viernes, 14 de mayo de 2010

Una mirada analítica del Pentecostalismo Chileno y su proyección en el siglo XXI

En el análisis macro de a fines del siglo XX del movimiento pentecostal chileno, se constata una distancia entre su identidad evangélica carismática nacional y su institucionalización con fuertes influencias externas, que marcan un proceso de desestabilización religiosa pentecostal entre los clásicos o históricos y las tendencias liberales o neopentecostales.
El pentecostalismo inicia un proceso de posesión en la sociedad chilena desde la década del setenta del siglo XX, ocupando aéreas omitidas por las generaciones anteriores; alcanzando estratos impensables en las décadas antecesoras; y la interutilización del medio político de la época, en medio de una heterogénea vocería comunicacional, con marcada influencia de organismos interdenominacionales. Lo que desemboca en una compleja lucha por la igualdad jurídica religiosa, culminando en Octubre de 1999 con la promulgación de la Ley Nº 19.638, que establece las “Normas sobre la Constitución Jurídica de las Iglesias y Organizaciones Religiosas”, no vamos a debatir las implicancias positivas o negativas que ha tenido la instauración de esta Ley en el mundo pentecostal y sus efectos colaterales de aceleramiento del proceso desintegrador del liderazgo pentecostal, en pro de organismos conducidos más bien por caudillajes que por una genuina representación pentecostal.
La falta de definición del liderazgo, de un ente unificador, una vocería comunicacional común, ha impedido asumir las nuevas y desafiantes responsabilidades para el pentecostalismo frente a la sociedad chilena, desde el logro de la igualdad jurídica religiosa se nota una carencia de conducción representativa carismática que aglutine la diversidad pentecostal; más bien han aflorado un personalismo exacerbado por los intereses económicos – políticos; han sido subyugado los principios fundamentales del movimiento pentecostal en pro de un reconocimiento social humanista cristiano, desatendiéndose de su comisión pastoral bíblica.
Para enfrentar la segunda década del siglo XXI, se necesita imperiosamente una reflexión bíblico-teológica que permita profundizar la comprensión del sentido y propósito del ministerio evangelizador del pentecostalismo; rescatar la visión bíblica del servicio o diaconía cristiana; pragmatizar las metodologías para que el trabajo no seas desgastador ni estresante; desdogmatizar las normas incrustadas culturalmente en el devenir de las diversas comunidades en pro del crecimiento cualitativo y cuantitativo de las membrecías pentecostales; contextualizar el mensaje del reino de Dios a la sociedad de hoy, para que este sea efectivo ante las necesidades imperantes; enfatizar el conocimiento bíblico, generalizado y no exclusivista; restaurar el espiritu de negación y sacrificio, en pos de la gloria de Dios en medio de una sociedad agnóstica, corrupta e inmoral.
Para enfrentar las próximas décadas del siglo XXI, se debe aminorar el impacto de los riesgos potenciales en el desarrollo del movimiento Pentecostal, algunos de ellos son:
(1) La actitud acrítica frente al crecimiento numérico de la iglesia y su propuesta de relación directa entre crecimiento y poder del Espíritu. Si esta actitud persevera, se seguirá alcanzando multitudes sin conseguir impactar en la sociedad.
(2) La fuerte estratificación organizacional y la determinación del poder, acompañado de manipulación, caudillismo y rigidez.
(3) El desequilibrio entre su énfasis en los dones y en el poder del Espíritu y la carencia de reflexión social y ética.
(4) El discurso doctrinal y teológico ingenuamente fundamentalista.
(5) La marcada diferencia entre lo sacro y lo secular, entre el mundo divino y el mundo satánico, entre la historia de Dios y la historia del mundo, entre el cielo y la tierra, entre el alma y el cuerpo.
(6) La crítica hacia los creyentes no pentecostales y su desprecio a otras formas de vivir la fe cristiana; en otras palabras, su exclusivismo espiritual.
(7) El alto nivel de expectativas en un Dios mágico, que provee el milagro, expulsa el demonio y produce éxtasis inigualables. Esta expectativa contrasta con los niveles de decepción y culpa cuando el portento no se produce.
(8) La escasa argumentación teológica, exposición exegética y sistemática de la Biblia, en la que se privilegia una hermenéutica pneumática, sobre una gramático-histórica-teológica. Su énfasis desproporcionado en algunos temas de la fe, como la demonología, o la glosolalia, u otro de carácter especial.
