“Así que, todas las cosas que queráis que los hombres
hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley
y los profetas.” (Mateo 7:12).
“Pero
él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?
Respondiendo
Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de
ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio
muerto.
Aconteció
que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo.
Asimismo
un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo.
Pero
un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a
misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y
poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él.
Otro
día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele;
y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese.
¿Quién,
pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los
ladrones?
Él
dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú
lo mismo. (Lucas 10:29-37)
“Y
respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a
uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.
Entonces
dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno
preparado para el diablo y sus ángeles.
Porque
tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui
forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y
en la cárcel, y no me visitasteis.
Entonces
también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento,
sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos?
Entonces
les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno
de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis.” (Mateo
25:40-45).
La solidaridad, es adhesión o apoyo incondicional a causas o interese
ajenos, especialmente en situaciones comprometidas o difíciles; la palabra “solidaridad”
evoca siempre el vínculo de asistencia recíproca en la necesidad, que une las
personas entre ellas; también evoca los vínculos afectivos y morales que unen a
una comunidad que pertenecemos. La solidaridad es sinónimo de apoyo, respaldo,
ayuda, protección, que cuando persigue una causa justo cambia el mundo, lo hace
mejor, más habitable y más digno.
Para los cristianos significa, la ayuda en todos los
campos: espiritual, pastoral, material, humano, cultural, especialmente en los momentos
de necesidad y de dificultad.
Aunque el término de solidaridad no aparece en la
Biblia, sin embargo está incluida en la palabra griega “ágape”.
La solidaridad es una
exigencia que brota del amor de Dios (1 Juan 3:16-18; 4:19-21); es poner al
servicio de los demás los dones recibidos (1 Pedro 4:10-11); es ayudarse
mutuamente (Gálatas 6:2); ser solidarios con los demás es ser solidario con
Cristo mismo (Mateo 25:40-45); es esencialmente
con los más necesitados (Marcos 10:44; Lucas 4:18; 1 Corintios 9:22; 2
Corintios 9:7-9); el Señor Jesús nos ha dado el ejemplo como ser solidario
(Marcos 10:45; Juan 13:13.14).
La verdadera solidaridad es
ayudar a alguien sin recibir nada a cambio y sin que nadie se entere. Ser solidario
es, en su esencia, ser desinteresado. La solidaridad se mueve solo por la convicción
de justicia e igualdad.
En el libro de Santiago nos dice “La religión pura y sin mácula delante de nuestro Dios y Padre es ésta:
visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y guardarse sin
mancha del mundo.” (1:27 LBLA.), los integrantes de las diversas
comunidades religiosas están cada vez menos interesada de las situaciones difíciles
de sus hermanos en la fe y menos del prójimo en general; estamos viviendo un
individualismo exacerbado por el consumismo y el ansia de poseer bienes de
consumo de acuerdo a la moda imperante.
La vida cristiana es fe que se
expresa en lo concreto, en lo real, y no de abstracciones o quimeras.
La solidaridad es una manera
concreta de vivir el amor al que apunta la fe. No se trata de un sentimiento
superficial por los males que aquejan a muchas personas, ni de una mera
compasión, puramente exterior, sino es la expresión externa del amor de Dios
que se cobija en nuestro corazón, produciendo el ineludible acto de solidaridad
(amor ágape o fraternal) con el desposeído o el carente de las necesidades
primarias de la sobrevivencia humana.
El amor fraternal de los
verdaderos “discípulos de Cristo”, mueve a la eficaz acción solidaria, no solo
voluntaria, sino exigida por las enseñanzas del propio Maestro Jesús “Porque
tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui
forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me
visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.” (Mateo 25:35-36 LBLA.).
Jesús nos enseña cómo ser
solidario a través de la parábola del “Buen Samaritano” (Lucas 10:29-37), que
es la evidencia de amar como Jesús, en cumplimiento del mandato “os améis los
unos a los otros, como yo os he amado” (Juan 13:34).
El Señor Jesús, es el
paradigma para ser solidario, durante su ministerio terrenal, tuvo una gran preocupación
de los enfermos (Mateo 14:14; 20:33-34; Marcos 1:40-42); se compadecía de las
multitudes y les enseñaba (Marcos 6:34), además les daba de comer (Marcos.
8:2-8), que gran modelo tienen los que sirven a Jesús en espíritu y en verdad.
El fundamento de la solidaridad
es la comunión (1 Corintios 12:25-27; Romanos. 14:7). La vivencia de la
solidaridad no debe convertirse en una exigencia propia de circunstancias
extraordinarias. La solidaridad comienza allí, en lo cotidiano, en las acciones
ordinarias y comunes de la propia vida; en la casa, el colegio, la universidad,
el trabajo, con aquellos que me rodean.
La solidaridad va de la mano
con la generosidad, es un valor o rasgo de la personalidad caracterizado por
ayudar a los demás de un modo honesto sin esperar obtener nada a cambio. La
generosidad en las relaciones sociales se suele apreciar bastante y se
considera como un rasgo de bondad entre las personas.
La generosidad es una característica identificable del verdadero creyente. La palabra de Dios nos enseña: el que siembra generosamente, cosecharà generosidad (2 Corintios 9:6); el que es generoso alcanza plenitud (Isaías 32:8); todo los que Dios nos ha dado para administrar, debemos compartirlo con generosidad (1 Timoteo 6:18); la verdadera generosidad no es dar de lo que sobra, sino de lo que necesitamos (Marcos 12:42); la generosidad es un uso inteligente de los bienes (Proverbios 11;24.25).
La generosidad es una característica identificable del verdadero creyente. La palabra de Dios nos enseña: el que siembra generosamente, cosecharà generosidad (2 Corintios 9:6); el que es generoso alcanza plenitud (Isaías 32:8); todo los que Dios nos ha dado para administrar, debemos compartirlo con generosidad (1 Timoteo 6:18); la verdadera generosidad no es dar de lo que sobra, sino de lo que necesitamos (Marcos 12:42); la generosidad es un uso inteligente de los bienes (Proverbios 11;24.25).
Cuando la solidaridad se efectúa con generosidad,
actuamos dentro del plan de Dios, esta acción
determina nuestro crecimiento y madurez espiritual; podemos decir que “nadie
cosecha donde no siembra”, “No os dejéis
engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembre, eso
también segará.” (Gálatas 6:7)
“En esto conocemos lo que es el amor: en
que Jesucristo entregó su vida por nosotros. Así también nosotros debemos
entregar la vida por nuestros hermanos. Si alguien que posee bienes materiales
ve que su hermano está pasando necesidad, y no tiene compasión de él, ¿cómo se
puede decir que el amor de Dios habita en él? Queridos hijos, no amemos de
palabra ni de labios para afuera, sino con hechos y de verdad. En esto sabremos
que somos de la verdad, y nos sentiremos seguros delante de él: que aunque
nuestro corazón nos condene, Dios es más grande que nuestro corazón y lo sabe
todo”. (1 Jn. 3:16-20 NVI).
Juan Salgado
Rioseco
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