En varias oportunidades, diferentes comunidades religiosas se han visto envuelta en sucesos o acontecimientos que riñen con la ética y moral de la doctrina cristiana.
Al contemplar la reacción, las actitudes, caracteres, conductas, y reflexionar en los diferentes fenómenos observados, podemos deducir que ciertos sucesos no corresponden al ideal del comportamiento cristiano. Invariablemente pensamos que debe haber un cierto tipo de normas y ser acatadas obligatoriamente por dichos miembros, al no ser así, debería haber una sanción ejemplar para el infractor.
Tenemos el ejemplo bíblico de los primeros días de la iglesia de Jerusalén, después de Pentecostés; en Hechos 2:43-47; 4:32-35, se nos relata las diferentes actitudes que tomaron estos miembros en común como norma de vida, pero la actitud de Ananías y Safira (Hch. 5:1-11), discrepan y contradicen las normas que se habían impuestos, el cual les llevo a sufrir un castigo brutal como es la muerte, una sanción ejemplarizadora para el resto de los miembros de dicha comunidad.
Muchos en la actualidad ven en este episodio un modelo ideal para imponer normas de conductas al resto, sin hacer un analisis a conciencia de las circunstancias que rodearon el episodio bíblico y los efectos posteriores que trajeron consigo en el tiempo y actúan en pro de normalizar todos los aspectos de aquella comunidad en una forma legalista y rigurosa, tal situación tarde o temprano acabara con la organización misma, un ejemplo es Ginebra después de Juan Calvino.
Como actuar o reaccionar adecuadamente dentro de la ética cristiana y las normas morales que deben estar en el accionar de todo discípulo en lo personal y colectivo, como adentrarse en los sentimientos íntimos, en el aspecto de madurez espiritual, en la relación con el ambiente que los rodea o donde se desenvuelven cotidianamente, en su compenetración en la vida comunitaria, en el grado de afectividad que los une y su visión de cristianismo de acuerdo a su cultura.
La solución lógica, debería ser una moralidad que se desprendan de las enseñanzas de Jesús, tal comportamiento vendría siendo el ideal de la actitud de todo cristiano. Deduciendo esta lógica, las cualidades de las acciones humanas deberían estar en conformidad con los procedimientos de la moral cristiana, seguir ciertas reglas o normas de bien común que se desprendan especialmente de las enseñanzas de Jesús, y no tratar de moralizar el comportamiento de los miembros, es imperativo entonces que los participantes y profesantes del cristianismo actúen conforme a la moral cristiana mostrada por Jesús en su paso por la tierra y midan sus conductas bajo un parámetro moral y ejemplar: la vida de Jesús.
Pero este ideal no es la realidad dentro los miembros de una iglesia, dista mucho en llegar hacerlo, la gran mayoría de los convertidos tienen a veces actitudes indeseables y su comportamiento no se refleja con la fe que dice tener, es un sincretismo de pensamientos y en algunos casos una dicotomía de normas morales que rigen su accionar, ¿dónde está el problema de tal situación?, responder a esta pregunta es difícil, ya que en ella bifurcan en forma indolente muchos afluentes que hace imposible determinar cual corriente cristiana es más fiel a la realidad primitiva y esta acorde a los postulados de Jesús.
El objeto de este estudio es dar indicios de algunos factores que influencian en el carácter, actitudes y comportamiento del cristiano dentro de su comunidad.
Primeramente el factor más importante es la cultura. En la cultura de una persona confluyen aspectos tan diversos como la educación, la influencia del medio que los rodea, el lugar geográfico, la historia personal y comunitaria, que van generando costumbres y tradiciones que para su grupo es valido, pero para otros grupos es inapropiado. Uno de los problemas endémicos morales dentro de las diferentes comunidades religiosas cristianas es la relación en un plano de igualdad entre el hombre y la mujer, el apóstol Pablo escribió “no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”, (Gá 3:28), pero ese plano de igualdad queda absorbido por las tradiciones machista de cada sociedad, la discriminación de la mujer dentro de las iglesias van desde el trato discriminatorio, no dejarlas ocupar cargos de relevancia, criticarla por su forma de vestir o aún más no dejarlas hablar, ni enseñar, ¿tiene explicación ética tales actitudes?, ¿bajo que normas dirigen tales conductas?, ¿es moral seguir persistiendo en tales situaciones?, o el pensamiento y el actuar del hombre en este caso particular es amoral, imponiéndose una norma de conducta humana independiente del bien y mal moral cristiano, como este caso hay muchos en el accionar de la iglesia.
