martes, 4 de diciembre de 2012

Los Profetas y las Profecías en el cristianismo





"Procuren, pues, tener amor, y al mismo tiempo aspiren a que Dios les dé dones espirituales, especialmente el de profecía." (Dios Habla Hoy 1998 1Co. 14:1)

1.   Los Profetas.


El profeta, según el significado de la palabra hebrea  nabhi, era sencillamente uno que hablaba por otro y especialmente por Dios. Sin embargo, hay abundante testimonio de parte de los judíos de la antigüedad, de que el negocio principal del profeta fue el de predecir el futuro.
La palabra ro´eh, traducida vidente, contiene la idea de uno que conoce las cosas escondidas y quizá también relativas al futuro. Las dos ideas están incluidas en el término profeta (nabhi), no precisamente por su etimología, sino por su usus loquendi: el que hablaba por Dios, reunía en su persona las capacidades del vidente. En el griego, la palabra profétes significa básicamente uno que habla por otro.
El profeta, entonces, declaraba el mensaje de Dios que había recibido de él. Lo que Dios le decía era su revelación y el mensaje del profeta era una profecía, aun cuando no se trataba del futuro.

1.   Los Profetas, Mensajeros para su época.


Los profetas eran mensajeros de Dios que hablaban por él a los hombres de su tiempo, por lo tanto, debemos averiguar la situación histórica para poder interpretar acertadamente el verdadero significado de su mensaje.
Había un grupo de profetas relativamente grande que sólo predicaba a su época, otros tenían la comisión especial de escribir sus mensajes, quienes nos dejaron los libros proféticos de las escrituras. Dios quiso que esos libros permanecieran como obras de valor perpetuo y que formaran parte del Libro Perdurable, cuya palabra tenía cumplimiento (Mateo 5:18).
La presencia de estos libros en la Biblia y las varias pretensiones hechas con respecto a su inspiración, dan a entender la grande importancia de su contenido con respecto al futuro, lo cual estaba asegurado en la persona y obra del Cristo que había de venir.

2.    Los Profetas en la Historia de Israel y de Judá


En el estudio de las reglas para la interpretación de la profecía requiere primeramente que estudiemos qué significa la profecía, cuáles son las características y la relación que existe entre la historia de Israel y las muchas profecías que esa historia contiene.
Los profetas se presentaron como testigos y mensajeros de la Palabra, y así lo expresaron muchas veces de manera inequívoca, por ejemplo, cuando introducían sus mensajes con la frase: «Así dice el Señor». (Jer 1:9–10a: «Entonces el Señor extendió la mano, me tocó los labios y me dijo: ‘Yo pongo mis palabras en tus labios’».)
Según los libros de los Reyes, la historia de Israel y de Judá, a lo largo de todo el período monárquico, fue una cadena ininterrumpida de pecados e infidelidades, y los principales responsables de esta situación fueron los reyes mismos. A ellos les correspondía gobernar al pueblo de Dios con sabiduría (1 R 3:9); pero en realidad hicieron todo lo contrario. Por eso no fue un hecho casual que Israel y Judá terminaran por caer derrotados y dejaran de existir como naciones independientes (2 R 17:6; 25:1–21).
En este contexto proclamaron su mensaje los más grandes profetas de Israel. Ellos vieron con extraordinaria lucidez el desorden que reinaba en la sociedad. El pueblo de Israel no era lo que Dios quería y esperaba de él. El Señor había formado y cuidado a su pueblo, como el labrador planta y cultiva su viña, y esperaba de él buenos frutos. Pero sus esperanzas quedaron frustradas porque la viña del Señor, en vez de dar buenos frutos, había producido uvas agrias (Is 5.1–7). El pecado de Israel estaba grabado «con punta de diamante» y con «cincel de hierro» en la piedra de su corazón (Jer 17.1). Pero como el Señor no quiere la muerte del pecador, sino que cambie de conducta y viva (Ez 18.23), envió a sus servidores, los profetas, para llamarlo a la conversión.
Los profetas nunca dejaron de reconocer que el Señor había elegido a Israel. Pero esta elección divina, mucho más que un privilegio, era para ellos una responsabilidad. Ni el culto, ni el templo, ni la dinastía davídica ni el recuerdo de las acciones pasadas de Yavé ofrecían ya una garantía incondicional y automática, porque el Señor ha dado a conocer…
«…en qué consiste lo bueno y qué él espera de ti: que hagas justicia, que seas fiel y leal
y que obedezcas humildemente a tu Dios».(Miq 6.8)