(9) Su misticismo que promueve, muchas veces sin intención, el viejo animismo, el chamanismo santificado y la proliferación de prácticas exóticas.
(10) La fragmentación de las diversas comunidades, es antagónica a la oración sacerdotal del Maestro (Jn.17:21)
(11) La transformación del Mensaje Pentecostal en pro de satisfacer las necesidades sociales humanistas.
(12) La desnaturalización de la autoridad de su liderazgo, por el cambio de sus intereses.
(13) La tergiversación de la Palabra de Dios, por el pragmatismo superficial de una Hermenéutica superficial.
(14) La escasa argumentación teológica y exposición exegética de los Mensajes.
(15) Un nominalismo adherente en vez de convertidos a Cristo, producto de un discipulado autodidáctico, debido a que la comunidad no ha asumido responsabilidad educadora evangelizadora.
(16) La profundización de conflictos entre un polo ortodoxo, fundamentalista y conservador esencialmente dogmático y otro renovador, liberal, que se aleja de esa herencia y se involucra al relativismo pragmático.
Además, de afianzar las riquezas potenciales del movimiento Pentecostal que lo llevaron en un siglo a posesionarse y consolidarse en la sociedad chilena, ellas son:
(1) Su dinámica evangelizadora y misionera.
(2) La asimilación de la cultura popular dentro de su liturgia, (de manera específica dentro del pentecostalismo clásico; no tanto en los sectores llamados neopentecostales o carismáticos)
(3) La práctica del sacerdocio universal de todo creyente, que facilita la participación ministerial de los llamados laicos.
(4) Su interés por la oración y la lectura devocional de las Escrituras.
(5) La mantención del culto pentecostal clásico como celebración gloriosa, gozosa y entusiasta.
(6) Su profundo interés en el Espíritu Santo unido a una piedad centrada en Jesús.
¿Cuál debe ser la identidad común que cobije la diversidad evangélica pentecostal del siglo XXI? Antes de definir la identidad debemos reflexionar sobre varios temas pendientes:
(1) la influencia que tienen las nuevas corrientes de espiritualidad provenientes de culturas ajenas de la idiosincrasia chilena.
(2) la dirección que están tomando los cambios en el liderazgo evangélico.
(3) el daño que está produciendo los seudos liderazgo caudillistas.
(4) el impacto que trae consigo los movimientos neo-pentecostales, con su énfasis en la guerra espiritual, la prosperidad, y el modelo celular de misión.
(5) el uso y abuso de los medios de comunicación masiva (radio y televisión), que está más orientado a la manipulación de sus oyentes, que ha ser un complemento de la obra evangelizadora.
(6) los nuevos ministerios que trasplantan una visión diferente y en gran parte opuesta a la cultura pentecostal chilena.
(7) y la difusión de una nueva himnología y estilo de alabanza, que busca más la popularidad y el éxito económico que la genuina adoración a Dios.
La identidad pentecostal del siglo XXI no debe olvidarse de sus raíces originarias, debe mantener la diferencia, y en oposición a toda tendencia que haga peligrar los principios fundamentales del cristianismo; mantener una actitud resistente a la globalización gnóstica postmoderna; definir con precisión teológica, eclesiástica, ética y moral la vorágines de cambios, modas, estilos, visiones conceptuales, etc.; erradicar los dogmas apartheid de las diferentes congregaciones en pro de un fin común; pronunciamiento preciso a los temas emergentes o “valóricos” de la sociedad chilena; anular la improvisación y el neofitismo sobre los temas en debate; transmitir en forma sostenible en el tiempo y sistemática la educación bíblica; detener y abolir la segmentación comunitaria; preparar y capacitarlos líderes del futuro en pro de una leal e integradora comunión ecuménica; hacer un esfuerzo real de mantener atractivo el mensaje del reino de Dios dentro de los parámetros bíblicos.
El movimiento Pentecostal para enfrentar las siguientes nueve décadas del siglo XXI debe imperiosamente rectificar sus procedimientos, metodologías, dogmas a fin de que su proyección sea tan eficaz como el siglo anterior. Para eso debe:
(1) Enmendar los errores, despojando los descreimientos de las altas autoridades, para consolidar el Movimiento y así evitar futuros Cismas.
(2) Priorizar la fidelidad a la Iglesia de Cristo, antes que grupos congregacionales.
(3) Instaurar el sistema bíblico en su Organización, Administración, Ministerios, Liderazgo, Finanzas.
(4) No despojar los carismas del Espíritu Santo.
