¿Cuál debe ser la senda que debe retomar el pentecostalismo
contemporáneo?
De acuerdo con la real academia española, acepción de
personas es: “Acción de favorecer o inclinarse a unas personas más que a otras
por algún motivo o afecto particular, sin atender al mérito o a la razón.” Unas
de las causas del desmerito de las organizaciones de la Iglesia en Cristo Jesús
es el nepotismo, la acepción hacia personas que no teniendo el testimonio del
salvado y los méritos suficientes son puestos en cargos de liderazgo y labores
pastorales. Esto provoca un gran deterioro en las relaciones internas de la
comunidad.
El actuar con parcialidad, de designio de puestos sin
méritos alguno, prevención en favor o en contra de alguien, son acciones de
falta de neutralidad, donde la falta transparencia en la manera de proceder
violentan la armonía en el interior de la comunidad y con el tiempo produce
fisuras que provocaran crisis severas. En libro de Job encontramos que “Él (Dios) os reprochará de seguro, si
solapadamente hacéis acepción de personas.” (Job 13:10).
Los prejuicios, o preferencias para sacar ventajas personales
que no sean espirituales, es corrupción; hacer abuso de poder para imponer o
asegurar un estatus personal sin contemplar los principios bíblicos al respecto
es actuar con deshonestidad delante de Dios y los miembros de la comunidad;
este tipo de alteración provoca disgregación del fundamento establecido por los
apóstoles y los Padres de la Iglesia. Pablo
aconsejaba a Timoteo “Te encarezco
delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos, que guardes
estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad.” (1Ti 5:21).
El conferir una dignidad eclesiástica o un beneficio a alguien
por la consanguinidad, no es agradable delante de Dios; está establecido a
través del Espíritu Santo la capacitación para servir a la iglesia conforme al
propósito del llamado de Dios; son los carisma o dones del Espíritu Santo los
que avalan la autoridad o el liderazgo eclesiástico. Las Sagradas Escrituras
nos dicen “Sea, pues, con vosotros el
temor de Jehová; mirad lo que hacéis, porque con Jehová nuestro Dios no hay
injusticia, ni acepción de personas, ni admisión de cohecho.” (2 Cr. 19:7),
“Porque el que procede con injusticia
sufrirá las consecuencias del mal que ha cometido, y eso, sin acepción de
personas.” (Col. 3:25).
Dios, desaprueba la "acepción de personas", las
enseñanzas paulinas ratifican la no acepción de personas dentro de las
comunidades, esta debería ser una enseñanza esencial y su práctica debe debería
ser cumplida rigurosamente en especial por las personas que se encuentra en una
posición de Liderazgo o autoridad. La Palabra de Dios nos advierte “pero si hacéis acepción de personas, cometéis
pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores.” (Stgo. 2:9).
Una las definiciones de integración nos dice que “es un
proceso dinámico y multifactorial que supone que gente que se encuentra en
diferentes grupos sociales, ya sea por cuestiones económicas, culturales,
religiosas o nacionales, se reúnen bajo un mismo objetivo o precepto.”
El encuentro del mestizaje religioso popular y la
religiosidad impositiva conquistadora europea estadounidense, provocó una
multiplicidad de costumbres religiosas invertebradas que dieron origen a una
constante disgregación de las comunidades pentecostales.
El Pentecostalismo chileno del siglo XXI, se encuentra
inserto en una sociedad que se cataloga moderna progresista; donde la
multiculturidad, la brecha educacional y posición económica, dividen más que
unen; donde su Liderazgo eclesiástico no se encuentra preparado para enfrentar
los desencuentros sociales, educacionales, económicos, generacionales, menos
con la llegada de migrantes, que por múltiples factores irrumpen en las
congregaciones, trastocando los usos y costumbres en especial de los grupos mas
dogmáticos; donde existen ambigüedades sobre temas valóricos y desencuentros
internos frente al laicismo agnóstico de la clase gubernamental estatal; donde
no existen contrafuertes para enfrentar la globalización, el individualismo, el
relativismo, la secularización; donde prima la religión popular indocta del
conocimiento bíblico; a conllevado que el pentecostalismo mute hacia tendencias
neopentecostales con una praxis basada en el individualismo y un hedonismo que
satisface el personalismo y no del colectivo.
La iglesia en Cristo Jesús por esencia es integradora, El
Salvador dijo: “Venid a mí todos los que
estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt.11:28). El
apóstol Pablo escribió “Ya no hay judío
ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos
vosotros sois uno en Cristo Jesús.” (Gá. 3:28 RVR1960), e indica en Romanos
(2:11) “no hay acepción de personas para con Dios.”
Sin embargo, la
realidad es diametralmente opuesta en el interior y entre la comunidades
pentecostales, por múltiples razones, se percibe que en las relaciones internas no
son de plena armonía, más bien, la crisis divisionaria, de disgregación ha sido
la tónica en la convivencia pentecostal; a eso, agregamos la discriminación
social, cultural o racial hace que las comunidades sean violentadas en sus
cimientos olvidando u omitiendo que Jesús oró al Padre “Mas no ruego solamente por éstos,
sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos,
para que todos sean uno; como tú, oh Padre,
en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.” (Jn.
17:20 -21). La unidad es lo que menos practican los pentecostales, están
latentes la discordia por el poder o la autoridad, la lucha por ser el portavoz
del movimiento pentecostal, las disensiones sobre los temas valóricos son
cotidianas, los intereses personales son el factor que más inciden en la falta
de integración.
Es esencial que las Iglesias pentecostales empiecen a
proyectar la “integración” como una norma vital para su subsistencia armónica
plena de una comunión exigía por el dador de la vida. Para dar vida a la
expresión paulina somos “Uno en Cristo Jesús”, y se haga realidad la oración
del Maestro “para que el mundo crea que
tú me enviaste.”
Juan Salgado Rioseco
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