También el profeta Amós ha expresado esta idea con toda claridad y precisión:
«Sólo a ustedes he escogido de entre todos los pueblos de la tierra. Por eso habré de pedirles cuentas de todas las maldades que han cometido». (Am 3.2)

Otro tema central de la predicación profética es la fidelidad al culto de Yavé. Este tema se encuentra, sobre todo, en Oseas, Jeremías y Ezequiel. Ellos denunciaron la idolatría en todas sus formas (cf., por ejemplo, Os 4.1–14; Jer 2.23–28) y, con tal finalidad, utilizaron ampliamente el simbolismo conyugal: Yavé era el esposo de Israel, pero los israelitas se comportaban como una esposa infiel, que engaña a su marido y se prostituye con el primero que pasa (cf., entre muchos otros textos, Os 2; Ez 16; 20). Era preciso, por lo tanto, volver a la fidelidad perdida (Jer 2.1–3), antes que fuera demasiado tarde (Jer 4.1–4).
Los profetas condenaron también el orgullo y la ambición de las clases dirigentes, que no mostraban la menor preocupación por el destino de su pueblo. La gente humilde era víctima de jefes sin escrúpulos, que creían que todo les estaba permitido (cf. Am 2.6–8). Ante el espectáculo generalizado de la venalidad y la corrupción, ellos manifestaron decididamente su solidaridad con las víctimas de la injusticia y denunciaron sin reserva a los opresores. Según sus enseñanzas, la fidelidad al Señor debía manifestarse no sólo en la observancia de ciertas prácticas culturales y religiosas, sino también, y sobre todo, en el ámbito de las relaciones sociales. Sin la práctica de la justicia, el culto puramente exterior era abominable para el Señor (Is 1.10–20; Am. 5.21–24).

La caída de Jerusalén. Los profetas anunciaron repetidamente que Jerusalén sería destruida y que sus habitantes caerían bajo la espada de sus enemigos, o serían llevados al exilio, si no se volvían al Señor de corazón. Pero ni el pueblo ni sus gobernantes hicieron caso a la palabra del Señor, y aquellos anuncios se cumplieron. El ejército de Nabucodonosor, rey de Babilonia,(586 A.C), sitió la ciudad santa, y esta no pudo resistir al asedio. Los invasores entraron en Jerusalén, la saquearon, incendiaron el templo, se llevaron sus tesoros y vasos sagrados, y deportaron al sector más representativo de la población (2 R 25.1–21). El Salmo 74.4–9 describe con hondo dramatismo aquella catástrofe:
«Tus enemigos cantan victoria en tu santuario; ¡han puesto sus banderas extranjeras sobre el portal de la entrada! Cual si fueran leñadores en medio de un bosque espeso, a golpe de hacha y martillo, destrozaron los ornamentos de madera. Prendieron fuego a tu santuario; ¡deshonraron tu propio templo derrumbándolo hasta el suelo!.
Decidieron destruirnos del todo; ¡quemaron todos los lugares del país donde nos reuníamos para adorarte! Ya no vemos nuestros símbolos sagrados; ya no hay ningún profeta, y ni siquiera sabemos lo que esto durará».

El exilio. Comparado con la historia de Israel en su conjunto, el período del exilio fue relativamente breve: unos setenta años desde la primera deportación (2 R 25.18–21) hasta el edicto de Ciro, (2 Cr 36.22–23). Sin embargo, fue uno de los más ricos y fecundos en la historia de la salvación. Los israelitas meditaron sobre la catástrofe que les había acontecido, y esperaron con impaciencia que el Señor volviera a intervenir una vez más en favor de su pueblo (cf. Sal 137).
Una vez que se cumplió el término fijado por Dios (cf. Jer 29.10), los exiliados escucharon la voz de los profetas que les anunciaban el fin del cautiverio y una pronta liberación (cf. Is 40–55).
Cuando cayó Jerusalén, el rey Nabucodonosor estaba en el apogeo de su gloria. Pero a su país debía llegarle «el momento de estar también sometido a grandes naciones y reyes poderosos» (Jer 27.7). Los primeros indicios de la declinación de Babilonia se sintieron hacia el 546 a.C., cuando apareció en el escenario del Próximo Oriente Antiguo un nuevo protagonista: Ciro, el rey de los persas. Entonces los exiliados pudieron esperar su liberación y el fin de la catástrofe (cf. Is 40–55). Esta se realizó en el año 539 a.C., con la caída de Babilonia.