(5) Llevar a cabo una política en educación, con fundamentos bíblicos, con maestro idóneos, previamente preparados y capacitados.
(6) Profesionalizar los liderazgos.
(7) Reconocer y respetar el sacerdocio universal, de los convertidos a Cristo.
(8) Reconocer e instaurar los Ministerios Bíblicos, para que efectúen un trabajo integrador en medio del Cuerpo de Cristo.
(9) Volver a las raíces del Pentecostalismo: La SANTIDAD.
(10) Reconocer que Jesucristo es la CABEZA de la Iglesia y NO los Hombres.
(11) El lugar de las mujeres dentro de las funciones pastorales y del liderazgo en general.
Todo análisis de proyección del Pentecostalismo debe tener en cuenta que existen diferencias importantes entre los diversos sectores del movimiento. El pentecostalismo es multifacético, en él se da un alto grado de diversidad. Unos son los pentecostales clásicos o criollos, otros que tienen sus raíces en comunidades extranjeras; unos son los neopentecostales, otros los movimientos sincréticos de apariencia Pentecostal-evangélica. Esas diferencias son producto de orden doctrinal, carismático, vivencial, cultural, pero también social, ideológico, político. Sus dinámicas sociales son distintas, como también lo son sus condiciones y estratificaciones dentro de la sociedad.
Al proyectar el movimiento Pentecostal al siglo XXI, el segundo siglo de existencia, más que tratar de obtener lugares de privilegios, se debe tener en cuenta en forma prioritaria el espíritu de los hombres de Galilea para expandir el reino de Dios hasta los confines más remotos y volver a la esencia del mensaje del reino. Además de restaurar el gobierno de la Iglesia a su único Líder: Jesucristo.
Juan Salgado Rioseco

sábado, 8 de mayo de 2010

La Alianza de Dios y los hombres

Berît, la palabra hebrea que significa "pacto" o "alianza", es uno de los términos fundamentales de la teología bíblica. Denota la idea de: convenio, acuerdo, confederación. Lo más probable es que este nombre se derive de la raíz acádica que significa "encadenar, poner grillos"; tiene paralelos en la lengua hitita, egipcia, asiria y aramea. Se refiere generalmente al acto o rito de establecer un pacto, o contrato formal entre dos partes involucradas en un acto.
La gran mayoría de los casos de berît, tienen que ver con los pactos o alianzas de Dios con hombres, como en el caso de Gn. 6:18, son importantes los verbos que se usan: "Estableceré mi pacto contigo", literalmente, "mantendré firme" o "confirmaré" mi "alianza". "Y pondré mi pacto entre mí y ti" (Gn.17:2; "cumpliré" RVA; "confirmaré" BLA). "Mi pacto que yo les mandé" (Jos. 7:11).
"Pacto o Alianza" es un término paralelo, o equivalente a los vocablos hebreos dabar (palabra), joq (estatuto), piqqûd (preceptos; Sal. 103:18 LBA), edah (testimonio, Sal. 78:10) y jesed (misericordia, Dt. 7:9). Estos términos enfatizan la autoridad y la gracia de Dios en establecer y cumplir con el pacto, a la vez señalan la responsabilidad humana bajo el pacto.
En Génesis 6:18; 9:8-17, encontramos la mención de dos pactos concertados entre Dios y Noé, se estipula una obligación determinada para Noé, y ciertas promesas de parte de Dios, es preludio a los pactos bíblicos en los que las promesas representan un papel importante.
La alianza de Dios con los patriarcas (Gn. 15 y 17), incluye la promesa que posteriormente daría nacimiento al pueblo escogido y al establecimiento de su tierra propia, por lo tanto, el pacto patriarcal es de carácter de promisión, el cual lo ligaría fuertemente en el futuro con el pacto Davídico.
Las palabras de la "alianza" se escribieron en un libro (Ex. 24:4,7; Dt. 31:24-26) y sobre tablas de piedra (Ex.34:28). La alianza divina es una relación de amor y lealtad entre el Señor y su pueblo escogido (Ex. 19:5-6; Dt. 8:1). Con él se designa el lazo de unión que el Señor estableció con su pueblo en el monte Sinaí. El autor de Éxodo, aun cuando se ocupa de la descripción del nuevo pacto sinaítico, no deja de destacar la importancia del pacto patriarcal. Con el quebrantamiento del pacto sinaítico (Ex. 32) el autor demuestra que el pacto patriarcal seguía en vigencia (Ex. 33:1). Por lo tanto, el pacto sinaítico no reemplazó al pacto patriarcal, sino que coexistió con él.
