La Iglesia de Dios en Cristo Jesús. (Parte IX)
La Iglesia: entre la probidad y la felonía de sus seguidores.
Desde el génesis de la iglesia de Dios en Cristo Jesús, ha estado
marcado por el devaneó de sus seguidores. Dentro del círculo íntimo del Maestro
encontramos a Judas Iscariote; en la embrionaria comunidad de Jerusalén, la
disputa en la mala gestión del servicio y la falta de probidad del matrimonio
de Ananías y Safira; al ir expandiéndose el evangelio con nuevos adeptos
provenientes de los góyim, la moralidad legalista de los que provenían del
judaísmo manifestaron sus discrepancias y accionaron con intolerancia al
accionar de la obra del apóstol Pablo, provocando el primer concilio de la
iglesia en Jerusalén hacía en el año 50, generando las primeras medidas
normativas de la iglesia del primer siglo, reuniones que no exceptas de
acaloradas disputas y controversias dogmáticas; la disputa de Pablo y Pedro por
la incongruencias de este último en su comportamiento hacia los góyim; el celo
del apóstol Pablo llevó a una seria disputa con Bernabé produciendo la
separación de estos dos varones iniciadores las misiones evangelistas hacia las
naciones; las permanentes y ardientes disputas en el seno de las diferentes
comunidades, impulso a escribir a Pablo las siguientes palabras en la primera carta a los Corintos “De manera
que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales,
como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais
capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre
vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como
hombres? Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy
de Apolos, ¿no sois carnales? ¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores
por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió
el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que
ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento.”
(1Co 3:1-7); las permanentes disputas entre Pablo y la Iglesia de Jerusalén,
provocaron más de una controversia en el
interior de la Iglesia. Estas y otras disputas pusieron a prueba la lealtad de
los seguidores de Cristo en la época apostólica, algunos fueron arrastrados por
sus felonías, entre otras Pablo escribió en torno al año 65 en su segunda
epístola a Timoteo acusando a Demas de haberle abandonado “por amor de este
siglo”. El apóstol Juan tuvo que bregar contra el despotismo y autoritarismo de
Diotrefes, como escribió en su tercera carta.
En la época de los Padres de la Iglesia, no fueron menores las controversias que produjeron cismas en el seno de las diferentes comunidades; tuvieron que lidiar, con el gnosticismo, el montanismo que acusaba a la iglesia de “seguir la dirección humana en vez de al Espíritu Santo en la vida de la iglesia y la organización, y de ser criminalmente laxos en la disciplina cristiana.” Tertuliano, alrededor del año 200, veía peligroso a las irrupciones de la mundanalidad y la laxitud en el movimiento cristiano. Los Concilios se avocaron a solucionar cuestiones provocadas por el Arrianismo, el Apolinarismo, sobre las enseñanzas de Nestorio, el Eutiquianismo.
El apóstol Pablo, despidiéndose de Timoteo, le indicó que "desde la niñez conoces las Sagradas Escrituras las cuales pueden hacerte sabio para la salvación por la fe en Cristo Jesús" (2 Timoteo 3: 15). Lo cual nos indica que el conocimiento a través de la lectura de la Escritura y la Koinonía en su principal manifestación en “el partimiento del pan” era el centro de la iglesia de los primeros siglos, evidenciándose una madurez espiritual, comunión, identidad con Cristo, fe, honestidad, santidad, un testimonio irreprochable a los ojos de seglares, llevando como testimonio la sangre derramada por los mártires en su lealtad con Cristo y su iglesia.
El panorama cambió de manera radical en el siglo IV. Al respecto, el testimonio legado por J. H. Newman, cardenal católico procedente del anglicanismo, no pudo ser más claro: “En el curso del siglo cuarto dos movimientos o desarrollos se extendieron por la faz de la cristiandad, con una rapidez característica de la Iglesia: uno ascético, el otro, ritual o ceremonial. Se nos dice de varias maneras en Eusebio (V. Const III, 1, IV, 23, &c), que Constantino, a fin de recomendar la nueva religión a los paganos, transfirió a la misma los ornamentos externos a los que aquellos habían estado acostumbrados por su parte. No es necesario entrar en un tema con el que la diligencia de los escritores protestantes nos ha familiarizado a la mayoría de nosotros. El uso de templos, especialmente los dedicados a casos concretos, y adornados en ocasiones con ramas de árboles; el incienso, las lámparas y velas; las ofrendas votivas al curarse de una enfermedad; el agua bendita; los asilos; los días y épocas sagrados; el uso de calendarios, las procesiones, las bendiciones de los campos; las vestiduras sacerdotales, la tonsura, el anillo matrimonial, el volverse hacia Oriente, las imágenes en una fecha posterior, quizás el canto eclesiástico, y el Kirie Eleison son todos de origen pagano y santificados por su adopción en la Iglesia” ( An Essay on the Development of Christian Doctrine , Londres, 1890, p. 373).
