lunes, 16 de abril de 2018

Edificando casas “espirituales”.


"Vosotros también, como piedras vivas, sois edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo." (1 Pedro 2:5 RVG).

La iglesia crece, cuando todos sus componentes cumplen con lo estipulado por Dios a través de las Escritura, lo hacen con responsabilidad y dedicación en el lugar para lo cual fue llamado.

Que profundo es el consejo de Pablo, el apóstol de los gentiles, a su hijo espiritual Timoteo “para que, si me retraso, sepas cómo debe portarse uno en la familia de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, la cual sostiene y defiende la verdad.” (1 Ti. 3:15 parafraseado). Al maduro o sabio espiritual le llega y le penetra muy adentro. 

Los servidores de Cristo deben procurar con ansias el pleno conocimiento de la voluntad del Padre, alcanzar la sabiduría y comprensión espiritual; para lograr una forma de vida que honre siempre y agrade al Señor, entonces estarán produciendo toda clase de buenos frutos; para lograr lo anterior el que edifica casa espiritual debe ir creciendo a medida que persevere en el aprender a conocer a Dios más ya más. (Col 1:9-10).

Era la constante preocupación en sus rogativas de Pablo el apóstol de los gentiles por aquellos que servían a Dios a través de la Iglesia de Cristo “Pido en mi oración que su amor siga creciendo más y más todavía, y que Dios les dé sabiduría y entendimiento, para que sepan escoger siempre lo mejor. Así podrán vivir una vida limpia, y avanzar sin tropiezos hasta el día en que Cristo vuelva; pues ustedes presentarán una abundante cosecha de buenas acciones gracias a Jesucristo, para honra y gloria de Dios.” (Fil. 1:9-11 DHH). 

De la misma forma Pedro, el apóstol de los judíos (Ga. 2:6-9), en los últimos días de su vida escribía que aquellos que le han dedicado su vida a Dios y han recibido el llamado, están viviéndolas promesas preciosas, valiosas y confiando en ellas serán semejantes a Dios, entonces podrán escapar del mundo, para lograrlo, deben esforzarse por mejorar su vida espiritual teniendo una buena conducta, conocimiento, dominio propio, constancia, servicio a Dios con excelencia, afecto y amor por todos. Si todas estas cosas están presentes en la vida de los servidores de Dios y lo aumentan, entonces no serán gente inútil y no habrán conocido en vano a nuestro Señor Jesucristo. Si a alguien le faltan estas cosas, no puede ver bien, está ciego y ha olvidado que sus pecados fueron perdonados. Dios los llamó y los escogió, hay que esforzarse por demostrarlo en vida, así nunca caerán, sino que recibirán una grandiosa bienvenida al reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. (2 Pe 1:3-11).

Hasta su último aliento Pedro les recordaría “Por eso les seguiré recordando siempre todo esto, aun cuando ya lo saben y permanecen firmes en la verdad que les han enseñado. Mientras yo viva, creo que estoy en el deber de llamarles la atención con estos consejos. Nuestro Señor Jesucristo me ha hecho saber que pronto habré de dejar esta vida; pero haré todo lo posible para que también después de mi muerte se acuerden ustedes de estas cosas.” (2 Pe. 1:12-15 DHH). 

Los motivaba “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.  A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad.  Amén.” (2 Pe. 3:18).

Algunas consideraciones para que prospere la obra de una iglesia:

1)      Deben despertar los dormidos.
2)      Dejar de ser inexperto, incapaz de juzgar rectamente.
3)      Cada uno debe ocupar su lugar de acción de acuerdo con su capacitación dada por el Espíritu Santo.
4)      Actuar como un siervo de Dios.
5)      Tener un espíritu de servicio, para engrandecer la obra de Cristo.

El apóstol Pedro no indica que, como buenos administradores de los diferentes dones de Dios, cada uno sirva a los demás según lo que haya recibido. Cuando alguien hable, sean sus palabras como palabras de Dios. Cuando alguien preste algún servicio, préstelo con las fuerzas que Dios le da. Todo lo que hagan, háganlo para que Dios sea alabado por medio de Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el poder para siempre. (1 Pe. 4:10-11).
Juan Salgado Rioseco

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