La vuelta del exilio. El edicto de Ciro—del que la Biblia conserva dos versiones (Esd 1.2–4; 6.3–5)—autorizó a los deportados el regreso a Palestina. Este retorno fue paulatino. La primera caravana de repatriados llegó a Judá al mando de Sesbasar (Esd 1.5–11), que era una especie de alto comisario del imperio persa. Pero Sesbasar desapareció pronto de la escena y en lugar de él apareció Zorobabel. La reedificación del templo, que había empezado Zorobabel con mucho entusiasmo, se vio obstaculizada por las hostilidades de los samaritanos; pero estimulado por los profetas Hageo y Zacarías, Zorobabel puso de nuevo manos a la obra y en el año 515 a.C. el templo quedó terminado.
A partir del edicto de Ciro fueron llegando a Jerusalén sucesivas caravanas de repatriados. Muchos otros judíos, en cambio, prefirieron quedarse en la diáspora, donde habían prosperado económicamente, llegando a desempeñar, algunas veces, cargos de importancia como funcionarios del imperio persa (cf. Neh 2.1).
Con el paso del tiempo, la situación política, social y religiosa de Judea se fue deteriorando cada vez más. Entre los factores que contribuyeron a ese proceso hay que mencionar las dificultades económicas, las divisiones en el interior de la comunidad y, muy particularmente, la hostilidad de los samaritanos.
Nehemías, que a pesar de ser judío era un alto dignatario en la corte del rey Artajerjes I, se enteró de que la ciudad de Jerusalén aún se encontraba casi en ruinas y con sus puertas quemadas. Entonces solicitó y obtuvo ser nombrado gobernador de Judá para acudir en ayuda del pueblo. Su valentía y firmeza superaron todas las dificultades, y en muy poco tiempo se restauraron los muros de la ciudad. Luego se dedicó a repoblar la ciudad santa, que estaba casi desierta, y tomó severas medidas para defender a los más desvalidos y para reprimir algunos abusos (Neh 5.1–12), siendo él mismo el primero en dar el ejemplo (Neh 5.14–19). Un tiempo después volvió por segunda vez a Jerusalén y completó la reforma que había iniciado (Neh 10).
Esdras, sacerdote y escriba que también había estado en Babilonia, erudito de la Torá, que llegó a Judá en el 397 a.C. desempeñó un papel igualmente importante en esta acción reformadora.
Las reformas de Nehemías y Esdras, pretendían restaurar la pureza de Israel, insuflaron una santidad renovada a Jerusalén, que se refleja en muchos salmos de alabanza compuestos después del exilio, (Sal.122:2-4).

3.   Los Profetas y las Profecías.


La idea básica de la profecía es la revelación de la mente divina sobre cualquier tema y no solamente la predicción del futuro, ni la postulación de misterios o enigmas, como suele pensarse.

A. El valor de la Profecía.
En primer lugar, su valor principal había de ser para la posterioridad, más que para su época, según afirma el apóstol Pedro: "A los cuales fue revelado, que no para sí mismos, sino para nosotros administraban las cosas que ahora os son anunciadas de los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; en las cuales desean mirar los ángeles" (1 Ped. 1:12). El valor principal de la profecía es, entonces, con respecto a Cristo, su evangelio y su reino.
En segundo lugar, el cristiano debe considerar que la profecía existe como una revelación orientadora para su propia vida, para que entienda cómo debe andar en este mundo. Sobre este punto escribe Pedro: "Tenemos también la palabra profética más permanente, a la cual hacéis bien de estar atentos como una antorcha que alumbra en lugar oscuro hasta que el día esclarezca..." (2 Ped. 1:19).
Un tercer valor de la profecía existe en aquel mensaje inmediato al pueblo de aquella época, que fue parte de la misma historia de la redención divina en la que Dios obraba directamente en su pueblo, salvándolos, y continuando sus preparativos para el advenimiento del Salvador. Considérese por ejemplo la profecía de Jeremías con respecto a los setenta años de cautiverio y la restauración posterior, mediante la que el Señor conservó a la nación como instrumento para trae el Cristo al mundo.