Desde el siglo VII, la Iglesia empezó un proceso de transformación sistemático y paulatino, desde una posición espiritual a la institucionalización a un estado secular, debido a donaciones territoriales y falsas acreditaciones de territorios en los periodos de los Emperadores Constantino, Pipino y Carlomagno entre otros. Lo que posesionaron al líder de la iglesia en roma en un potentado príncipe secular con todos los daños colaterales que implicaron tal conversión, como la instauración de una corte de abolengos llamada la curia pontificada romana, donde la ambición, la corrupción, el cohecho, la promiscuidad y los abusos se combinan con la manipulación de la fe de los más desvalidos.
A partir de Constantino, el cristianismo fue mudando el énfasis en el Libro por una visión ceremonial y sacerdotal que se fue desarrollando todavía más durante la Edad Media. La iglesia se fue identificando cada vez más con un edificio que, de forma creciente, se fue haciendo más grandioso. En la locura constructora – consideraciones artísticas aparte – el papado no dudó en caer en las formas peores de simonía que acabaron estallando con ocasión de la venta de indulgencias para levantar la basílica de San Pedro en Roma.
Periodos como los de Aviñon, el siglo XV, XVI (en la reforma), IXX, XX entre otros en que la desviación a los postulados primitivos de la Iglesia de Dios en Cristo Jesús ha sido evidente, han manchado al Cuerpo de Cristo en todas sus áreas. Aunque la Iglesia nunca ha sido plenamente santa o completamente pecadora debido al accionar de los reales santos de todas la épocas, aquellos que conforman la Iglesia invisible vista a los ojos de Dios.
Las expectativas que solventaron los principios de la Reforma muy pronto se desvanecieron debido a la naturaleza humana, a causa de las desavenencias de sus conductores en materias dogmáticas; y en forma paulatina e inexorable, el criterio humanista, el racionalismo y el escolasticismo extraviaron el camino hacia el reino de Dios, a pesar del llamamiento del pueblo de Dios a “buscar primero el Reino de Dios y su justicia” (Mateo 6: 33).
Esa búsqueda del Reino se ha sustituido, en ocasiones, por un evangelio de codicia en el que se prometen bendiciones materiales de acuerdo a la cantidad de dinero que dona el que ha sido manipulado, olvidando cuál es el real camino del Reino: Jesucristo y la salvación del alma de los perdidos.
Incluso cuando no se incurre en esa conducta, se ha perdido muchas veces la visión del Reino identificándose la iglesia con las modas musicales, con las modas del momento para estar a la altura de los acontecimientos tecnológicos, con las prebendas de sanidad o el exitismo laboral o educacional, con suplir la necesidades básicas de los desposeídos concientizándolos en una mal llamada teología de la prosperidad; más aún, el accionar de las cabezas corporativas, administrativas o espiritualistas, se han conducido por una camino diferente y divergente al camino de la verdad por la cual Jesús está conduciendo su Iglesia invisible, a través del afán de auto proclamarse títulos honoríficos, en su grado más superlativo, con el objeto de dar la impresión de estar conectado a Dios en forma intima, para impresionar a los incautos en forma rimbombante, olvidándose que Dios hablo en el pasado a través de un profeta, diciendo “Y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten de ciencia y de inteligencia.” (Jeremías 3:15 RV 1909).
La Iglesia visible de Cristo ha surcado, estos veintiún siglos, entre los que ajustan su vida a la probidad según los principios bíblicos y los que adaptan la Escrituras para justificar sus felonías. En medio de los avatares de la sociedad actual, la Iglesia de Dios en Cristo Jesús, es santa por Cristo y el obrar del Espíritu Santo, la cual inexorablemente se encamina hacia el encuentro con su amado, en su retorno o segunda venida. Hemos precisado la santidad de la Iglesia, aunque visiblemente la realidad y los acontecimientos desde su interior evidencian corrupción, desintegración de sus principios, tergiversación de sus valores, debido al ataque de la relativización ética y valórica de la cultura imperante injertada en el corazón de los aun beben leche adulterada y están al servicio de Dios influenciando a los neófitos espirituales con su testimonio, enseñanzas, conducción en las noveles y disgregadas comunidades que se dicen ser de Dios a través de Jesucristo.