Con la llegada de la monarquía, la situación histórica cambió sustancialmente, resultó necesario el establecimiento del pacto Davídico. El rey de Israel es ahora el mediador entre Dios y su pueblo, por consiguiente, concertar un pacto con el rey fue necesario, aunque algunos eruditos dicen que no se debe considerar como un pacto nuevo, sino más bien como una ampliación del pacto sinaítico. El pacto patriarcal y el Davídico, están íntimamente unidos, ambos pactos son de promisión. Las promesas patriarcales se cumplieron fielmente en la época de David y en especial en el reinado de Salomón, aumentando la promesa a un reino eterno para sus descendientes, lo que implica que el pacto patriarcal es reemplazado por el nuevo pacto en cierto modo. En 2 S. 7 el pacto aparece en forma narrativa, pero ciertos términos que se utilizan dan entender claramente que existe un fondo pactual.
El pacto Davídico, como se evidencia en Sal. 2 y 110 ejerció profunda influencia en las expectativas posteriores del AT y aun del NT.
A este pacto, alianza o lazo de unión establecido por intermedio de Moisés y David, los profetas (alrededor del año 600 a.C.) contrapusieron una "nueva alianza", que no estaría escrita, como la antigua, sobre tablas de piedra, sino en el corazón de las personas por el Espíritu del Señor (Jer 31.31–34; Ez 36.26–27). De ahí la distinción entre la "nueva" y la "antigua alianza": la primera, sellada en el Sinaí, fue ratificada con sacrificios de animales; la segunda, incomparablemente superior, fue establecida con la sangre de Cristo, y como el cordero pascual. Con el nuevo pacto la maldición del antiguo pacto sinaítico fue quitada por Cristo. Él se convirtió en el nuevo rey Davídico sobre el trono eterno, cumpliéndose así con la promesa hecha a David.
Ahora bien, el término hebreo Berît se tradujo al griego con la palabra diatheke, que significa "disposición", "arreglo", y de ahí "última disposición" o "última voluntad", es decir, "testamento", esta última palabra tiene su raíz en el latín. De este modo, la versión griega de la Biblia, conocida con el nombre de Septuaginta o traducción de los Setenta (LXX), quiso poner de relieve que el pacto o alianza era un don y una gracia de Dios, y no el fruto o el resultado de una decisión humana. La Biblia relata el propósito "testamentario" de Dios, de modo que el ser humano pueda unirse a Él en servicio amoroso y conocer la comunión eterna con Él mediante la redención que es en Cristo Jesús.
La palabra griega diatheke fue luego traducida al latín por testamentum, y de allí pasó a las lenguas modernas derivadas de este idioma (castellano, francés, rumano, aragonés, etc.). Por eso se habla corrientemente del Antiguo y del Nuevo Testamento, (Antiguo Pacto y del Nuevo Pacto).
Aunque la palabra griega normal para pacto es suntheke, que describe siempre un acuerdo hecho en igualdad de condiciones, que cualquiera de las dos partes puede alterar. Pero la palabra berit (pacto en hebreo) significa algo diferente. Dios y el hombre no se encuentran en igualdad de condiciones; significa que Dios, a opción propia y en su libre gracia, ofreció al hombre esta relación, que el hombre no puede alterar, cambiar, ni anular, sino sólo aceptar o rechazar. Ahora bien, el supremo ejemplo de tal acuerdo es “un testimonio”.
Las condiciones de un testamento son impuestas por una persona y aceptadas por otra, que no pueden alterarlas. No entramos en relación con Dios por derecho propio ni según nuestras estipulaciones, sino por la iniciativa y la gracia de Dios. Esta idea predominante es el núcleo central de la relación entre Dios y el hombre.
Juan Salgado Rioseco

jueves, 6 de mayo de 2010

Los Demonios

De acuerdo a la acepción dada por la Real Academia de la Lengua Española, demonio significa: "Espíritu intermediario entre los dioses y los hombres, propio de varias religiones".
El significado del término demonios, según el uso clásico, se refiere a dioses o semidioses, o deidades guardianas. Homero los denominó dioses, pero los dioses de Homero son simplemente hombres sobrenaturales. A veces se los mencionaban como una especie de divinidad intermedia e inferior.