B.   La llamada "Doble Referencia" en las Profecías.
Con frecuencia cuando los profetas dirigían su mensaje al pueblo de sus tiempos, eran guiados por el Espíritu a hablar del futuro, especialmente en relación con la venida del Mesías y su reino. Para ello, usaban un lenguaje hiperbólico. En el sentido más completo, su lenguaje debía entenderse como refiriéndose a Cristo y sus tiempos.
Algunos prefieren considerar la referencia en tales profecías como tratando del futuro inmediato y sólo en un sentido figurado el lejano futuro. Para ellos, el lenguaje de la profecía no se debe considerar como necesariamente literal, y por tanto, sin ningún cumplimiento exacto.
Por otro lado, algunos niegan completamente la aplicación futura de tales profecías, pero considerando que el ministerio de las Escrituras había de ser para todas las edades, será mejor entender que tales profecías hablaron principalmente del futuro más lejano; y que con frecuencia tenían aplicación a su época inmediata sólo en un sentido figurado o hiperbólico.

C.   La Profecía mediante la Historia.
La posibilidad de esa doble o múltiple referencia en las profecías, se debe al hecho que Dios evidentemente ha planeado el desenvolvimiento de la historia, tanto futura como pasada, sobre semejantes principios de trato con el hombre, y a su repuesta característica hacia Dios y su voluntad revelada


D. El cumplimiento de la Profecía por Escalas.
Estrechamente relacionada con la características llamada doble referencia, existe otra que podemos denominar el aspecto telescópico. Este consiste en que la profecía presenta como cumplidos todos los detalles de ella, sin distinguir el tiempo de su cumplimiento.

E. Los Principios Para Interpretar La Profecía.
I           El intérprete debe tomar en cuenta que las profecías de las cosas futuras se relacionan con la historia contemporánea del profeta.
Por ejemplo, Juan escribió el Apocalipsis para consolar y animar a los creyentes que sufrían en las persecuciones romanas. Isaías escribió a los cautivos en Babilonia acerca de una gran Libertador (59:20), pero no se cumplirá la profecía hasta que Jesús venga.

II.  Las palabras de los profetas deben ser tomadas en el sentido literal.
Ø  A menos que el contexto, o la forma en la cual son cumplidas, indique claramente que tiene un sentido simbólico.
Ø  Nombres simbólicos tales como “Babilonia”,1 Pedro 5:13 (probablemente era una referencia oculta a Roma) y “Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue crucificado”, Apoc. 11:8 (Jerusalén), deben ser interpretados en el sentido simbólico.

III. Ciertos elementos de la profecía deben ser interpretados en términos de sus equivalentes, analogías y cosas correspondientes.

IV. Algunas profecías se cumplen por etapas o tienen más de un cumplimiento.
v  La profecía del derramamiento del Espíritu (Joel 2:28-32), no fue plenamente cumplida en el día de Pentecostés.
v  Aunque el anticristo de 2 Tesalonicenses es una sola persona, Juan indica que ya había anticristo en su época (1 Juan 4:3).

V. Debemos tomar en cuenta la perspectiva profética en ciertas profecías.
Ø  La visión del profeta a veces pasa del cercano futuro al lejano futuro sin advertencia. Por ejemplo, en Isaías 61:1,2, se describe el ministerio mesiánico de Jesús y el día final del juicio, “el día del Dios nuestro”, sin indicar que son eventos separados por milenios.
Ø  También, los eventos de Mateo 24 (la destrucción de Jerusalén, el fin del siglo y la segunda venida), son presentados como  si todos pasasen seguidos.
Ø  El intérprete debe distinguir entre lo que está cerca y lo que está  por cumplirse en el lejano futuro.

VI. Las profecías se interpretan mejor al cumplirse.
El intérprete debe evitar ser dogmático en cuanto a los aspectos oscuros de la profecía.

D.   Reglas para interpretar Profecía.

Las siguientes consideraciones nos ayudarán a entender las siguientes reglas para la interpretación de la profecía:

a)      Téngase en cuenta que la verdadera interpretación de la profecía es con respecto a Jesús. Por tanto, nadie tiene derecho de interpretar "particularmente", sino de acuerdo con el temor de todas las demás profecías y mediante la ayuda del Espíritu de Dios (2 Ped. 1:20, 21).

b)      Póngase en lugar de primera importancia las declaraciones escriturales sobre el cumplimiento de determinada profecía.

c)      Recuérdese  que el espíritu  o impulso de la profecía es el rendir testimonio a favor de Jesús como el Cristo (Apoc. 19:10).

d)     Nótase que las profecías con frecuencia tienen más que un solo cumplimiento; es decir, el inmediato y también el lejano.

e)      Nótase que el cumplimiento de los detalles de la profecía puede efectuarse en épocas muy distante la una de la otra.

f)       Obsérvese que las profecías se componen tanto de lenguaje figurado y poético, como de lenguaje literal y de prosa.

g)      La interpretación debe ser literal o figurada según el carácter del contexto.

