martes, 14 de marzo de 2017

La segregación en la Iglesia de Dios en Cristo Jesús.


“Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” (1 Corintios 1:12-13).

“Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales? ¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. (1 Corintios 3:2-5).

El término segregación (del latín segregatĭo) hace referencia a la acción y efecto de segregar, es decir, separar, marginar o apartar algo del resto de los objetos o personas. Usualmente, el término segregación hace referencia al proceso social y político por el cual se segrega a un grupo de seres humanos, generalmente una minoría étnica, religiosa o política del resto de la sociedad.

El segregacionismo puede manifestarse de diversas maneras dentro de una comunidad cristiana: entre los espirituales y los carnales; entre los ancianos y jóvenes; entre hombres y mujeres; entre posiciones sociales, educacionales o laborales; entre los que manejen el poder y los que ambicionan el poder.
Los primeros indicios de segregación, se manifestaron en la comunidad Jerosolimitana, en el pasaje bíblico del libro de los Hechos 6:1, donde se relata la desatención de las viudas griegas, provocando murmuración y descontento. De esta comunidad eran los líderes de los judaizantes como Mateo y Santiago, que se opusieron a la entrada al Cuerpo de Cristo de los gentiles (“goi” que significa: pagano, extraño a Dios, sin pacto o promesa; contrario a Dios); esta situación desemboco en el primer Concilio efectuado en Jerusalén en el año 50 app. (Hechos 15); podemos agregar la segregación que hacían los judíos hacia los samaritanos, a los gentiles prosélitos o temerosos, contra los judíos que ejercían oficios considerados inmundos.

En la comunidad de Corintios se manifestó sesgos de división y segregación (1 Corintios 3:1-4), a lo cual el apóstol Pablo replico que “los hombres solo son servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios.” (4:1), que solo deben preocuparse de ser hallado fiel (2) y no ser envanecido (18,19). El envanecimiento es cuando una persona (4:6), que actúa con orgullo, vanagloria, soberbia, presunción, arrogancia, altivez, fanfarronería, endiosamiento, engreimiento. Estas actitudes provocan celos, contiendas, disensiones, divisiones, segregaciones en el seno del Cuerpo de Cristo.

En el Cuerpo de Cristo, solo la soberanía de Dios debe ser la ejecutante del plan que Dios tiene para ella, sin embargo, la interferencia del hombre es una constante la que ha provocado todas clase de segregaciones a lo largo de los siglos de historia de la Iglesia de Dios, incluso provocando muerte, destrucción, venganza entre los contrincantes cristianos.

El Cuerpo de Cristo no es una institución humana, ni política, ni partidista, menos para cultivar los egos personales. La soberanía de Dios no necesita la ayuda o colaboración del hombre para ejecutar su plan, el hombre debe someterse al régimen nuevo del Espíritu y no vivir bajo el régimen viejo de la carne; Dios no necesita ayuda, ni menos interferencia; necesita del hombre sometimiento y obediencia. La actitud del hombre debe ser templada frente a los acontecimientos, utilizar el discernimiento para actuar en pro del Cuerpo de Cristo, saber negarse a sí mismo en bien del interés de la Iglesia, no olvidar que es solo un “siervo” de Dios, colaborador de su labranza.
Para poder discernir debe tener conocimiento pleno de la Palabra de Dios, sino los tiene debe detenerse “en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma.” (Jeremías 6:16) y no seguir actuando con necedad ni ser neófito al tomar decisiones, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. (1 Timoteo 3:6).

La tercera carta de Juan, tenemos un ejemplo del segregamiento producido por el autoritarismo de Diotrefes. Este hombre se había apoderado del liderazgo de una iglesia en Asia, y no sólo se rehusaba a reconocer la autoridad de Juan como un apóstol, sino también a recibir sus cartas y seguir sus instrucciones. También hacía circular maliciosas calumnias en contra de Juan y excomulgaba a los miembros que proporcionaban ayuda y hospitalidad a los mensajeros de Juan. Existe una sentencia popular o aforismo: “El poder corrompe”, la ambición al poder a corrompido el accionar de aquellos que dicen ser siervos de Dios, teniendo apariencia de piedad, pero niegan la eficacia de ella.

La discriminación y la segregación religiosa de la mujer, se puede catalogar como una misoginia, que manifiesta de diversas maneras: denigración, discriminación, violencia y cosificación sexual de la mujer. El papel que ha jugado la mujer en el Cuerpo de Cristo en estos 21 siglos ha sido importante para el crecimiento y expansión del Evangelio de Cristo. Las mujeres no solo tienen una presencia numérica mayor a la de los hombres, han tenido una responsabilidad fundamental en la transmisión de la fe cristiana. No hay que olvidar que la profetisa Ana que vivía en el templo, al presenciar la presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén, comenzó a hablar del Niño a todo aquel que esperaba la redención de Jerusalén (Lucas 2:36-46); el primer testigo de la resurrección de Jesucristo, fue María de Magdala; la noticia de la resurrección fue llevada por mujeres a los apóstoles. La gran proclama del apóstol Pablo “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús.” (Gálatas 3:28) debe ser una de las máximas de nuestra convivencia fraternal dentro de toda comunidad cristiana, porque todos sin excepción hemos sido revestido en Cristo (27), si actuáramos de esta forma se manifestaría ningún sesgo contrario a la perfecta unidad.

