Esta interrogantes es una de las tantas condicionantes Paulinas, ¿Cuál sería la respuesta correcta o más acertada? Para lograr una respuesta atinada, debemos definir lo que es un templo, para así, responder si somos verdaderamente un templo de Dios o cuan alejado estamos de serlo.
La palabra “templo” se emplea como nombre, denotando un lugar sagrado, lo que puede implicar a todo un edificio con sus recintos, o alguna parte del mismo como sagrados; diferente a la palabra “santuario”, que se utiliza para indicar un lugar interior de un recinto sagrado exclusivo, como era el Lugar Santísimo en el Templo.
Los escritores del Nuevo Testamento utilizan la palabra “santuario” en un sentido metafórico: por Cristo de su propio cuerpo físico; de la Iglesia, el cuerpo místico de Cristo; de una iglesia local; del actual cuerpo del creyente individual; del templo visto en visiones en el Apocalipsis; del Señor Dios Todopoderoso y el Cordero, como el Templo de la nueva Jerusalén celestial.
Por metonimia el cuerpo del creyente es un “templo”, o sea, un lugar sagrado, para recibir tal distinción debe ser: consagrado, santificado, venerable, santo. Y el corazón del creyente viene hacer el “santuario”, o sea, el tabernáculo exclusivo del creyente, el lugar santísimo donde mora el Espíritu Santo, el cual fue comprado a precio de sangre. De ahí, la seria advertencia del Apóstol Pablo con referencia a “si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”.
¿Cómo podemos destruir el Templo de Dios? A través de los falsos maestros que enseñan doctrinas impías, las falsas enseñanzas corrompen, contaminan, y destruyen el edificio que ha sido edificado en el fundamento de Omnipotente y siendo su piedra angular Cristo Jesús, a la vez, Dios lo ha santificado por la sangre de Jesucristo derramada en la cruz; por lo tanto, el templo del creyente debe mantenerse puro y santo para Dios sin adulteración de ninguna especie. Los que difunden, aceptan o practican los principios cristianos de fe en forma relajada, liberal o disolutos, hacen impío al templo de Dios, por lo tanto, a la Iglesia de Cristo, acarreándose destrucción a sí mismos a través de la ira de Dios.
Cristo mora por su Espíritu en su santuario, o sea, en el corazón de todos los adoradores verdaderos, estos han sido llamados a ser santos por profesión de fe, a ser puros y limpios de corazón y de conversación. Sin embargo, aquellos que llevan la fe en forma corrupta o licenciosa, se engañan a si mismo, creyendo ser un verdadero servidor de Cristo y templo del Espíritu Santo, no solo profanan su propio cuerpo, sino que mancillan la Iglesia visible de Cristo. El genuino templo de Dios se preocupa por la santidad personal, la paz y la pureza de la Iglesia; busca el crecimiento espiritual en lo personal como del Cuerpo de Cristo; se desarrolla en los carismas del Espíritu Santo; se potencia en la capacitación que le ha dado el Espíritu de Dios para servir en la Iglesia de Cristo.
Un gran porcentaje de creyentes, al igual que los de corintios del primer siglo, están prontos para decir: “Todas las cosas me son lícitas”, u otros, se creen salvos siempre salvos, permitiéndose toda clase de licencias, para transgredir los mandamientos de Dios, sin que en sus conciencias tengan algún pesar por estos actos licenciosos, y lo más penoso es que están autoconvencidos que son participes de las bendiciones y promesas del Altísimo, al mismo tiempo herederos de la vida eterna; cuan equivocados se encuentran, el mismo Apóstol Pablo se opone a este peligroso autoengaño. Este tipo de creyentes han vuelto a esclavizarse a la ley del pecado, por que han descuidado la salvación de Dios, han perdido la libertad que Cristo les ha ofrecido, al ponerse bajo el poder de sus propias concupiscencias.
Los genuinos creyentes deben tener la convicción que el cuerpo es para el Señor: Templo de Dios, morada del Espíritu Santo; instrumento de justicia para santidad, y una pieza clave para el servicio de Cristo, por tanto, no debe ser un elemento de pecado para coronar de gloria al hijo de perdición.
La esperanza de la resurrección en gloria debe guardar a los cristianos de deshonrar sus cuerpos con lujurias carnales. Si tenemos o proseguimos con una conciencia licenciosa, estamos profanando el templo de Dios, con tal postura o forma de pensar, agraviamos y defraudamos a Dios. Nuestro deber es mantener nuestro templo en forma sagrado, no debemos seguir errando, debemos erradicar todo lo ilícito del santuario del Espíritu Santo, llámese fornicación, idolatría, toda clase de homosexualismo, robos y hurtos, avaricia, borracheras, estafas, palabras maldicientes, adulterio, inmundicia, lascivia, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, orgías, y cosas semejantes a estas; los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él, nuestro deber es huir del pecado, especialmente de la fornicación, debido a que este tipo de pecado atenta contra el propio cuerpo.