4.   Los Profetas y las Profecías en nuestros tiempos.


v  Nos encontramos que en gran parte de los Pentecostales enfatizan la manifestación del Espíritu Santo a través del don de la profecía, la cual genera que los creyentes que poseen este don espiritual dentro de sus comunidades adquieren una importancia, en la mayoría de los casos no tienen la mínima preparación, no saben en que consiste, como ejercerlo, como poderlo desarrollar en beneficio de su ministerio o de la iglesia, lo que en el tiempo a provocado gran escepticismo en varias congregaciones debido a la incongruencia entre la profecía entregada y la realidad, provocando un daño inconmensurable en las vidas espirituales de muchos creyentes.

"... porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo." (R.V-1960 1 Pe. 1:21)

v  Podemos deducir que el factor que más a influido en esta situación es la negligencia inexcusable de los lideres que no han sabido instruir a sus congregaciones o preparar a sus miembros para ejercer el don que el Espíritu Santo a capacitado al creyente.

"Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido. Desecha las fábulas profanas y de viejas." (1 Ti. 4:6-7).

v  En el ambiente anárquico de nuestra sociedad, la obligación primordial de los lideres es colocar las cosas en el orden debido de acuerdo a la sana doctrina, las manifestaciones de los profetas y las profecías deben enmarcarse dentro del orden bíblico y de acuerdo a la voluntad de Dios y no a los sentimientos o inspiración humana.

"sí pues, hermanos míos, aspiren al don de profecía, y no prohiban que se hable en lenguas; pero háganlo todo decentemente y con orden." (Dios Habla Hoy, 1Co. 14:39-40).

v  La profecía ocupa un lugar relevante dentro de la fe de los creyentes, en un ambiente que la desorientación y frustración ha mermado la voluntad y carácter de las personas, estas buscan refugio en la esperanza que Dios los pueda socorrer, afirmándose en lo sobrenatural con credulidad, un mal profeta puede producir un gran daño en la fe de estos creyentes, por lo cual el líder debe estar preparado y atento, el discernimiento debe ser el arma de todo líder para distinguir lo que es de Dios o lo humano.

"Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo" (R.V. 1960 1 Jn. 4:1)

"Queridos hermanos, no crean ustedes a todos los que dicen estar inspirados por Dios, sino pónganlos a prueba, a ver si el espíritu que hay en ellos es de Dios o no. Porque el mundo está lleno de falsos profetas."  (Traducción Dios Habla Hoy  1 Jn. 4:1)       

v  Podemos concluir que la manifestación de la profecía debe reunir ciertas exigencias en el profeta, este debe tener control, debe ser realmente inspirados por el Espíritu Santo, en sus actuaciones y dichos debe ser decentemente y en orden. La congregación tiene la obligación de saber discernir las cosas espirituales para que no sean engañados.

"de esta manera todos, cada uno en su turno correspondiente, podrán comunicar mensajes proféticos, para que todos aprendan y se animen. El don de profecía debe estar bajo el control del profeta, porque Dios es Dios de paz y no de confusión." (Traducción Bíblica Dios Habla Hoy 1998 1Co. 14:31-33).

v  Siempre debemos tener presente, el que comunica mensajes proféticos, lo hace para edificación de la comunidad, y la anima y consuela. Por lo tanto la profecía debe tener tres objetivos: edificación, exhortación y consolación, por que ella tiene como  misión primordial edificar a la iglesia, el apóstol Pablo aconseja en 1 Co. cap. 14, que debemos procurar tener en abundancia aquellos dones  que ayudan a la edificación de la iglesia, y abundar en aquellos dones, que sirvan para la edificación de la iglesia.
 "Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis." (1 Co. 14:1).

"Pero el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación. " (1 Co. 14:3). 

"Así también vosotros; pues que anheláis dones espirituales, procurad abundar en ellos para edificación de la iglesia."(1 Co. 14:12).