Una de las características de la Iglesia Pentecostal de Chile, es su gran expansión en las primeras décadas del siglo XX, las que ejecutaron la labor primordial en esta área, fue la mujer;  se convirtieron en el gran brazo evangelístico de este movimiento, llevaron su fe a su familia, familiares, amistades; osaron transmitir la Palabra de Dios en lugares que a los hombres se les fue negado con su persistencia, tenacidad y osadía; fueron las fieles seguidoras de las mujeres de Galilea (Lucas 8:3) que han sostenido el movimiento con su laboriosidad, solidaridad, fueron y son el sostén económico de las Iglesias Pentecostales de Chile. En la realidad del siglo XXI, la gran mayoría de la Iglesias Pentecostales siguen segregando a la mujer de diversas formas, violentando su Fe y en muchos casos su dignidad, omitiendo la gran proclama Paulina “Ya no hay judío ni griego; No hay esclavo ni libre; ninguna mujer ni heno Varón; Porque vosotros sois Todos uno en Cristo Jesús.” (Gálatas 3:28 RVR1960). Siguiendo el modelo o sistema socio-religioso judío: racista (judío-pagano), sexista (hombres-mujeres) y clasista (clero-laico).

Debemos reconocer el importante rol desempeñado por las mujeres en el movimiento de Jesús (Lucas 8:1-3) y `posteriormente en las iglesias Paulinas como lo narran los textos bíblicos (1 Corintios 11:5-6; Romanos 16:3, 12; Filipenses 4:3) y como han sido en la expansión del Evangelio de Cristo a lo largo de estos siglos.  ¿Podemos seguir segregándolas? El apóstol Pedro les escribió a los santos (hombres y mujeres) de Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia.” (1 Pedro 2:9).  Omitiendo que todos somos uno en Cristo.

La segregación en interior de las comunidades cristianas, va corroyendo persistentemente los cimientos de la perfecta unidad, provoca el cisma de la división. La segregación es la manifestación de la carnalidad del hombre basada en una distorsionada interpretación bíblica y la instauración de desviadas normas en el seno de la Iglesia de Cristo.

La disgregación del Movimiento Pentecostal en Chile ha sido provocado por la existencia en su interior por todos los sesgos que se alimenta la segregación: la interferencia a la soberanía de Dios; la ambición al Poder; la manipulación del falso espiritualismo; el autoritarismo junto al despotismo; el dogmatismo sectario; la denigración de los oponentes a través del aislamiento; la falta de discernimiento de lo que es de Dios y lo que es humano; la falta de conocimiento de la Palabra de Dios; la forma de servir a Dios a la manera personal; la falta de madurez espiritual; el hermético sistema administrativo  institucional; la desviación del modelo financiero bíblico; la omisión del don de Pastor, reemplazado por el oficio de ser Pastor, instaurando el nepotismo y la herencia sacerdotal aarónica, depreciando la obra del Espíritu Santo en la conducción de la Iglesia, causando gran daño a la causa del Pentecostalismo en Chile; el autonombramiento del título de Pastor con el propósito de lograr prebendas de todas índole de los débiles de la fe; etc.  Debemos tener siempre presente que “no todo aquel que dice Señor, Señor, entrará al Reino de los cielos”, (Mateo 7:21).
Juan Salgado Rioseco




jueves, 9 de marzo de 2017

Perfectos en unidad en las Iglesias cristianas.

¿La Iglesia de Dios en Cristo Jesús, es perfecta en unidad como lo solicitó Jesús a su Padre?

¿O tiene una actitud de omisión, o se convive permisivamente con la segregación en su interior?

El mandato primario dado por nuestro Señor Jesús: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.” (Juan 13:34 RVR1960).

Una de sus mayores peticiones sacerdotales al Padre fue “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.” (Juan 17:21-23 RVR1960).

Jesucristo anhelaba que sus seguidores se amaran los unos a los otros, que fueran uno, alcanzaran la unidad perfecta con el solo propósito que el mundo reconocieran en ellos que el Padre eterno había enviado a su hijo y pudieran creer en el evangelio.

El apóstol Pablo instaba a los receptores de la carta a Los Hebreos dentro de sus deberes cristianos a “Permanecer en el amor fraternal y a no olvidar la hospitalidad” (Hebreos 13:1-2 RVR1960).

