viernes, 14 de mayo de 2010

Una mirada analítica del Pentecostalismo Chileno y su proyección en el siglo XXI

En el análisis macro de a fines del siglo XX del movimiento pentecostal chileno, se constata una distancia entre su identidad evangélica carismática nacional y su institucionalización con fuertes influencias externas, que marcan un proceso de desestabilización religiosa pentecostal entre los clásicos o históricos y las tendencias liberales o neopentecostales.
El pentecostalismo inicia un proceso de posesión en la sociedad chilena desde la década del setenta del siglo XX, ocupando aéreas omitidas por las generaciones anteriores; alcanzando estratos impensables en las décadas antecesoras; y la interutilización del medio político de la época, en medio de una heterogénea vocería comunicacional, con marcada influencia de organismos interdenominacionales. Lo que desemboca en una compleja lucha por la igualdad jurídica religiosa, culminando en Octubre de 1999 con la promulgación de la Ley Nº 19.638, que establece las “Normas sobre la Constitución Jurídica de las Iglesias y Organizaciones Religiosas”, no vamos a debatir las implicancias positivas o negativas que ha tenido la instauración de esta Ley en el mundo pentecostal y sus efectos colaterales de aceleramiento del proceso desintegrador del liderazgo pentecostal, en pro de organismos conducidos más bien por caudillajes que por una genuina representación pentecostal.
La falta de definición del liderazgo, de un ente unificador, una vocería comunicacional común, ha impedido asumir las nuevas y desafiantes responsabilidades para el pentecostalismo frente a la sociedad chilena, desde el logro de la igualdad jurídica religiosa se nota una carencia de conducción representativa carismática que aglutine la diversidad pentecostal; más bien han aflorado un personalismo exacerbado por los intereses económicos – políticos; han sido subyugado los principios fundamentales del movimiento pentecostal en pro de un reconocimiento social humanista cristiano, desatendiéndose de su comisión pastoral bíblica.
Para enfrentar la segunda década del siglo XXI, se necesita imperiosamente una reflexión bíblico-teológica que permita profundizar la comprensión del sentido y propósito del ministerio evangelizador del pentecostalismo; rescatar la visión bíblica del servicio o diaconía cristiana; pragmatizar las metodologías para que el trabajo no seas desgastador ni estresante; desdogmatizar las normas incrustadas culturalmente en el devenir de las diversas comunidades en pro del crecimiento cualitativo y cuantitativo de las membrecías pentecostales; contextualizar el mensaje del reino de Dios a la sociedad de hoy, para que este sea efectivo ante las necesidades imperantes; enfatizar el conocimiento bíblico, generalizado y no exclusivista; restaurar el espiritu de negación y sacrificio, en pos de la gloria de Dios en medio de una sociedad agnóstica, corrupta e inmoral.
Para enfrentar las próximas décadas del siglo XXI, se debe aminorar el impacto de los riesgos potenciales en el desarrollo del movimiento Pentecostal, algunos de ellos son:
(1) La actitud acrítica frente al crecimiento numérico de la iglesia y su propuesta de relación directa entre crecimiento y poder del Espíritu. Si esta actitud persevera, se seguirá alcanzando multitudes sin conseguir impactar en la sociedad.
(2) La fuerte estratificación organizacional y la determinación del poder, acompañado de manipulación, caudillismo y rigidez.
(3) El desequilibrio entre su énfasis en los dones y en el poder del Espíritu y la carencia de reflexión social y ética.
(4) El discurso doctrinal y teológico ingenuamente fundamentalista.
(5) La marcada diferencia entre lo sacro y lo secular, entre el mundo divino y el mundo satánico, entre la historia de Dios y la historia del mundo, entre el cielo y la tierra, entre el alma y el cuerpo.
(6) La crítica hacia los creyentes no pentecostales y su desprecio a otras formas de vivir la fe cristiana; en otras palabras, su exclusivismo espiritual.
(7) El alto nivel de expectativas en un Dios mágico, que provee el milagro, expulsa el demonio y produce éxtasis inigualables. Esta expectativa contrasta con los niveles de decepción y culpa cuando el portento no se produce.
(8) La escasa argumentación teológica, exposición exegética y sistemática de la Biblia, en la que se privilegia una hermenéutica pneumática, sobre una gramático-histórica-teológica. Su énfasis desproporcionado en algunos temas de la fe, como la demonología, o la glosolalia, u otro de carácter especial.
(9) Su misticismo que promueve, muchas veces sin intención, el viejo animismo, el chamanismo santificado y la proliferación de prácticas exóticas.
(10) La fragmentación de las diversas comunidades, es antagónica a la oración sacerdotal del Maestro (Jn.17:21)
(11) La transformación del Mensaje Pentecostal en pro de satisfacer las necesidades sociales humanistas.
(12) La desnaturalización de la autoridad de su liderazgo, por el cambio de sus intereses.
(13) La tergiversación de la Palabra de Dios, por el pragmatismo superficial de una Hermenéutica superficial.
(14) La escasa argumentación teológica y exposición exegética de los Mensajes.
(15) Un nominalismo adherente en vez de convertidos a Cristo, producto de un discipulado autodidáctico, debido a que la comunidad no ha asumido responsabilidad educadora evangelizadora.