Debemos tener siempre presente que hemos sido lavados por la sangre de Jesús de tales cosas, santificados para ser templos de Dios, santuario del Espíritu Santo, más aun, justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios; para mantenernos como un templo de Dios, no debemos dejarnos de dominar por aquellas cosas que son abominación a los ojos del Eterno y soberano.
Cobra importancia para estos tiempos la siguiente pregunta bíblica “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”, la respuesta, que es transcendental para nuestra vida, la encontramos en la misma Palabra de Dios “Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.”
El Apóstol Pablo nos exhorta a no unirnos en yugo desigual con los incrédulos, para mantener nuestro templo fuera de fuegos extraños, y nos hace un llamado a la conciencia con algunas interrogantes: “¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?, aseverándonos o recordándonos que somos templo del Dios viviente. Es indebido que los creyentes mantengan relaciones más allá de las estrictamente necesarias, con los inconversos y profanos, menos con los blasfemos a la obra de Dios. En esta situación, se necesitan Pastores conforme al corazón de Dios, que no solo adviertan, sino eduquen a las ovejas de su redil a no unirse en yugo desigual de diferentes índoles, por las consecuencias angustiosas que estas traen consigo. No debemos corrompernos, juntándonos con quienes se contaminan a sí mismos con pecado; evitémonos profanar el templo de Dios, debemos asumir y actuar con la dignidad de un verdadero embajador e hijo o hija de Dios.
“Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.”
Preguntémonos si nuestras esperanzas están fijadas en Jesús conforme a la doctrina de la enseñanza de Cristo. ¿Estamos consagrados a Dios como templos santos por medio de Él? ¿Somos morada de Dios en el Espíritu? ¿Llevamos los frutos del Espíritu en el templo de Dios?
Debemos tomar conciencia lo que es ser “templo de Dios y morada del Espíritu Santo”. El verdadero “templo de Dios”: no enciende cualquier fuego delante de Él; no sirve con ilicitudes humanas; no direcciona la fe para satisfacer los intereses personales; no corrompe lo espiritual para satisfacer lo carnal; no se apropia de las cosas y de los bienes que pertenecen a Dios, con el fin de engrosar los bienes personales; no malversa la esperanza que Dios ha puesto en nosotros, al elegirnos como templos de Dios y morada de su santo Espíritu.
Estaremos preparados para responder con cabalidad la interrogante con que iniciamos este artículo. ¿Qué piensa usted?
Juan Salgado Rioseco
La palabra “templo” se emplea como nombre, denotando un lugar sagrado, lo que puede implicar a todo un edificio con sus recintos, o alguna parte del mismo como sagrados; diferente a la palabra “santuario”, que se utiliza para indicar un lugar interior de un recinto sagrado exclusivo, como era el Lugar Santísimo en el Templo.
Los escritores del Nuevo Testamento utilizan la palabra “santuario” en un sentido metafórico: por Cristo de su propio cuerpo físico; de la Iglesia, el cuerpo místico de Cristo; de una iglesia local; del actual cuerpo del creyente individual; del templo visto en visiones en el Apocalipsis; del Señor Dios Todopoderoso y el Cordero, como el Templo de la nueva Jerusalén celestial.
Por metonimia el cuerpo del creyente es un “templo”, o sea, un lugar sagrado, para recibir tal distinción debe ser: consagrado, santificado, venerable, santo. Y el corazón del creyente viene hacer el “santuario”, o sea, el tabernáculo exclusivo del creyente, el lugar santísimo donde mora el Espíritu Santo, el cual fue comprado a precio de sangre. De ahí, la seria advertencia del Apóstol Pablo con referencia a “si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”.
¿Cómo podemos destruir el Templo de Dios? A través de los falsos maestros que enseñan doctrinas impías, las falsas enseñanzas corrompen, contaminan, y destruyen el edificio que ha sido edificado en el fundamento de Omnipotente y siendo su piedra angular Cristo Jesús, a la vez, Dios lo ha santificado por la sangre de Jesucristo derramada en la cruz; por lo tanto, el templo del creyente debe mantenerse puro y santo para Dios sin adulteración de ninguna especie. Los que difunden, aceptan o practican los principios cristianos de fe en forma relajada, liberal o disolutos, hacen impío al templo de Dios, por lo tanto, a la Iglesia de Cristo, acarreándose destrucción a sí mismos a través de la ira de Dios.
