martes, 9 de agosto de 2011

“Yeshua ha-Mashiach”, “Jesús es el Mesías”.


El gran anuncio neotestamentario es: “Yeshua ha-Mashiach”, “Jesús es el Mesías”. ¿Como se llega a este vital pronunciamiento y reconocimiento en la persona de Jesús de Nazaret?, ¿Por qué los escritores neotestamentarios asocian las promesas veterotestamentarias con respecto “al ungido” esperado de las escrituras hebreas con la persona de Jesús de Nazaret?

Analizando las raíces de la palabra hebrea que significa «ungido» “Mashiaj", podemos deducir la importancia que tiene en la fe cristiana el pensamiento del Antiguo Testamento que influencia a los escritores del Nuevo Testamento, de donde se deriva el término griego “Messiah", traducido en español “Mesías”. Su uso más común de “Mashiaj", en el Antiguo Testamento tiene que ver con «ungir» con el propósito de apartar a alguna persona u objeto para algún ministerio o función especial para Dios. Tenemos el ejemplo de Eliseo, fue «ungido» para ser profeta (1 R 19:16). Por eso David rehusó hacerle daño a Saúl porque este era «el ungido de Jehová» (1 S 24:6). Algunos Salmos expresan los ideales mesiánicos correspondientes a la línea davídica mediante el uso de la frase «su ungido [de Jehová]» (Sal 2:2; 18:50; 89:38, 51).

La idea de un “ungido”, no es solo a un rey en los últimos tiempos (rey escatológico), primero, Mashiaj se refiere a alguien que han ungido con aceite, simbolizando la unción del Espíritu Santo, en el contexto semita, esta palabra tiene que ver con el “dunamis” (poder) que se le otorga a una persona para realizar un trabajo específico. Es un término que se aplica a los sacerdotes que eran ungidos con el aceite sagrado, especialmente al Sumo Sacerdote (Lv. 4:3, 5,16). «Si el sacerdote ungido pecare según el pecado del pueblo» (Lv. 4:3 primer ejemplo bíblico). Los profetas recibían el nombre de “joi Kristoi Theou",  «los ungidos de Dios» (1 R 19:16; Sal 105:15).

El rey de Israel era en ocasiones mencionado como “Kristos tou Kuriou", «el ungido del Señor» (1 S 2:10,35; 24:6; 2 S 1:14; Sal 2:2; 18:50; Hab. 3:13). El título “el Ungido de Jehová” fue aplicado a Saúl (1 Sa. 24:6), a David (2 Sa. 19:22), a Sedequías (Lam. 4:20), al rey Davídico (1 Sa. 2:35; Hab. 3:13), y a un personaje no israelita, Ciro de Persia (Is. 45:1, 11).

Bastante interesante resulta que a la única persona que se le llamó «Mesías» (traducido «ungido en RVR) en el Antiguo Testamento fue a Ciro, rey pagano de Persia, a quien Dios encomendó la tarea de restaurar a Judá a su patria después del cautiverio (Is 45.1). En este caso, la unción fue más metafórica que literal, puesto que Ciro no estaba al tanto de su consagración para este propósito divino. En el caso de Ciro, el Espíritu de Dios lo ungió con la comisión especial de ser libertador de Israel (Is 45.1). Según F:F: Bruce, “la referencia a Ciro ayuda a dar algunos de los elementos más prominentes del concepto mesiánico del Antiguo Testamento”. Ciro es descrito como hombre escogido por Dios (Is. 44:28) para cumplir un propósito de redención para el pueblo escogido (Is. 45:11) y a traer juicio sobre los enemigos de Dios (Is. 45:1), sobre los cuales habría de tener dominio. Analizando lo sucedido en la época de Ciro, podemos concluir que este rey Persa actúo como un agente de Dios, aunque su labor fue secular como alguno de los reyes de Israel (Jehú 1 Re. 19:16) al mismo tiempo tiene una clara figura soteriológica, lo que va caracterizar posteriormente los conceptos más desarrollados del Messiah.