Se puede decir que la influencia persa fue significativa en la evolución de la naturaleza y labor de Satanás, como el pensamiento griego en el carácter de los demonios. El concepto monolatrico de religión de Moisés, evolucionó a pensamientos más complejos, de acuerdo a la influencia de las sociedades con que los Judíos se relacionaban, existe una segunda posibilidad de que los Judíos utilizaron el lenguaje o los conceptos de otras religiones, para explicar lo que no podían explicar en su limitado lenguaje.
Aunque la visión neotestamentaria de los demonios se opone rotundamente a la divinización griega de los demoníacos; también disipa el temor constante a los espíritus malignos.
Derivado de lo anterior, existe especulación sobre el origen de los demonios y cuando Satanás llega a ser el jefe de un ejército de demonios en contra de Dios y sus ángeles. Está incertidumbre alcanza a algunos Teólogos en cuanto a si los demonios deben ser clasificados con los ángeles malos o no.
En el Antiguo Testamento, el tema no reviste gran interés, y los pasajes que se relacionan con él son pocos, el vocablo, es de significado incierto, aunque prevalece el pensamiento de que las deidades que de tiempo en tiempo servía Israel no son verdaderos dioses, sino que en realidad son demonios (1 Co. 10:19s), o sea, el termino está relacionado con las deidades paganas como lo utiliza la Septuaginta.
El Nuevo Testamento mantiene, esencialmente, la misma visión acerca de los demonios que el Antiguo Testamento, aun que la situación varía en los Evangelios, pues allí existe mucha referencia determinante de la naturaleza y el carácter de los demonios, en casi todos ellos en una conflagración permanente y en una violenta oposición a la obra de Jesucristo. Jesús estuvo en constante conflicto con ellos (Lc 10:17–20),
Pero la evidencia nos dice que la existencia de los demonios se encuentra directamente relacionada con los ángeles caídos, así está claramente establecida por el testimonio combinado de Cristo y sus discípulos.
De acuerdo a un estudio detallado de los Escrituras, los demonios son espíritus personales, de los que se piensan que son incorpóreos, con inteligencia, sentimientos y voluntad. Son espíritus de personalidad, doctrina y conducta moralmente corrupta y vil. Se les llama a menudo espíritus inmundos, normalmente invisibles, aunque pueden aparecerse algunas veces en formas monstruosas.
Tienen inteligencia, fuerza y presencia sobrenaturales. En armonía con su naturaleza y carácter, están continuamente comprometidos en la tarea de subyugar a los hombres para el servicio de Satanás, utilizan toda su personalidad y poderes en contra de Dios.
Las actividades de los demonios son muy diversas, en general promueven el programa mentiroso de Satanás, difunden su poder y divulgan su filosofía. Al igual que Satanás, los demonios se oponen a Dios y a su plan instando a la rebeldía, calumniando, promoviendo la idolatría, rechazando la gracia y fomentando religiones y cultos falsos.
Están relacionados con ciertos estados del ser humano (Mt 8:28; 9:32; 11:18; Lc 4:3; Jn 7:20; 8:48–52; 10:20–21), oprimiendo al hombre, en su crueldad y perversidad, y le afligen a través de fenómenos naturales, degradan su naturaleza, le apartan de la verdad, dañan su cuerpo, provocan trastornos mentales, hacen que se autolesione, destruyen la vida y lo dominan a través de la posesión. Se les considera responsables de una variedad de enfermedades, así como de las posesiones demoníacas (Mc 9:17–29; Lc 11:14). Jesús durante su ministerio expulsa demonios posesionado en hombres (Mt 8:28–34; 9:33–34; 12:22–29; 17:18; Mc 1:34, 39; 7:24–30; Lc 4.31–37; 7:21; 13:32).
La posesión viene marcada por un cambio drástico de la personalidad y por otras características bien definidas; una sintomatología demoníaca manifiesta en la Escrituras y en los actuales. Los cristianos no están de acuerdo en cuanto a si los creyentes pueden o no ser poseídos; la Biblia no es explícita al respecto. Algunos casos estudiados parecen indicar que sí es posible, en circunstancias especiales, que un creyente sea poseído después de la conversión.
Los que están en comunión con el Señor no deberían temer una posible posesión. El Nuevo Testamento disipa el miedo de los creyentes a los demonios, si bien les advierte de su existencia y poder.