5. Lo apropiado y deseable de la profecía, PROFECÍA




El propósito de la vida de la iglesia del NT es ser bendecida por la presencia del don de profecía. Tal como Pablo lo declara aquí, (1 Co. 14:1) al hacernos ver que el amor es nuestra búsqueda primordial, la profecía ha de ser bien recibida para la «edificación, exhortación y consolación» de la congregación, colectiva e individualmente (v. 3). Semejante aliento o estímulo de unos a otros es «profecía», no «palabras» en el sentido de la Biblia, la cual usa las palabras mismas de Dios, pero por medio de palabras humanas que el Espíritu Santo singularmente trae a la mente.
La práctica del don de profecía es un propósito de la plenitud del Espíritu Santo (Hch 2.17). En ella se cumple también la profecía de Joel (Jl 2.28) y la esperanza que tiempo antes expresara Moisés (Nm 11.29).
Pedro le da su respaldo a la operación del don de profecía (1 P 4.11), y Pablo dice que este don está dentro de las posibilidades de cada creyente (1 Co 14.31). Este don tiene la intención de suscitar una amplia participación entre los miembros de la congregación, en la que todos se beneficien recíprocamente con palabras de unción y de amor que edifican espiritualmente y profundizan el entendimiento. Tal profecía puede proveer una ampliación del entendimiento, que los corazones se vuelvan humildes para la adoración a Dios y, de pronto, se den cuenta que el Espíritu Santo tiene conocimiento de su necesidad y está dispuesto a contestar la oración (1 Co 14.24, 25). Esta clase de profecía es también un medio por el cual se impulsa y provee visión y expectación, sin las cuales la gente se vuelve pasiva o descuidada (1 S 3.1; Pr 29.18; Hch 2.17). Estas orientaciones específicas sobre cómo utilizar el don de profecía, tal como sucede con todos los dones del Espíritu Santo, tienen el propósito de evitar que un don suplante el ejercicio de otros, o usurpe la autoridad del liderazgo espiritual. Aún más, toda profecía está subordinada a la disciplina de la Palabra eterna de Dios, la Biblia, la norma por la que toda expresión profética en la iglesia debe ser juzgada (1 Co 14.26–33). (Ef 1.17–19; 2 P 1.16–19) J.W.H.

6. Los Falsos Profeta


En la Biblia mencionan que existen falsos Profetas, persona que afirma falsamente poseer total revelación de Dios, que puede predecir hechos futuros o que tiene el poder de Dios para hacer milagros, señales y maravillas.
En Apocalipsis encontramos un falso profeta que engañará a la gente con falsos milagros y matará a los que se nieguen a adorar a la bestia, pero que al final será arrojado al lago de fuego (Ap 19.20). En la Biblia, los falsos profetas caen en tres categorías generales:

1. Los que adoran falsos dioses y sirven a ídolos.
2. Los que falsamente afirman que han recibido mensajes de Dios.
3. Los que se desvían de la verdad y dejan de ser verdaderos profetas.

6. El Anticristo


También existen los Anticristo, que puede significar tanto en contra de Cristo o en lugar de Cristo, o quizás, combinando ambos significados, «uno que, asumiendo el papel de Cristo, se opone a Cristo». La palabra se halla solamente en las Epístolas de Juan:

(a)    de los muchos anticristos que son precursores del mismo anticristo (1 Jn 2.18, 22; 2 Jn 7);
(b)   del poder del mal que ya opera en espera del anticristo (1 Jn 4.3).

Lo que el apóstol dice de él se asemeja tan estrechamente a la primera bestia de Apocalipsis, y a lo que dice Pablo acerca del hombre de pecado en 2 Ts 2. Parece que es la misma persona la que está a la vista en estos pasajes, siendo distinta la segunda bestia en Ap 13, el falso profeta; porque esta última apoya a la primera en sus pretensiones anticristianas.

Falso Cristo, tiene que distinguirse del anterior; se halla en Mt 24.24 y Mc 13.22. El falso Cristo no niega la existencia de Cristo, sino que se apoya en la esperanza de su aparición, afirmando que él es el Cristo. El anticristo niega la existencia del verdadero Dios.

Juan Salgado Rioseco

BIBLIOGRAFÍA

1.                  Claves de Interpretación Bíblica. Thomas Fountain (Ed. Bautista Publicaciones).

2.                  La Biblia. Armando J. Levoratti (Sociedades B. Unidas).

3.                  Curso I.B.P. sede Concepción, Chile. David Miranda

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