miércoles, 9 de noviembre de 2016

El Matrimonio conforme al corazón de Dios. (Parte III)


El Divorcio de acuerdo a las Escrituras.

Desde el génesis de la vida existe una declaración de Dios sobre la unión de hombre y una mujer: "Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él"(Génesis 2:18). Adán inspirado declara: "Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne" (Génesis 2:23-24).

Jesús habló acerca de este principio en Mateo 19:4-19. En el versículo 9 leemos la conclusión que Jesús da en cuanto al asunto: "Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera". Jesús declaró que éste es el fundamento que gobierna al matrimonio desde el principio.

Divorcio Eclesiástico.
Definición:  Por la palabra divorcio (heb. kertîthûth, "despido" [literalmente "un corte de separación"; del verbo Kârath, "cortar"]; gr. apostásion) se entiende la disolución de un matrimonio válidamente surgido, viviendo todavía los cónyuges. De modo más específico, a nivel técnico-jurídico, se indica tanto el asunto de revocación del consentimiento matrimonial como el acto formal que disuelve el matrimonio.

El divorcio en el Antiguo Testamento.
Deuteronomio 24:1–4 constituye el punto de partida, no sólo por lo que se refiere al Antiguo Testamento, sino a todas las referencias bíblicas sobre nuestra temática. Jesús mismo hace arrancar de este pasaje su enseñanza sobre el divorcio.

Un estudio cuidadoso de este pasaje de la Escritura indica que la Ley de Moisés toleraba el divorcio entre los israelitas por otras causas además del adulterio, permitiendo a los divorciados unas segundas nupcias. El divorcio se consentía sobre la base de «alguna cosa indecente» (Reina‐Valera), «algo vergonzoso» (Nueva Biblia Española).

El doctor Alfredo Edersheim manifiesta que dicha indecencia “incluía toda suerte de actos incorrectos, tales como andar con el cabello suelto, hilar en la calle, hablar libremente con hombres (no eran parte de su familia), tratar mal a los padres del esposo en su presencia, discutir, es decir hablarle al esposo en voz alta que pudieran oír los vecinos, tener mala reputación en general, o descubrírsele algún fraude anterior al matrimonio”. (Sketches of Jewish Social Life, pp. 157.158, Eerdmans Pub. Co., 1957).

Algunos comentaristas han pensado que lo «indecente» o «vergonzoso» se refería siempre al adulterio y que, por lo tanto, Jesús y la Ley estaban de acuerdo al permitir el divorcio solamente en caso de adulterio. Pero el pasaje y su contexto veterotestamentario no apoyan semejante tesis. La Ley determinaba que todo adúltero —hombre o mujer, la Ley mosaica no hacía distinción— tenía que ser apedreado hasta la muerte (Dt. 22:22) y, en cambio, la mujer de que habla Deuteronomio 24 no solamente no es apedreada, sino que tiene libertad para volver a casarse. La expresión hebrea traducida «algo vergonzoso» o «indecente» significa más bien una conducta torpe (Nácar‐Colunga y Versión Moderna Hispanoamericana), impropia. El esposo judío podía acusar a su esposa por cualquier cosa que le pareciera incorrecta, desagradable, y a veces bajo cualquier pretexto. Precisamente para proteger a la mujer de las arbitrariedades de un marido inconstante e irresponsable, la Ley lo obligaba a entregar «una carta de divorcio» a la mujer que repudia.

No obstante, Deuteronomio 24 no aprueba ni fomenta el divorcio, y ni siquiera lo regula. Simplemente, lo tolera. Y mediante la «carta de divorcio» pone en manos de la mujer —la parte más indefensa en aquel tiempo— un documento legal que la coloca a salvo de las calumnias del hombre en una sociedad patriarcal.

La interpretación seria de este pasaje muestra que la Ley mosaica recogía una práctica que se había impuesto de hecho por la fuerza de la tradición y que Dios toleraba. Porque, hay que repetirlo, Deuteronomio 24 tolera —no ordena— el divorcio. En Mateo 19, Jesús nos explicará el porqué de esta tolerancia: «Por la dureza de vuestro corazón» (Mt. 19:8). En Deuteronomio 24 solamente el versículo 4 expresa una orden tajante de parte de Dios; los otros versículos no hacen más que describir una situación de hecho.

Mal 2:16 “Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido, dijo Jehová de los ejércitos. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales”.

El divorcio en el Nuevo Testamento.

1. La enseñanza de Jesús.
En Mateo 19, Jesús no presenta una nueva Ley, sino que se remite al plano ideal, original, de las intenciones de Dios para el ser humano. Observemos cómo Jesús corrige a los fariseos: Moisés no mandó dar carta de divorcio y menos todavía «por cualquier causa». Moisés permitió tal práctica debido a la dureza del corazón humano.