En un gran porcentaje de la iglesia evangélica está influenciada por una teología liberal y el profundo desconocimiento de las Escrituras, en este contexto, su base doctrinal es muy débil o inmadura, lo que se ve acrecentado por una actitud anti intelectual que la ha corroído en sus cimientos valóricos y doctrinales en el transcurso de los años. Particularmente tenemos miembros con ropaje protestante, sin embargo, su alma está accionada por una cultura sub-religiosa popular en especial con el sincretismo católico romano pagano. Esto ha generado su liturgia alabanzas superficiales, divisionismos por temas secundarios y la total falta de identidad a los postulados y valores de bíblicos.
Por lo tanto, podemos declarar que la Iglesia visible necesita imperiosamente una reforma profunda en algunas de sus áreas, radical en otras. En especial, en los estamentos de los Liderazgo, ya sean episcopales o presbiterianos, debe dejarse los sistemas Diotrefanos (Tercera carta de Juan) en el gobierno de la Iglesia; volver a posesionar a Cristo como cabeza de la Iglesia y dejar la conducción al Espíritu Santo, para eso, se deben colocar en los puesto de dirigencia a convertidos con el testimonio del salvado, hombres o mujeres preparadas y capacitadas para dicha labor, de acuerdo al don al cual han sido llamados; discípulos de Cristo, irreprochables, con madurez espiritual a toda prueba, idóneos en el área de servicio de acuerdo a su llamado; más que todo lo anterior, que demuestren su real arrepentimiento y conversión a Cristo y su vocación para servir a la su Iglesia a través de los frutos del Espíritu Santo (Gálatas 5:22, 23; 2 Pedro 1:5-7), debido a que si todas estas cosas están presentes en su vidas y aumentan, entonces no serán gente inútil y no habrán conocido en vano a nuestro Señor Jesucristo(2 Pedro 1:8), por lo tanto, serán útiles, eficaces, idóneos en la expansión del evangelio de Cristo. Sin embargo, si a alguien le faltan estas cosas, entonces está tan corto de vista que está ciego y ha olvidado que sus pecados fueron perdonados (2 Pedro 1:9), serán una continua piedra de tropiezo en el testimonio del evangelio de paz.
La Iglesia de Dios en Cristo Jesús, debe volver a regirse por las Escrituras (Juan 5:39), para no errar; acatar los mandamientos de Cristo (Juan 14:15), como norma imperturbable en su devenir; construir su testimonio en base de las enseñanzas del Maestro (Mateo 28:20), para solidificar una madurez espiritual acorde a un genuino discípulo de Jesucristo ; autodisciplinarse de acuerdo a los principios bíblicos, porque ellos permanecen inalterables (Isaías 40:8); renacer con simiente incorruptible (1 Pedro 1:23), para crecer en forma sana en el Señor; estar siempre preparados para presentar defensa sobre el evangelio (1 pedro 3:15); evitar el sectarismo dogmático (1 Timoteo 4:1; Mateo 24:24), para evitar las divisiones y el separatismo; cambiar en forma radical de actitud, buscando la fidelidad (Romanos 1:17); sobre todo caminar en santidad (hebreos 12:14), debido a que la santidad es pureza frente a Dios, es ser dignos de presentación ante su presencia.
La ética, la transparencia, la honestidad, la honra, la fidelidad deben ser los valores predominantes del cristiano del siglo veintiuno; la probidad pastoral, (significa bondad, rectitud de ánimo, hombría de bien, integridad y honradez en el obrar, es sinónimo de honorabilidad), deben ser los parámetros que midan su conducta en lo personal, privado y en lo público, la que deben observarse en el ejercicio de funciones ministeriales.
La Iglesia visible de Cristo ha sobrevivido las diferentes épocas, en
estos veintiún siglos, entre los que ajustan su vida a la probidad de acuerdo
al fundamento apostólico y los que se adaptan a las condiciones imperantes de
la sociedad en la cual interactúan, cambiando la fidelidad en Cristo por la
felonía en la práctica de su fe para congraciarse con lo seglar.
Juan Salgado Rioseco
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