Habiéndose visto el próspero reinado de David, durante la época inmediata después de David (900–700 a.C.), y luego la decadencia bajo el gobierno de sus hijos, el pueblo hebreo esperaba que cada nuevo rey mostrara las características de un «ungido de Dios», se esperaba la venida de un rey que tuviese su trono «para siempre», el cual volvería a traer paz y prosperidad al pueblo. Pero con el fracaso sucesivo de los distintos reyes, se comenzó a proyectar esa esperanza más hacia el futuro. Ante cada calamidad de Israel, se esperaba un pronto auxilio de Dios mediante su Mesías. Con el paso de los tiempos la idea generalizada fue apuntando hacia el «Messiah » libertador, político y restaurador del reino «Se presentan los reyes de la tierra, y los gobernantes consultan unidos contra Jehová y su Ungido» (Sal 2:2 RVA). Daniel 9:25 contiene una transliteración del término: «Conoce, pues, y entiende que desde la salida de la palabra para restaurar y edificar Jerusalén hasta el Mesías Príncipe». La «esperanza mesiánica» consistía en esperar que Dios, con su Mesías como instrumento, establecería para siempre a su pueblo. Se clamaba por un futuro glorioso donde el Mesías sería figura prominente.

Con base en la profecía de Natán (2 S 7:12–16), y alentado por los profetas escritores, el pueblo hebreo esperaba durante cada crisis política a un hombre («el ungido»); alguien que traería la liberación y ante quien cualquier resistencia, por parte de sus enemigos, sería anulada por ser el Mesías invencible. Para los profetas escritores, desde Amós (siglo VIII), el Mesías esperado era un personaje con un poder sin límite que establecería definitivamente la paz y la justicia sobre el mundo (Is 9:7; 11:4; Os 14:2–9; Am 9:11–15). Jeremías dice que será un gran libertador (Jer.23:5, 6), su origen se remonta a los días de la eternidad (Mi. 5:1-5), establecerá para siempre el trono y el reino de David (Is. 9:5-7). La segunda parte de Isaías hace hincapié en una figura que recibe el nombre de “Siervo de Jehová” que en lugar de dominar es oprimido y angustiado, y en vez de vengarse de sus enemigos humildemente acepta el injusto castigo que estos le dan (Is 53:1–9).

Por otra parte, para Jeremías el Mesías tiene más bien una función sacerdotal; es un personaje que representa a Dios dentro del pueblo escogido, y que también representa al pueblo ante Dios. Tiene el derecho de perdonar pecados y su misión es ayudar al pueblo (Jer 23:5, 6; 30:9; 33:8, 15–18). Zacarías muestra al Mesías como «justo, salvador y humilde» (Zac 9:9).

La esperanza de que Dios levantara a un Mesías para liberar a Judá de sus enemigos, especialmente de los babilonios, mengua cuando las tropas de Nabocunosor destruyen a Jerusalén en el 586 a.C., y la esperanza se proyecta cada vez más al futuro. Se piensa en un futuro remoto cuando el Mesías vendrá al fin de los tiempos. Así, pues, se comienza a dar un matiz escatológico al significado del título Mesías, matiz que va en aumento hasta llegar a la época de Jesús.

El Mesías esperado en el Antiguo Testamento es, de una forma u otra, una figura de Salvación para el pueblo, ya sea de sus enemigos políticos o de sus pecados contra Dios.

La literatura ínter testamentaria demuestra una difusa expectación en cuanto al Mesías. Se habla del Mesías de David, del Mesías de Leví, del Mesías de José y del Mesías de Efraín. Los Rollos del Mar Muerto añaden un poco de confusión al difícil problema cuando hablan del Mesías de Aarón y del Mesías de Israel.

Se puede decir que la esperanza sobre el Mesías en aquel entonces estaba dividida en dos conceptos principales:

 El primero mostraba un Mesías político, idea que se difundió mucho por los Salmos de Salomón (17:12). Estos hablan de un rey que viene a aniquilar a los tiranos, a destruir los imperios y a castigar a los paganos. Este rey fundará un reino que será el prototipo del Reino que Dios establecerá al fin de los tiempos. En los Apocalipsis de Esdras y de Baruc (4 Esdras 7:26; Baruc 29, 30 y 40) el rey destruye a sus enemigos y establece un reino perfecto.

 El segundo concepto presentaba un Mesías en parte humano y en parte divino que podría por lo tanto establecer el Reino de Dios sobre la tierra (Enoc 48:10 y 52:4).

La expectación del Mesías en el siglo I de nuestra era, por ser tan viva en el pueblo y en las principales sectas :esenios y fariseos, había hecho cada vez más insoportable la presencia de los invasores, tal es el caso que desde el tiempo de los Macabeos (160 a.C.) hasta la derrota de Bar Koseba (135 d. C.), hubo 60 revueltas de los judíos en Palestina, revueltas con diversos fines y calibres: dinásticos, políticos, sociales, pero casi siempre, con fondo apolíptico: “echar al extranjero para implantar el reinado de Dios”. Es por eso que la idea principal en el tiempo de Jesús fue de esperar un Mesías político que vendría a liberar a su pueblo. De tal modo que la persona del Mesías y su obra habían adquirido para ese entonces en la mentalidad judía, oscurecida por prejuicios racionales y religiosos, un carácter totalmente erróneo.