(16) La profundización de conflictos entre un polo ortodoxo, fundamentalista y conservador esencialmente dogmático y otro renovador, liberal, que se aleja de esa herencia y se involucra al relativismo pragmático.
Además, de afianzar las riquezas potenciales del movimiento Pentecostal que lo llevaron en un siglo a posesionarse y consolidarse en la sociedad chilena, ellas son:
(1) Su dinámica evangelizadora y misionera.
(2) La asimilación de la cultura popular dentro de su liturgia, (de manera específica dentro del pentecostalismo clásico; no tanto en los sectores llamados neopentecostales o carismáticos)
(3) La práctica del sacerdocio universal de todo creyente, que facilita la participación ministerial de los llamados laicos.
(4) Su interés por la oración y la lectura devocional de las Escrituras.
(5) La mantención del culto pentecostal clásico como celebración gloriosa, gozosa y entusiasta.
(6) Su profundo interés en el Espíritu Santo unido a una piedad centrada en Jesús.
¿Cuál debe ser la identidad común que cobije la diversidad evangélica pentecostal del siglo XXI? Antes de definir la identidad debemos reflexionar sobre varios temas pendientes:
(1) la influencia que tienen las nuevas corrientes de espiritualidad provenientes de culturas ajenas de la idiosincrasia chilena.
(2) la dirección que están tomando los cambios en el liderazgo evangélico.
(3) el daño que está produciendo los seudos liderazgo caudillistas.
(4) el impacto que trae consigo los movimientos neo-pentecostales, con su énfasis en la guerra espiritual, la prosperidad, y el modelo celular de misión.
(5) el uso y abuso de los medios de comunicación masiva (radio y televisión), que está más orientado a la manipulación de sus oyentes, que ha ser un complemento de la obra evangelizadora.
(6) los nuevos ministerios que trasplantan una visión diferente y en gran parte opuesta a la cultura pentecostal chilena.
(7) y la difusión de una nueva himnología y estilo de alabanza, que busca más la popularidad y el éxito económico que la genuina adoración a Dios.
La identidad pentecostal del siglo XXI no debe olvidarse de sus raíces originarias, debe mantener la diferencia, y en oposición a toda tendencia que haga peligrar los principios fundamentales del cristianismo; mantener una actitud resistente a la globalización gnóstica postmoderna; definir con precisión teológica, eclesiástica, ética y moral la vorágines de cambios, modas, estilos, visiones conceptuales, etc.; erradicar los dogmas apartheid de las diferentes congregaciones en pro de un fin común; pronunciamiento preciso a los temas emergentes o “valóricos” de la sociedad chilena; anular la improvisación y el neofitismo sobre los temas en debate; transmitir en forma sostenible en el tiempo y sistemática la educación bíblica; detener y abolir la segmentación comunitaria; preparar y capacitarlos líderes del futuro en pro de una leal e integradora comunión ecuménica; hacer un esfuerzo real de mantener atractivo el mensaje del reino de Dios dentro de los parámetros bíblicos.
El movimiento Pentecostal para enfrentar las siguientes nueve décadas del siglo XXI debe imperiosamente rectificar sus procedimientos, metodologías, dogmas a fin de que su proyección sea tan eficaz como el siglo anterior. Para eso debe:
(1) Enmendar los errores, despojando los descreimientos de las altas autoridades, para consolidar el Movimiento y así evitar futuros Cismas.
(2) Priorizar la fidelidad a la Iglesia de Cristo, antes que grupos congregacionales.
(3) Instaurar el sistema bíblico en su Organización, Administración, Ministerios, Liderazgo, Finanzas.
(4) No despojar los carismas del Espíritu Santo.
(5) Llevar a cabo una política en educación, con fundamentos bíblicos, con maestro idóneos, previamente preparados y capacitados.
(6) Profesionalizar los liderazgos.
(7) Reconocer y respetar el sacerdocio universal, de los convertidos a Cristo.
(8) Reconocer e instaurar los Ministerios Bíblicos, para que efectúen un trabajo integrador en medio del Cuerpo de Cristo.
(9) Volver a las raíces del Pentecostalismo: La SANTIDAD.
(10) Reconocer que Jesucristo es la CABEZA de la Iglesia y NO los Hombres.
(11) El lugar de las mujeres dentro de las funciones pastorales y del liderazgo en general.
Todo análisis de proyección del Pentecostalismo debe tener en cuenta que existen diferencias importantes entre los diversos sectores del movimiento. El pentecostalismo es multifacético, en él se da un alto grado de diversidad. Unos son los pentecostales clásicos o criollos, otros que tienen sus raíces en comunidades extranjeras; unos son los neopentecostales, otros los movimientos sincréticos de apariencia Pentecostal-evangélica. Esas diferencias son producto de orden doctrinal, carismático, vivencial, cultural, pero también social, ideológico, político. Sus dinámicas sociales son distintas, como también lo son sus condiciones y estratificaciones dentro de la sociedad.
Al proyectar el movimiento Pentecostal al siglo XXI, el segundo siglo de existencia, más que tratar de obtener lugares de privilegios, se debe tener en cuenta en forma prioritaria el espíritu de los hombres de Galilea para expandir el reino de Dios hasta los confines más remotos y volver a la esencia del mensaje del reino. Además de restaurar el gobierno de la Iglesia a su único Líder: Jesucristo.
Juan Salgado Rioseco

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