Cristo mora por su Espíritu en su santuario, o sea, en el corazón de todos los adoradores verdaderos, estos han sido llamados a ser santos por profesión de fe, a ser puros y limpios de corazón y de conversación. Sin embargo, aquellos que llevan la fe en forma corrupta o licenciosa, se engañan a si mismo, creyendo ser un verdadero servidor de Cristo y templo del Espíritu Santo, no solo profanan su propio cuerpo, sino que mancillan la Iglesia visible de Cristo. El genuino templo de Dios se preocupa por la santidad personal, la paz y la pureza de la Iglesia; busca el crecimiento espiritual en lo personal como del Cuerpo de Cristo; se desarrolla en los carismas del Espíritu Santo; se potencia en la capacitación que le ha dado el Espíritu de Dios para servir en la Iglesia de Cristo.
Un gran porcentaje de creyentes, al igual que los de corintios del primer siglo, están prontos para decir: “Todas las cosas me son lícitas”, u otros, se creen salvos siempre salvos, permitiéndose toda clase de licencias, para transgredir los mandamientos de Dios, sin que en sus conciencias tengan algún pesar por estos actos licenciosos, y lo más penoso es que están autoconvencidos que son participes de las bendiciones y promesas del Altísimo, al mismo tiempo herederos de la vida eterna; cuan equivocados se encuentran, el mismo Apóstol Pablo se opone a este peligroso autoengaño. Este tipo de creyentes han vuelto a esclavizarse a la ley del pecado, por que han descuidado la salvación de Dios, han perdido la libertad que Cristo les ha ofrecido, al ponerse bajo el poder de sus propias concupiscencias.
Los genuinos creyentes deben tener la convicción que el cuerpo es para el Señor: Templo de Dios, morada del Espíritu Santo; instrumento de justicia para santidad, y una pieza clave para el servicio de Cristo, por tanto, no debe ser un elemento de pecado para coronar de gloria al hijo de perdición.
La esperanza de la resurrección en gloria debe guardar a los cristianos de deshonrar sus cuerpos con lujurias carnales. Si tenemos o proseguimos con una conciencia licenciosa, estamos profanando el templo de Dios, con tal postura o forma de pensar, agraviamos y defraudamos a Dios. Nuestro deber es mantener nuestro templo en forma sagrado, no debemos seguir errando, debemos erradicar todo lo ilícito del santuario del Espíritu Santo, llámese fornicación, idolatría, toda clase de homosexualismo, robos y hurtos, avaricia, borracheras, estafas, palabras maldicientes, adulterio, inmundicia, lascivia, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, orgías, y cosas semejantes a estas; los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él, nuestro deber es huir del pecado, especialmente de la fornicación, debido a que este tipo de pecado atenta contra el propio cuerpo.
Debemos tener siempre presente que hemos sido lavados por la sangre de Jesús de tales cosas, santificados para ser templos de Dios, santuario del Espíritu Santo, más aun, justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios; para mantenernos como un templo de Dios, no debemos dejarnos de dominar por aquellas cosas que son abominación a los ojos del Eterno y soberano.
Cobra importancia para estos tiempos la siguiente pregunta bíblica “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”, la respuesta, que es transcendental para nuestra vida, la encontramos en la misma Palabra de Dios “Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.”
El Apóstol Pablo nos exhorta a no unirnos en yugo desigual con los incrédulos, para mantener nuestro templo fuera de fuegos extraños, y nos hace un llamado a la conciencia con algunas interrogantes: “¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?, aseverándonos o recordándonos que somos templo del Dios viviente. Es indebido que los creyentes mantengan relaciones más allá de las estrictamente necesarias, con los inconversos y profanos, menos con los blasfemos a la obra de Dios. En esta situación, se necesitan Pastores conforme al corazón de Dios, que no solo adviertan, sino eduquen a las ovejas de su redil a no unirse en yugo desigual de diferentes índoles, por las consecuencias angustiosas que estas traen consigo. No debemos corrompernos, juntándonos con quienes se contaminan a sí mismos con pecado; evitémonos profanar el templo de Dios, debemos asumir y actuar con la dignidad de un verdadero embajador e hijo o hija de Dios.
“Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.”
Preguntémonos si nuestras esperanzas están fijadas en Jesús conforme a la doctrina de la enseñanza de Cristo. ¿Estamos consagrados a Dios como templos santos por medio de Él? ¿Somos morada de Dios en el Espíritu? ¿Llevamos los frutos del Espíritu en el templo de Dios?
Debemos tomar conciencia lo que es ser “templo de Dios y morada del Espíritu Santo”. El verdadero “templo de Dios”: no enciende cualquier fuego delante de Él; no sirve con ilicitudes humanas; no direcciona la fe para satisfacer los intereses personales; no corrompe lo espiritual para satisfacer lo carnal; no se apropia de las cosas y de los bienes que pertenecen a Dios, con el fin de engrosar los bienes personales; no malversa la esperanza que Dios ha puesto en nosotros, al elegirnos como templos de Dios y morada de su santo Espíritu.
Estaremos preparados para responder con cabalidad la interrogante con que iniciamos este artículo. ¿Qué piensa usted?
Juan Salgado Rioseco
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