IV.
La decisión del hombre: los dos
caminos.
Hay dos caminos para el ser
humano: uno hacia el gozo eterno o de vida, el otro hacia el sufrimiento eterno
o de muerte. La forma en que caminemos por la vida, será el camino que hemos
transitado durante nuestra existencia terreanal, solo conoceremos su final cuando
dejemos la vida física y transitemos por la muerte física, en ese momento no existirá
la posibilidad de volver a atrás o enmendar un nuevo rumbo, esta situación la gráfica muy bien la parábola de “El rico y el pobre Lázaro” (Lc. 16:19-31).
El camino de la Vida es el camino de Dios, en apariencia
angosto y estrecho, difícil de transitar y por el que no va mucha gente. El
camino de la muerte es ancho, espacioso y fácil de transitar, por el cual el
gran porcentaje de los seres humanos caminan. ¿Por cuál camino transita usted?
El camino de la vida esta
señalizado por Jesucristo “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al
Padre sino es por mí.” (Jn. 14:6). El otro camino esta señalizado por los
deseos de la carne “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin
es camino de muerte.” (Pr. 14:12)
El ser humano no está preparado
ni aprobado para estar delante de la presencia de Dios a causa de su inmundicia,
la interrogante de Job cobra vigencia en estos tiempos ¿Quién hará
limpio a lo inmundo?, la pregunta esta respondida por el mismo “Nadie.” (14:4); encontramos un par de
interrogantes en el libro de Job “¿Cómo, pues, se justificará el hombre para con Dios? ¿Y
cómo será limpio el que nace de mujer? He aquí que ni aun la misma luna será
resplandeciente, Ni las estrellas son limpias delante de sus ojos; ¿Cuánto
menos el hombre, que es un gusano, y el hijo de hombre, también gusano? (Job 25:4). El salmista
escribió “Yah,
si guardaras registro de iniquidades, ¿quién, YAHWEH, podría mantenerse en pie? (Sal. 130:3 Kadosh); en otro salmo escribe “Y no entres en
juicio con tu siervo; Porque no se
justificará delante de ti ningún ser humano.” (Sal. 143:2 RV).
El escritor de Eclesiastes señala “Ciertamente no hay hombre justo en
la tierra, que haga el bien y nunca
peque.” (Ec. 7:20),
el Proverbista se pregunta “¿Quién podrá decir:
Yo he limpiado mi corazón, Limpio estoy de mi pecado? (Pr. 20:9).
Pablo, el apóstol de los
gentiles, escribe para aquellos que están acostumbrados a justificarse por si
solos “Porque
aunque de nada tengo mala conciencia, no
por eso soy justificado;” (1 Co. 4:4), ante esta situación Job escribe “Si yo me justificare,
me condenaría mi boca; Si me dijere perfecto, esto me haría inicuo.” (Job 9:20); nuestro Salvador
enseña al respecto “Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos
delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los
hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación.” (Lc. 16:15). Entonces cabe de
preguntarse como lo hizo Job en su tiempo (1.700 aC) “Ciertamente yo
sé que es así; ¿Y cómo se justificará el
hombre con Dios?” (Job 9:2), donde la
palabra “justificación” denota la idea de ser declarado inocente de algún
delito o pecado. O volver a preguntarle a Jesús, como lo hizo el joven rico “Maestro
bueno, ¿qué haré para heredar la vida
eterna?” (Mr.
10:17).
Teniendo presente las palabras
del apóstol Pablo “¿Qué, pues? Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a
gentiles, que todos están bajo pecado. Como
está escrito: No hay justo, ni aun uno; No
hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga
lo bueno, no hay ni siquiera uno.
Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno
de áspides hay debajo de sus labios; Su boca está llena de maldición y de
amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre; Quebranto y desventura
hay en sus caminos; Y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante
de sus ojos.” (Ro.3:9-18)
La solución al problema viene
de Dios en las palabras del apóstol Pedro, en la Fiesta de Pentecostés diez
días después de la ascensión de nuestro Salvador, hizo un llamado a los que le escuchaban: “Arrepentíos, y
bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los
pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.” (Hch. 2:38), reiterando el
mismo llamado cuando subía al Templo y sana al cojo de nacimiento “Así que,
arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que
vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio.” Hch. 3:19). La propuesta de
Dios: “perdón de pecados” y “que sean borrados nuestros pecados” para poder
recibir “el don del Espíritu” y “tiempos de refrigerios”.
¿Pero que debe hacer el ser
humano para hacer efectiva la propuesta de Dios? La respuesta está en las palabras de Santiago,
hermano de nuestro Señor Jesús, “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores,
limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros
corazones.” (4:8). “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará”. (10). Realizar acciones efectivas:
Acercarnos a Dios, limpiar nuestras manos, purificad nuestros corazones,
humillarnos delante del Señor.
¿Cuál debe ser la acción del
ser humano, para elegir y transitar en el camino de Dios? Escuchar el llamado
de Pedro y ponerlo por obra: Arrepentíos y convertíos. Reiterando el
llamado de Juan el Bautista y Jesús (Mt. 3:2; 4:12).
El ser humano está condenado y
efecto será hasta la eternidad (Jn. 3:19; Ro. 3:23), requiere de la salvación
que sólo Dios puede proveer para salir de esa condenación (Jn. 3: 16; Ro. 3:
24), sin embargo, todo está supeditado a su decisión: aceptar el llamado de Dios
o seguir viviendo según los deseos de la carne que lo alejan aún más del Eterno
y Santo ¿Cuál será su decisión?
Debe tener presente la
siguiente declaración: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al
Hijo de Dios, no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis
en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna…” (1 Jn. 5:12-13)
Juan
Salgado Rioseco
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