Al principio de la comunidad de Jerusalén practicaba la unidad y tenían todas las cosas en común (Hechos 2:1; 4:32-35 RVR 1960), un ejemplo de compañerismo cristiano (koinonía) basada en la Fe en nuestro Señor Jesús, al amor a nuestros hermanos y la esperanza mancomunada de alcanzar las promesas de Dios en la eternidad. 

Koinonía es un concepto teológico que alude a la comunión eclesiástica y a los vínculos que ésta misma genera entre los miembros de la Iglesia y Dios, revelado en Jesucristo y actuante en la historia por medio del Espíritu Santo. La idea central en el griego, es asociación o consorcio, en el griego secular, se usa para expresar una íntima relación entre las personas.

Solo los que son amigos de Jesús alcanzan un verdadero compañerismo cristiano, (Hechos 2:42; 2 Corintios 6:14), la cual se basa en el común conocimiento del contenido del mensaje cristiano (1 Juan 1:3). No puede existir una comunión verdadera entre los domésticos de la fe, sino se ha alcanzado la amistad íntima con Jesús. La cual se hace práctica en la comunión del evangelio de Cristo (Filipenses 1:5), con la presencia, compañía, ayuda y guía del Espíritu Santo (2 Corintios 13:14; Filipenses 2:1). Por lo consiguiente, la Koinonia es lo que liga a los cristianos unos con otros, con Cristo y con Dios.


Jesús es el agente de la comunión íntima con Dios.  El sacrificio de Jesucristo nos devuelve la comunión con el Padre (Colosenses 1:22; Salmo 25:14), nos limpia de todos pecado (1 Juan 1:6-8). La comunión nos lleva al crecimiento pleno (1 Juan 1:3); permanecer en Él nos lleva a una comunión constante y vital (Juan 15:4-6). Dios nos llama a una vida de comunión con El, y con su Hijo (1 Corintios 1:9; 2 Corintios 13:14).


El apóstol Pablo nos exhorta a que seamos solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; manteniendo un cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos (Efesios 4;3-6); la unidad descansa en estas verdades doctrinales; para lograr la perfecta unidad, debemos actuar con sabiduría de Dios la cual es “primeramente pura, después pacífica” (Santiago 3:17); además Pablo agrega que debemos seguir la verdad en amor, para tener un cuerpo , bien concertado, unido, cumpliendo cada uno su función y así todo el cuerpo crece y se fortalece por el amor ( Efesios 4:15-16).

La Comunión entre los cristianos se hace realidad cuando compartimos experiencias del devenir del evangelio (1 Pedro 4:13); suplimos las necesidades o practicamos la hospitalidad, somos solidarios con los que sufren (Romanos 12:13; 15:27; Gálatas 6:6). 

Todas estas acciones no llevan a construir la unidad perfecta, debido a que sentimos, padecemos, sufrimos, nos gozamos con los domésticos de la fe; nos hace partícipe de lo divino en la vida de nuestros compañeros de fe; nos hace actuar con generosidad en la debilidad de los miembros del Cuerpo de Cristo; con templanza y mansedumbre en los periodos de crisis de la Iglesia; nos lleva a cultivar el respeto con todos y para todos, porque somos la imagen de Dios y su hijo dio su vida por todos los que han creído en Él.

La unidad perfecta se construye desde el cimiento al negarse a sí mismo para construir el Cuerpo de Cristo, en fe, esperanza y amor entre todos los adoradores de Dios a través de su Hijo amado Jesucristo. Quien no tiene esa capacidad, no ha logrado la madurez cristiana, vive de los rencores pasados, busca las disensiones, los pleitos, camina por los senderos de la ambición personal por abrirse paso en busca de un renombre humano, no la interesa la gloria de Dios sino el reconocimiento y honra humana, aspira sin merecerlo el poder y la autoridad dentro de la asamblea. Personas carnales, que violentan el Evangelio de Cristo con sus actitudes y en forma destemplada se inmiscuyen en la soberanía de Dios, usurpando lo que exclusivamente está reservado para su Hijo primogénito: Jesús.

El profundo deseo del apóstol de los gentiles era: “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;” (Efesios 4:13)

La unidad perfecta se logra cuando nuestros pensamientos, sentimientos, palabras, actos, puedan reflejar nuestra transformación interior en las vivencias personales y comunitarias al servicio de Dios. Sin las mezquindades que el viejo hombre o mujer nos hace actuar en perjuicio de nuestros hermanos en la fe. No puede haber una genuina y verdadera unidad entre los santos a no ser que sea una unidad ligada a la Palabra de Dios y conducia por el Espiritu Santo.  

Juan Salgado Rioseco

Dios Santo y el Pecado (Parte VII)

El Servidor de Dios no debe quebrantar la Ley del Eterno y Santo para ser victorioso en la lucha contra el pecado. “ Ahora bien, ¿debe...