Los diversos conceptos con respecto al Mesías estuvieron en continua interacción; algunos esperaban un redentor del linaje de Leví, es decir un Mesías Sacerdotal, otros simplemente al Mesías Rey, de la línea de David, y otros tantos, al profeta que ha de venir, otros como los esenios esperaban más de uno (1QS 9:11), cuando Jesús aparece y comienzan a llamarlo Mesías, tiene ante sí el resultado de una mezcla de conceptos en la que predomina el del Mesías político.

Repetidas veces se ha afirmado que Jesús no tenía conciencia de que Él fuese el Mesías y que este título se lo adjudicaron sus discípulos después de su muerte. Esta afirmación se debe a la reserva con que Jesús recibe el título de Mesías. A través de los Evangelios Sinópticos solo hay tres ocasiones en las que conscientemente se le da el título de Mesías (Mc. 8.29; 14.61; 15.2), y en los tres pasajes se ve que, si bien no lo rechaza, tampoco lo adopta para su uso común. No lo hace, sin embargo, por no tener el derecho de usarlo, sino debido a la connotación política y vengativa que encerraba dicha distinción. Jesús prefiere llamarse el Hijo del Hombre que es también un título mesiánico, ya que Él es el SIERVO sufriente (Mc. 8:31; y 10:43–45). Tenía plena conciencia de su mesianismo, y por ello toma el nombre de una de las figuras esperadas por los judíos que se adaptaba más al papel que representaría en la pasión. Lo paradójico fue que Jesús, quien durante su ministerio manifiesta bastante reserva para usar el título de Mesías, legalmente es condenado por ser el Mesías (Jn 19:19).

Después de la resurrección, los discípulos entendieron la verdadera dimensión de la obra de Jesús, y solo entonces todas las palabras divinas les resultaron comprensibles (Lc 24:25–31). La afirmación de que “Jesús es el Mesías”, llega a ser una fórmula de declaración de fe (1 Jn 5:1). Los apóstoles comenzaron a dar el título de Mesías a Jesús para mostrar a los judíos que el Mesías esperado ya había venido. En Hch 2:36, por ejemplo, no se menciona la resurrección, sino más bien se acepta que el hombre de Nazaret fue declarado Mesías por sus obras y por la profecía cumplida por Él en su ministerio. Para los cristianos primitivos lo que más destacaba a Jesús como el Mesías no era su actuación como rey (Mt. 21:1–11), sino su actuación como persona poseída por el Espíritu Santo (Lc 4:18). Entre el Espíritu Santo y el Mesías hay una íntima comunión.

Cuando el título Mesías se saca del ambiente judío, pierde en parte su significado específico de Ungido de Dios y llega a ser un nombre propio de Jesús de Nazaret. Este nombre trasciende los siglos, y hoy el mundo entero conoce a su iglesia como la Iglesia de Cristo. Jesús de Nazaret fue ungido por el Espíritu del Señor como sacerdote (Zac. 4:14; 6:13), como profeta (Dt. 18:15; Hch. 3:22; 7:37). Jesús de Nazaret cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey. (He.1:1-4)

Cristo, es el título neotestamentario de Jesús de Nazaret, se deriva del griego Kristos, (Jristos)  que es el equivalente exacto del hebreo Mashiaj, pues también tiene el significado básico de «untar con aceite». Por tanto, el título Cristo enfatiza la unción especial de Jesús de Nazaret para el cumplimiento de su misión como el escogido de Dios. Es Kristos, “ungido”, que traduce como “Messiah", en la primera traducción bíblica de los textos sagrados hebreos, la versión de los setenta (Septuaginta, LXX).

Cuando los primeros seguidores de Jesús se referían a Él, le llamaban “Jesús el Mesías”, o en hebreo, “Yeshua ha-Mashiach”. «Mesías» o «Ungido» equivale a Kristos en griego; de ahí surge la forma castellana «Cristo». Siempre que al Señor se le da el nombre de «Jesucristo», se está afirmando una gran declaración: «Jesús, el Mesías».

Juan Salgado Rioseco


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