Iglesia. El respeto a la persona como individuo debe ser prioridad y el rechazo a los actos homosexuales debe ser una norma permanente en la enseñanza.
En cuarto lugar, la desigualdad de los sexos en las responsabilidades eclesiásticas va generando un descontento en las masas femeninas actuales más preparadas y capacitadas que en las generaciones anteriores, a veces se dan casos que las mujeres son más idóneas que los hombres en algunas de las comunidades, por consagración, entrega y dedicación en la obra del Señor. Muchas congregaciones han descuidado las necesidades de las mujeres en pro de un sacerdocio masculino sin mayor preparación ni capacitación para ocupar lugares de eminencia. En una sociedad donde la igualdad de los derechos sociales, políticos y económicos es uno de sus pilares, en la cual nuestros jóvenes están siendo educados y culturizados, no es de extrañarse que la fricción cada día se va acelerando hasta llegar a producir quiebres en las comunidades más conservadoras. La adecuada reorganización de las comunidades dará pie a la mejor convivencia y entrega dentro del cuerpo de Cristo.
En quinto lugar, nuestros jóvenes han alcanzado niveles de estudio que para las generaciones que le precedieron fueron inalcanzables, pero a la vez es un gran desafío en dos aspectos importantes para la iglesia, uno de ellos es que nuestros jóvenes están siendo bombardeados por un sistema de educación dominado por el humanismo secular agnóstico. Entonces salta la interrogante ¿qué está haciendo la iglesia para ayudarlos a discernir, evaluar y pensar con una mente cristiana? El reto de las iglesias es enseñarles a pensar, no a rechazar todas las ideas y filosofías sin un concienzudo estudio de sus propuestas, debemos aprender a evaluarlas según los criterios bíblicos y desde una cosmovisión estrictamente cristiana. Si la iglesia cultiva y genera madurez en la mente de nuestros jóvenes en basada en rigurosa enseñanza bíblica ellos tendrán los medios suficientes para mantenerse intacto en la fe de sus padres y por consecuencia el nivel académico de la gente de nuestras iglesias seguirá creciendo, por ende, la iglesia evangélica tendrá más impacto sobre la sociedad y el mundo. El segundo aspecto, es la gran brecha educacional entre las generaciones, la generación anterior se sometía por su espiritualidad, basada en la fe sin mayores rotulaciones educacionales; mientras las nuevas generaciones se someten a la fe, bajo la premisa del conocimiento bíblico demostrado en su mente racional. Lo que genera un gran desafío a la iglesia, la que la obliga a que sus estructuras de liderazgo cada día sean más preparadas y capacitadas.
La iglesia Evangélica, especialmente la Pentecostal, está enfrentada a la disyuntiva de generar cambios en su interior, las viejas estructuras que no han podido adecuarse a los tiempos, están en crisis, perturbadas en su quehacer diario, tendrán que sufrir con las posibles adaptaciones para subsistir institucionalmente, tendrán tiempo de convulsiones y se verán obligados a tomar cambios radicales. Mientras las que han logrado sortear con relativo éxito las embestidas coyunturales, tendrán que sufrir modificaciones a sus políticas seglares para poder convivir armoniosamente con los cambios que se avecinan, algunos de ellos muy radicales en su forma y método.
Hacer realidad la gran proclama de Pablo, apóstol de los gentiles, “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.” (Gá. 3:28), es el gran desafío de las Iglesias Evangélicas.

Juan Salgado Rioseco

No hay comentarios:

Dios Santo y el Pecado (Parte VII)

El Servidor de Dios no debe quebrantar la Ley del Eterno y Santo para ser victorioso en la lucha contra el pecado. “ Ahora bien, ¿debe...