“Quiero decir, que cada uno de
vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso
está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis
bautizados en el nombre de Pablo?” (1 Corintios 1:12-13).
“Os di a beber leche, y no vianda;
porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales;
pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois
carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de
Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales? ¿Qué,
pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis
creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. (1 Corintios 3:2-5).
El término
segregación (del latín segregatĭo) hace referencia a la acción y efecto de
segregar, es decir, separar, marginar o apartar algo del resto de los objetos o
personas. Usualmente,
el término segregación hace referencia al proceso social y político por el cual
se segrega a un grupo de seres humanos, generalmente una minoría étnica,
religiosa o política del resto de la sociedad.
El
segregacionismo puede manifestarse de diversas maneras dentro de una comunidad
cristiana: entre los espirituales y los carnales; entre los ancianos y jóvenes;
entre hombres y mujeres; entre posiciones sociales, educacionales o laborales;
entre los que manejen el poder y los que ambicionan el poder.
Los primeros
indicios de segregación, se manifestaron en la comunidad Jerosolimitana, en el
pasaje bíblico del libro de los Hechos 6:1, donde se relata la desatención de
las viudas griegas, provocando murmuración y descontento. De esta comunidad
eran los líderes de los judaizantes como Mateo y Santiago, que se opusieron a la
entrada al Cuerpo de Cristo de los gentiles (“goi” que significa: pagano,
extraño a Dios, sin pacto o promesa; contrario a Dios); esta situación
desemboco en el primer Concilio efectuado en Jerusalén en el año 50 app.
(Hechos 15); podemos agregar la segregación que hacían los judíos hacia los
samaritanos, a los gentiles prosélitos o temerosos, contra los judíos que
ejercían oficios considerados inmundos.
En la
comunidad de Corintios se manifestó sesgos de división y segregación (1
Corintios 3:1-4), a lo cual el apóstol Pablo replico que “los hombres solo son servidores de Cristo, y administradores de los
misterios de Dios.” (4:1), que solo
deben preocuparse de ser hallado fiel (2) y no ser envanecido (18,19). El envanecimiento es cuando una persona
(4:6), que actúa con orgullo, vanagloria, soberbia, presunción, arrogancia,
altivez, fanfarronería, endiosamiento, engreimiento. Estas actitudes provocan celos,
contiendas, disensiones, divisiones, segregaciones en el seno del Cuerpo de
Cristo.
En el Cuerpo
de Cristo, solo la soberanía de Dios debe ser la ejecutante del plan que Dios
tiene para ella, sin embargo, la interferencia del hombre es una constante la
que ha provocado todas clase de segregaciones a lo largo de los siglos de
historia de la Iglesia de Dios, incluso provocando muerte, destrucción,
venganza entre los contrincantes cristianos.
El Cuerpo de
Cristo no es una institución humana, ni política, ni partidista, menos para
cultivar los egos personales. La soberanía de Dios no necesita la ayuda o
colaboración del hombre para ejecutar su plan, el hombre debe someterse al
régimen nuevo del Espíritu y no vivir bajo el régimen viejo de la carne; Dios
no necesita ayuda, ni menos interferencia; necesita del hombre sometimiento y
obediencia. La actitud del hombre debe ser templada frente a los acontecimientos,
utilizar el discernimiento para actuar en pro del Cuerpo de Cristo, saber
negarse a sí mismo en bien del interés de la Iglesia, no olvidar que es solo un
“siervo” de Dios, colaborador de su labranza.
Para poder
discernir debe tener conocimiento pleno de la Palabra de Dios, sino los tiene
debe detenerse “en los caminos, y mirad,
y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y
hallaréis descanso para vuestra alma.” (Jeremías 6:16) y no seguir actuando
con necedad ni ser neófito al tomar decisiones, no sea que envaneciéndose caiga
en la condenación del diablo. (1 Timoteo 3:6).
La tercera
carta de Juan, tenemos un ejemplo del segregamiento producido por el
autoritarismo de Diotrefes. Este hombre se había apoderado del liderazgo de una
iglesia en Asia, y no sólo se rehusaba a reconocer la autoridad de Juan como un
apóstol, sino también a recibir sus cartas y seguir sus instrucciones. También
hacía circular maliciosas calumnias en contra de Juan y excomulgaba a los
miembros que proporcionaban ayuda y hospitalidad a los mensajeros de Juan.
Existe una sentencia popular o aforismo: “El poder corrompe”, la ambición al
poder a corrompido el accionar de aquellos que dicen ser siervos de Dios, teniendo
apariencia de piedad, pero niegan la eficacia de ella.