En las Escrituras se nombra a Beelzebú, como el jefe de los demonios (Mt 12:24) y otro como Belial (2 Co. 6:15), también reciben el nombre de Espíritu inmundo, o maligno ([AT]1 Sa. 16:14–15; 1 Re. 22:23. [NT] Mt. 10:1; Mc 1:23–27; 5.2–20; Lc 7:21), Espíritu malo ([AT] Dt 32:17; Sal 106:37. [NT] Mt 4:1–11; 13:39; 25.41; Jn 8:44; 12:31; He. 2:14; 1 P 5:8; 1 Jn 3:8–10; Ap 20:2–3, 10).
El principal de estos espíritus rebeldes es el diablo o Satanás (Heb. Satán, gr. Satán o Satanás, "adversario"), (Mc 3:22), cuya actividad empieza con la opresión legal (Zac. 3:1; Jud. 9; Ap. 12:10) pero se extiende a una actividad más amplia de hostigamiento y tentación (1 Pe. 5:8).
Además las Escrituras emplean muchos términos y nombres para el diablo (gr. diabolos, acusador) que sirven para revelar la exaltación en el mundo espiritual, el carácter y las actividades de él (Ap.9:11; 12:9, 10; 20:10; Mt. 4:3; 12:24; 13:19, 28, 38, 39; 2 Co. 4:4; 6:15; Jn. 8:44; 12:31; 14:30; 16:11; Ef. 2:2; 1. Ts. 3:5).
También se le da figuradamente al hombre que se opone a Dios. (1 Cr 21.1; Mt 4.10; 12:26; 16:23; Lc 10:18; Jn 13:27; Hch 5:3; 26:18; Ro 16:20; 1 Co 5:5; Ap 12:9; 20.2, 7). En algunas oportunidades se representa a Satanás como Dragón (Ap 12:3–18; 13:2, 4; 16:13; 20:2–3). En otras ocasiones la Serpiente simboliza a Satanás (2 Co 11:3; Ap 12:9; 20:2).
Pablo califica la idolatría de demoníaca (Dt 32.17; 1 Co 10.19–22), las Escrituras nos enseñan que hay falsos dioses, asimilados a los demonios (1 Co 10:20–21; Ap 9:20).
El cristiano debe enfrentar la realidad, asumir que Satanás, el adversario de Dios es real, que los demonios como huestes de Satanás son reales, y que de una u otra manera nos vemos enfrentados a un hostigamiento espiritual de estos seres, a veces con consecuencias imprevisibles. Es por eso que el cristiano debe tener el conocimiento que le permita enfrentar con éxito a Satanás y sus demonios.
Se debe tener presente, que nuestra actitud y fundamento espiritual debe ser solidó en la doctrina de Cristo para salir victorioso al enfrentar este tipo de situación, no debemos aminorar o tomar a la ligera, ni desdeñar a Satanás,
Debemos tener cierto respeto, pues él tiene el poder suficiente para destruirlos, pero como ser creado, su poder está limitado por Dios. Solo puede hacer lo que Dios le permite en su camino hacia la derrota con Cristo (Job. 1:12; 2:6), tampoco puede tocar nuestra salvación, ni separarnos del amor de Dios (Ro. 8:38, 39).
El cristiano debe estar atento siempre, para poder resistir a los poderes del mal, una de las cosas importante es la lealtad a Dios, la humillación y el sometimiento a Dios es factor importante para poder resistir al diablo y hacerle huir de nosotros (Stgo. 4:7). El otro factor vital del cristiano es vestirse con la armadura que Dios nos ha dado (Ef. 6:10-18) ella cumple una función específica y necesaria en nuestra vida cristiana.
La confianza en Dios y en la dependencia de Él, serán factor vital para lograr la ayuda necesaria de parte de Dios. El poder de Cristo, cuya autoridad o poder superior no hay otro, en su nombre podemos resistir y ordenar a los poderes del mal; y estos están obligados a obedecer, para eso debemos estar sometidos a la autoridad de Cristo.
La providencia de Dios juega un papel importante en nuestro caminar cristiano, Dios gobierna por encima de todo, todo lo controla y todo lo usa para su gloria y para nuestro bien. Por lo tanto al Diablo y sus huestes de demonios debemos resistirles en la fe y en nuestra firme posición en Cristo, así obtendremos una victoria segura al amparo del Altísimo.
Juan Salgado Rioseco

Dios Santo y el Pecado (Parte VII)

El Servidor de Dios no debe quebrantar la Ley del Eterno y Santo para ser victorioso en la lucha contra el pecado. “ Ahora bien, ¿debe...