Nací en Jerusalén, diez días después de la ascensión del Maestro, fui
bautizada en Pentecostés con el fuego del Espíritu Santo, mis primeros
feligreses fueron los apóstoles y discípulos del Maestro, todos ellos israelitas
por nacimiento y judíos por la fe de mis padres.
Mi
vida era comunitaria, pasaba en el templo y oración, eran manifiestas mis obras
entre el pueblo, cada día crecía, pues el Redentor agregaba los salvos, no
había día en que llegara uno nuevo a integrar las filas del cual creíamos que
era el Mesías esperado, sanidades, prodigios y milagros era el pan de todos los
días, incluso la sombra de Pedro sanaba a los enfermos. Llegue a tener
adherentes hasta en la misma corte del rey, entre los sacerdotes, magistrados y
principales.
Un buen día, primero como rumor,
posteriormente como malestar, luego empezaron las riñas en mi interior entre
los hebreos y los helenistas, todo por sus mujeres, viudas y niños, que estos o
aquellos eran mal atendidos, por consecuencia de este suceso se eligieron a los
Diáconos, para ayudar a los apóstoles en las cosas administrativas, organizarme
mejor y más equitativamente.
Un día sucedió lo inevitable, Esteban uno de
mis hijos más piadosos, tuvo la ocurrencia de enfrentar a los mismos doctores
de la Ley, y estos como no pudieron rebatirle instaron al pueblo a matarlo a
pedradas, que dolor, vino entonces la persecución contra mis hijos,
especialmente contra los helenistas, tuve que llorar por la partida de ellos,
pero este llanto luego se convirtió en gran gozo, donde iban nacían nuevos
discípulos, con sus obras, y actitudes predicaban el Evangelio del que había
resucitado entre los muertos, ¿saben ustedes que pasó? Las nuevas de salvación
llegó a los gentiles, primero en forma débil, para convertirse luego en una
fuerza arrolladora, Pedro en casa de Cornelio, Damasco, Antioquía de Siria,
Creta, abrieron las puertas que otro pueblo alcanzaran las misericordias de mi
Señor.
Un día de sufrimiento, el bizarro
de Tarso, me vino a enfrentar en Damasco, cuando pisó esta cuidad era unos de
mis más fervientes adherentes, Saulo el celoso fariseo perseguidor, convertido
en el mas osado e intrépido apóstol de los gentiles, "todo lo puedo en
Cristo que me fortalece" "ya no vivo yo, sino Cristo vive en mi",
eran sus palabras favoritas. Temerario, audaz, aventurero predicador de mis
enseñanzas, excelente argumentador y orador de mi causa, Pablo, que ganas de
tener siquiera en estos días uno como él, fiel, constante perseverante a pesar
de los sufrimientos que pasó por mi causa, solo miró a mi esposo y decía: “¿Son servidores de Cristo? Yo lo soy más
todavía, aunque sea una locura decirlo. Yo he trabajado más que ellos, he
estado preso más veces, me han azotado con látigos más que a ellos, y he estado
más veces que ellos en peligro de muerte. Cinco veces las autoridades judías me
han dado treinta y nueve azotes con un látigo. Tres veces las autoridades
romanas me han golpeado con varas. Una vez me tiraron piedras. En tres
ocasiones se hundió el barco en que yo viajaba. Una vez pasé una noche y un día
en alta mar, hasta que me rescataron. He viajado mucho. He cruzado ríos
arriesgando mi vida, he estado a punto de ser asaltado, me he visto en peligro
entre la gente de mi pueblo y entre los extranjeros, en la ciudad y en el
campo, en el mar y entre falsos hermanos de la iglesia. He trabajado mucho, y
he tenido dificultades. Muchas noches las he pasado sin dormir. He sufrido
hambre y sed, y por falta de ropa he pasado frío.” “Por lo cual estoy seguro de
que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo
presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna
otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús
Señor nuestro”,
Algunos trataron de encerrarme entre el ritualismo y
el legalismo, Él junto a otros fueron mis más ardientes defensores, osó
resistir cara a cara al mismo Pedro, porque era de condenar. Prefirió que le
cortaran su cabeza en el día de su muerte antes de renegar a su Maestro, Pablo "en
lo poco fuisteis fiel en lo mucho te pondré".
Otros hijos míos “confiaron tanto en Dios que no quisieron que los dejaran en libertad.
Al contrario, dejaron que los mataran, porque sabían que volverían a vivir y
así estarían mucho mejor. Mucha gente se burló de ellos y los maltrató, y hasta
los metieron en la cárcel. A otros los mataron a pedradas, los partieron en dos
con una sierra, o los mataron con espada. Algunos anduvieron de un lugar a otro
con ropas hechas de piel de oveja o de cabra. Eran pobres, estaban tristes, y
habían sido maltratados. La gente de este mundo no merecía personas tan buenas,
que anduvieron sin rumbo fijo por el desierto, por las montañas, por las cuevas
y las cavernas de la tierra.”,
como los antiguos. Pero no retrocedieron, sino se mantuvieron su fe para preservación del
alma.
Pedro, irreflexivo, impetuoso,
inconstante, controvertido, apasionado, pero fiel a mi causa, no dudo morir en
la forma más dolorosa, por su Señor.
Santiago, piadoso y justo entre los
suyos, respetado y reconocido aún entre los opuestos a mi evangelio, muerto por
mi causa.
Jerusalén, Samaria, Palestina, Asia
Menor, Creta, Macedonia, Grecia, Egipto, finalmente Roma la imperial, fueron
testigo de mi arduo trabajo, sudor, deseos, ganas, sufrimientos, hambre, desnudes,
persecuciones, cárceles, en las casa de los esclavos, como en los palacios,
oyeron la voz de mi Maestro llevadas por mis más fieles seguidores, en los
estrados de los magistrados se escucharon los pregones de la salvación ofrecida
por Dios a todos los hombres de buena voluntad. Sangre, martirios,
flagelaciones, violaciones, confiscaciones, días terribles, pero nunca
desfallecí porque mi esposo estaba conmigo hasta el fin y en sus brazos fui
llevada. Además era su promesa:” y he aquí yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo.”
Cuatro evangelios, un libro histórico, y 22 cartas fueron mi legado a la humanidad y miles de testigos, mártires de todos los pueblos, lenguas o razas entonces conocidas, regaron su sangre para acercar el reino de los cielos a los hombres de buena voluntad de todas las naciones.
Este es mi fruto y legado a la humanidad, mis hijos cambiaron la mente de los hombres y los destinos de la sociedad de entonces. ¿Usted que hace por su Iglesia?
Juan Salgado Rioseco
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