La discriminación y la segregación religiosa de la mujer, se
puede catalogar como una misoginia, que manifiesta de diversas maneras: denigración,
discriminación, violencia y cosificación sexual de la mujer. El papel que ha
jugado la mujer en el Cuerpo de Cristo en estos 21 siglos ha sido importante
para el crecimiento y expansión del Evangelio de Cristo. Las mujeres no solo
tienen una presencia numérica mayor a la de los hombres, han tenido una
responsabilidad fundamental en la transmisión de la fe cristiana. No hay que
olvidar que la profetisa Ana que vivía en el templo, al presenciar la
presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén, comenzó a hablar del Niño a
todo aquel que esperaba la redención de Jerusalén (Lucas 2:36-46); el primer
testigo de la resurrección de Jesucristo, fue María de Magdala; la noticia de
la resurrección fue llevada por mujeres a los apóstoles. La gran proclama del
apóstol Pablo “No hay judío ni griego; no
hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo
Jesús.” (Gálatas 3:28) debe ser una de las máximas de nuestra convivencia
fraternal dentro de toda comunidad cristiana, porque todos sin excepción hemos
sido revestido en Cristo (27), si actuáramos de esta forma se manifestaría
ningún sesgo contrario a la perfecta unidad.
Una de las características de la Iglesia Pentecostal de
Chile, es su gran expansión en las primeras décadas del siglo XX, las que
ejecutaron la labor primordial en esta área, fue la mujer; se convirtieron en el gran brazo evangelístico
de este movimiento, llevaron su fe a su familia, familiares, amistades; osaron
transmitir la Palabra de Dios en lugares que a los hombres se les fue negado
con su persistencia, tenacidad y osadía; fueron las fieles seguidoras de las
mujeres de Galilea (Lucas 8:3) que han sostenido el movimiento con su
laboriosidad, solidaridad, fueron y son el sostén económico de las Iglesias Pentecostales
de Chile. En la realidad del siglo XXI, la gran mayoría de la Iglesias Pentecostales
siguen segregando a la mujer de diversas formas, violentando su Fe y en muchos
casos su dignidad, omitiendo la gran proclama Paulina “Ya no hay judío ni griego; No hay esclavo ni libre; ninguna mujer ni
heno Varón; Porque vosotros sois Todos uno en Cristo Jesús.” (Gálatas 3:28 RVR1960).
Siguiendo el modelo o sistema socio-religioso judío: racista (judío-pagano),
sexista (hombres-mujeres) y clasista (clero-laico).
Debemos reconocer
el importante rol desempeñado por las mujeres en el movimiento de Jesús (Lucas
8:1-3) y `posteriormente en las iglesias Paulinas como lo narran los textos bíblicos
(1 Corintios 11:5-6; Romanos 16:3, 12; Filipenses 4:3) y como han sido en la expansión
del Evangelio de Cristo a lo largo de estos siglos. ¿Podemos seguir segregándolas? El apóstol
Pedro les escribió a los santos (hombres y mujeres) de Ponto, Galacia,
Capadocia, Asia y Bitinia, “Mas vosotros
sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios,
para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz
admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo
de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora
habéis alcanzado misericordia.” (1 Pedro 2:9). Omitiendo que todos somos uno en Cristo.
La segregación
en interior de las comunidades cristianas, va corroyendo persistentemente los
cimientos de la perfecta unidad, provoca el cisma de la división. La segregación
es la manifestación de la carnalidad del hombre basada en una distorsionada interpretación
bíblica y la instauración de desviadas normas en el seno de la Iglesia de Cristo.
La disgregación
del Movimiento Pentecostal en Chile ha sido provocado por la existencia en su
interior por todos los sesgos que se alimenta la segregación: la interferencia
a la soberanía de Dios; la ambición al Poder; la manipulación del falso
espiritualismo; el autoritarismo junto al despotismo; el dogmatismo sectario;
la denigración de los oponentes a través del aislamiento; la falta de
discernimiento de lo que es de Dios y lo que es humano; la falta de conocimiento
de la Palabra de Dios; la forma de servir a Dios a la manera personal; la falta
de madurez espiritual; el hermético sistema administrativo institucional; la desviación del modelo
financiero bíblico; la omisión del don de Pastor, reemplazado por el oficio de
ser Pastor, instaurando el nepotismo y la herencia sacerdotal aarónica, depreciando
la obra del Espíritu Santo en la conducción de la Iglesia, causando gran daño a
la causa del Pentecostalismo en Chile; el autonombramiento del título de Pastor con el propósito de lograr prebendas de todas índole de los débiles de la fe; etc.
Debemos tener siempre presente que “no todo aquel que dice Señor, Señor, entrará al Reino de los cielos”, (Mateo 7:21).
Juan Salgado Rioseco
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