El Señor explica: «Yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera» (Mt. 19:9). En Mateo 5:31–32 dentro del contexto del Sermón de la Montaña, Jesús repite la misma enseñanza. La lección del Señor en todos estos textos es idéntica: sólo existe un motivo legítimo de divorcio a los ojos de Dios, el adulterio. Y es que la infidelidad destruye aquella unión expresada en la sentencia divina: «y serán los dos una sola carne».

En el Antiguo Testamento la infidelidad disolvía el matrimonio mediante la muerte de la parte culpable. El cónyuge inocente podía así contraer un nuevo matrimonio. En cambio, la enseñanza de Jesús admite el divorcio para liberar al marido en caso de adulterio de la esposa, o para liberar a ésta cuando el adulterio lo comete el hombre (Mr. 10:12). El Antiguo Testamento no legitimaba la ruptura, salvo en casos de adulterio. Sin embargo, la ley mosaica toleraba el divorcio por la dureza del corazón humano.

La normativa que introduce Jesús anula dicha tolerancia. En su Reino, la Ley sobre el divorcio será más estricta, estará más de acuerdo con la intención original del Creador para la pareja. Mateo 19:9 revela que Jesús permite el divorcio en caso de adulterio. Porque esta ruptura no depende de Dios sino de los cónyuges. Se trata del fracaso del amor humano; no es cuestión de que el amor de Dios instituya el divorcio, como antes instituyó el matrimonio. Esto es inimaginable, puesto que el divorcio es siempre un mal, incluso cuando es un mal menor.

Lo que hace Jesucristo es señalar la realidad del divorcio como un hecho innegable producido por la infidelidad. La comprensión de este punto es capital para entender la doctrina bíblica sobre el divorcio.

Según Mateo 19:9 hay más todavía: parece justificado afirmar que cuando un cónyuge repudia al otro por adulterio, este repudio expresa la disolución —la quiebra— del lazo matrimonial y, por consiguiente, el hombre (o la mujer) queda libre para volver a casarse, sin caer en la responsabilidad de un nuevo adulterio. El divorcio disuelve el matrimonio.

2. La enseñanza del apóstol Pablo.

Queda fuera de toda duda que la separación y el divorcio fueron de hecho practicados en el seno de las comunidades cristianas primitivas. Años antes de que se escribieran los Evangelios, Pablo ya escribía a los cristianos de Corinto respondiendo a preguntas sobre esta problemática. Lo significativo es que el apóstol, conocedor de la intención de Dios revelada en Cristo —y fiel intérprete de las enseñanzas de su Señor— sobre la indisolubilidad matrimonial, opta por reconciliar esta intención original de Dios con la misericordia divina. Porque él sabe que la voluntad de Dios es también redentora y transformadora de la realidad de un mundo caído.

La consulta de los corintios tenía que ver con tres casos específicos:

a. El divorcio entre creyentes (1 Co. 7:10–11).
b. El divorcio entre un creyente y un incrédulo cuando éste no quiere la separación (vv. 12–14).
c. El divorcio entre un creyente y un no creyente cuando éste quiere la separación definitiva (vv. 15–16).

En el primer caso, el apóstol Pablo reafirma la enseñanza de su Maestro en Mateo 5:32 y sugiere que hay recursos suficientes de gracia y de amor en los cónyuges creyentes para no tener que llegar a la ruptura total. Sin embargo, con su realismo característico, la Biblia reconoce que, a veces, el matrimonio puede resultar difícil, intolerable y angustioso incluso entre cristianos. En estos casos, la idea es que se separen y se queden sin volver a casarse (v. 11). La separación deja la puerta abierta a una posible reconciliación futura.

En el segundo caso, el creyente debe permanecer fielmente al lado del cónyuge no cristiano que consiente en vivir con aquél (v. 12). La parte creyente en este caso está llamada a dar un testimonio vivo, amoroso y eficaz a la no creyente (vv. 13–14). La ruptura no tiene que venir jamás de la parte cristiana.

En el tercer caso, el apóstol Pablo permite el divorcio y la posibilidad de volver a casarse, tanto a una parte como a la otra. La decisión de la ruptura se ha originado en el cónyuge incrédulo, contra cuya decisión nada puede hacer ya el creyente (vv. 15–16). Es lo que la Iglesia denomina excepción paulina.

