¿La Iglesia de Dios en Cristo Jesús, es perfecta en unidad como lo solicitó Jesús a su Padre?
¿O tiene una actitud de omisión, o se convive permisivamente con la segregación en su interior?
¿O tiene una actitud de omisión, o se convive permisivamente con la segregación en su interior?
El mandato primario dado por nuestro Señor Jesús: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.” (Juan 13:34 RVR1960).
Una de sus
mayores peticiones sacerdotales al Padre fue “para que
todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean
uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me
diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en
ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca
que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.”
(Juan 17:21-23 RVR1960).
Jesucristo
anhelaba que sus seguidores se amaran los unos a los otros, que fueran uno, alcanzaran
la unidad perfecta con el solo propósito que el mundo reconocieran en ellos que
el Padre eterno había enviado a su hijo y pudieran creer en el evangelio.
El apóstol
Pablo instaba a los receptores de la carta a Los Hebreos dentro de sus deberes
cristianos a “Permanecer en el amor fraternal y a no olvidar la hospitalidad” (Hebreos
13:1-2 RVR1960).
Al principio de la comunidad de Jerusalén practicaba la unidad y tenían todas las cosas en común (Hechos 2:1; 4:32-35 RVR 1960), un ejemplo de compañerismo cristiano (koinonía) basada en la Fe en nuestro Señor Jesús, al amor a nuestros hermanos y la esperanza mancomunada de alcanzar las promesas de Dios en la eternidad.
Koinonía es un
concepto teológico que alude a la comunión eclesiástica y a los vínculos que
ésta misma genera entre los miembros de la Iglesia y Dios, revelado en
Jesucristo y actuante en la historia por medio del Espíritu Santo. La idea
central en el griego, es asociación o consorcio, en el griego secular, se usa
para expresar una íntima relación entre las personas.
Solo los que
son amigos de Jesús alcanzan un verdadero compañerismo cristiano, (Hechos 2:42;
2 Corintios 6:14), la cual se basa en el común conocimiento del contenido del
mensaje cristiano (1 Juan 1:3). No puede existir una comunión verdadera entre
los domésticos de la fe, sino se ha alcanzado la amistad íntima con Jesús. La cual
se hace práctica en la comunión del evangelio de Cristo (Filipenses 1:5), con
la presencia, compañía, ayuda y guía del Espíritu Santo (2 Corintios 13:14; Filipenses
2:1). Por lo consiguiente, la Koinonia es lo que liga a los cristianos unos con
otros, con Cristo y con Dios.
Jesús es el
agente de la comunión íntima con Dios.
El sacrificio de Jesucristo nos devuelve la comunión con el Padre
(Colosenses 1:22; Salmo 25:14), nos limpia de todos pecado (1 Juan 1:6-8). La
comunión nos lleva al crecimiento pleno (1 Juan 1:3); permanecer en Él nos
lleva a una comunión constante y vital (Juan 15:4-6). Dios nos llama a una vida
de comunión con El, y con su Hijo (1 Corintios 1:9; 2 Corintios 13:14).
El apóstol Pablo
nos exhorta a que seamos solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo
de la paz; manteniendo un cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor, una fe,
un bautismo, un Dios y Padre de todos (Efesios 4;3-6); la unidad descansa en
estas verdades doctrinales; para lograr la perfecta unidad, debemos actuar con sabiduría
de Dios la cual es “primeramente pura, después pacífica” (Santiago 3:17); además
Pablo agrega que debemos seguir la verdad en amor, para tener un cuerpo , bien
concertado, unido, cumpliendo cada uno su función y así todo el cuerpo crece y
se fortalece por el amor ( Efesios 4:15-16).
La Comunión entre los cristianos se hace realidad cuando compartimos experiencias del devenir del evangelio (1 Pedro 4:13); suplimos las necesidades o practicamos la hospitalidad, somos solidarios con los que sufren (Romanos 12:13; 15:27; Gálatas 6:6).
Todas estas acciones no llevan a construir la unidad perfecta, debido a que sentimos, padecemos, sufrimos, nos gozamos con los domésticos de la fe; nos hace partícipe de lo divino en la vida de nuestros compañeros de fe; nos hace actuar con generosidad en la debilidad de los miembros del Cuerpo de Cristo; con templanza y mansedumbre en los periodos de crisis de la Iglesia; nos lleva a cultivar el respeto con todos y para todos, porque somos la imagen de Dios y su hijo dio su vida por todos los que han creído en Él.
La unidad
perfecta se construye desde el cimiento al negarse a sí mismo para construir el Cuerpo de Cristo, en fe, esperanza y amor entre todos los adoradores de Dios a través de su Hijo
amado Jesucristo. Quien no tiene esa capacidad, no ha logrado la madurez
cristiana, vive de los rencores pasados, busca las disensiones, los pleitos,
camina por los senderos de la ambición personal por abrirse paso en busca de un
renombre humano, no la interesa la gloria de Dios sino el reconocimiento y
honra humana, aspira sin merecerlo el poder y la autoridad dentro de la
asamblea. Personas carnales, que violentan el Evangelio de Cristo con sus actitudes y en forma destemplada se inmiscuyen en la soberanía de Dios, usurpando lo que exclusivamente está reservado para su Hijo primogénito: Jesús.
El profundo
deseo del apóstol de los gentiles era: “hasta
que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de
Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la
plenitud de Cristo;” (Efesios 4:13)
La unidad
perfecta se logra cuando nuestros pensamientos, sentimientos, palabras, actos, puedan
reflejar nuestra transformación interior en las vivencias personales y
comunitarias al servicio de Dios. Sin las mezquindades que el viejo hombre o mujer nos hace actuar en perjuicio de nuestros hermanos en la fe. No puede haber una genuina y verdadera unidad entre los santos a no ser que sea una unidad ligada a la Palabra de Dios y conducia por el Espiritu Santo.
Juan Salgado Rioseco
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