Conviene señalar que el verbo «separar», que aparece en los versículos 10, 11 y 15, en el original es más propiamente divorciar. Se trata en todos estos versículos del mismo vocablo griego, koridzo, que significa, obviamente, divorciar. De lo contrario Pablo no hubiera puesto como condición a los matrimonios cristianos con problemas («si se separan, quédense sin casar»; v. 11), lo cual indica la posibilidad legal de una nueva unión después de la ruptura. Este vocablo —y el uso paulino lo demuestra—significa la realidad inequívoca del divorcio, con o sin condiciones; en el versículo 11 es divorcio, con la condición de no volver a casarse (lo cual constituye el equivalente lejano de nuestra separación, cosa desconocida en el Imperio romano). En el versículo 15 se refiere al divorcio sin condiciones (es decir, con posibilidad de volver a casarse): «pues no está el hermano sujeto a servidumbre en semejante caso». ¿Qué quiere decir el apóstol Pablo?

En el caso del versículo 11, aunque la esposa se divorciara del marido, está todavía sujeta a servidumbre con vistas a una posible reconciliación, ya que ambos cónyuges son creyentes. Mas, cuando el no creyente se divorcia del cristiano, éste no se halla ya sujeto a servidumbre, es decir, a permanecer en la espera de una hipotética reconciliación. Esto conlleva la posibilidad de un nuevo matrimonio, pues tal es el sentido de la expresión «no estar sujeto a servidumbre».

Si tuviéramos que resumir la enseñanza neotestamentaria sobre el matrimonio y el divorcio, según lo obtenido en el análisis de los textos sobre el tema, podríamos afirmar que el divorcio es contemplado como una realidad trágica y no deseado por Dios, que está ahí como una frustración más y un exponente claro de las consecuencias del pecado. El Nuevo Testamento reconoce la existencia de divorcio y su legitimidad, incluso, como mal menor, en dos ocasiones:

1) Por ruptura del principio «serán los dos una sola carne». Es a causa del adulterio, que se destruye el vínculo matrimonial.

2) Por quiebre espiritual de la relación conyugal; cuando se produce el divorcio originado en la parte no creyente por no tolerar la nueva vida en Cristo del consorte cristiano.

La dinámica que descubrimos en estos textos responde a una tensión entre la revelación de la voluntad divina (matrimonio indisoluble como ideal que debe proclamar y vivir la Iglesia) y la misericordia de Dios que actúa en favor del hombre y dentro de las situaciones concretas en que éste se halla. Lo fundamental es comprender que el evangelio que proclamamos es una «buena noticia», y debe serlo también para los matrimonios rotos y las parejas destrozadas. Es la vida humana —y no leyes abstractas— la que tenemos con nuestro mensaje. Ello explica también que la enseñanza del Nuevo Testamento vaya desarrollándose en gran parte a medida que surgen problemas morales (pensemos, por ejemplo, en 1 Corintios y en la epístola a Filemón). Respecto al divorcio, quizá nos habríamos quedado solamente con las palabras de Jesús en los sinópticos, de no haberse planteado la cuestión de los matrimonios mixtos en Corinto, lo que dio lugar a la ampliación del tema por parte de Pablo en 1 Corintios 7.

Si en las iglesias del Nuevo Testamento hubieran surgido situaciones análogas a las de nuestros días, ¿cuál habría sido la normativa apostólica?

A partir de unos principios básicos inalterables, junto con los ejemplos prácticos que la Escritura nos ofrece, ¿no puede la Iglesia establecer una orientación —siempre concorde con la Palabra de
¿Dios— para las cuestiones que no están explícitamente decididas en la Biblia?

Dado que el Nuevo Testamento señala dos casos inequívocos en los que hay que admitir la realidad del divorcio, y tomando en consideración lo que hemos dicho acerca del llamado «derecho paulino», ¿tenemos derecho a condenar a aquellos hermanos y a aquellas iglesias que creen que Dios puede arreglar también otras situaciones de quiebra matrimonial y ofrecer su perdón y su ayuda a los divorciados?

Únicamente en el contexto amplio de la intención de Dios Creador y Salvador, tal como se nos revela en Jesucristo y por su Palabra, podemos definir y aplicar lo que es el bien y la verdad de Dios para todas las situaciones concretas del hombre y de la mujer.

Sumario:

Lo ideal para el apóstol Pablo es no contraer matrimonio, si uno desea servir al Señor sin contratiempo; aunque ese estado conlleva grandes tentaciones como la impureza sexual; quien no esté preparado para llevar una vida de celibato debe casarse, establece el principio de que el orden divino sigue siendo el mismo, que cada persona tenga sólo un cónyuge, que el matrimonio es una interdependencia mutua, tanto el marido como la mujer deben reconocer su interdependencia de los roles del matrimonio;  lo que Pablo enseñaba a los corintios no es sólo para ellos, sino en todas las iglesias. (1 Co. 7:17).

Juan Salgado Rioseco

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