En segundo lugar es el comportamiento de los líderes de la comunidad. Estos enseñan, dirigen, aconsejan, preparan, a sus miembros para que ejerzan sus respectivos ministerios, se dice que “el alumno es el reflejo del maestro”, como “el hijo del padre”. Es moral que personas que tienen tan gran influencia lo ejerzan con tanta indolencia o displicencia, no preocupándose de lo que enseña sea conforme a la palabra Bíblica, bien interpretada y aplicada, es moral tener una conducta que no sea el ejemplo más apropiado de actitudes cristianas de un líder, (He. 13:7), que cuenta dará un líder que actuado inoficiosamente con su grey, actuando en forma contraria a lo que aconseja el escritor de los Hebreos “porque ellos velan por nuestras almas; como quienes han de dar cuenta; ...”, (He. 13:17), una comunidad es el reflejo de su líder. El líder deja sus huellas en su discípulo, en otra forma, el discípulo es la prolongación de las enseñanzas del maestro, como Gamaliel dejó sus huellas en Saulo de Tarso.
El tercer factor importante es la actitud personal de cada individuo para relacionarse con su grupo. En muchas oportunidades algunos miembros prevalecen en un criterio moralista para comportarse dentro de la comunidad, imponiendo a otros normas o reglas que están muy lejos de la realidad cristiana y sus enseñanzas, tratan de reformar las actitudes o costumbres de los demás, bajo criterios perniciosos, para adecuarlos a normas morales sin base, ni conocimiento de las enseñanzas de Jesús, y pareciera que su ministerio es moralizar en vez vivir y transmitir la verdad conforme a los planteamientos que hizo el Maestro. Tenemos varios ejemplos y advertencias al respecto de los lideres de la iglesia primitiva: el ejemplo de los Judaizantes del primer siglo, que obligo a la iglesia a tener su primer concilio en Jerusalén en el año 50, (Hechos 15:1-29) y trajeron tanto daño a la iglesia (Gá. 2:11-14). Algunos quisieron implantar otras enseñanzas (Co. 2:8, 16,18-23; 1 Tm. 1:3-7), lo que obligó al apóstol Pablo a advertir y aconsejar sobre esta situación (1 Tm. 5:3-5; 6:3-5; Ti. 3:9-11), también el apóstol Pedro advierte de estos peligro (2 Pe. 2:1-3, 12-15, 17-22) y el apóstol Juan también al respecto (1 Jn. 2:18-24) y agrega que es inmoral la imposición de un autoritarismo dictatorial dentro de la grey de Cristo (3 Jn.9-10), el apóstol Judas ardientemente exhortó de los peligros de este tipo de personas (vv. 3-4, 10-16, 18-19).
En cuarto lugar es el uso indebido del púlpito. Se ha abusado de la libertad y se ha actuado con demasiada secularización, lo que a desencadenado en un relajamiento moral y a la vez de no trazar bien la palabra de verdad, la moral cristiana se transmite a través de la exhortación de la Palabra de Dios, es por eso, el apóstol Pablo aconsejaba a Timoteo procurar diligentemente ser aprobado, que usa bien la palabra de verdad (2 Tm. 2:15), a tener cuidado de si mismo y de la doctrina y persistir en ello (1 Tm. 4:15, 16), pero la gran mayoría que interpretan los textos bíblicos, no lo hacen con diligencia, ni con la pulcritud que se debiera tener, ni tienen la preparación mínima necesaria para transmitir la verdad, la falla puede estar en el sistema o la organización, en la irresponsabilidad de los lideres en no ser idóneos en la conducción de la comunidad, o bien, en la indolencia y displicencia de la persona en no vivir su fe bajo los principios de la sana doctrina, para que sus hechos estén enmarcados por las normas morales cristianas de un verdadero servidor de Jesús.
El autor de Hebreos recalca la necesidad moral de todo discípulo de ir perfeccionándose en su caminar hacia las moradas celestiales, aquel que se detiene o no se deja instruir o a pesar de sus años de caminar en el evangelio no es capaz de dar fruto digno, es un inmaduro espiritual incapaz de discernir entre el bien y el mal (He. 5:11-14).
Otro elemento que incide es la familia. Como está constituía, su relación intrafamiliar, con sus familiares, como se integra e interactúa con los demás miembros de la comunidad. El fracaso de la estructura familiar trae consigo múltiples inconveniencias en lo personal como en lo colectivo, lo que hace perder el contenido fundamental del creyente. Una familia mal constituía, que se relaciona mal desde su seno familiar, su relación con los demás miembros estará en constante conflicto, su fruto espiritual será decadente, y su entrega disminuida potencialmente.
Habría que agregar otro elemento, los rasgos de la sociedad postmoderna que influyen y gravitan en la persona. El materialismo, consumismo, individualismo, han desviado los sentimientos y los valores morales del hombre, a los cuales los creyentes no están ajenos por que son hijos de su sociedad. La tendencia al hedonismo, la búsqueda del placer, del confort, de la vida fácil, han hecho olvidar al hombre de los paradigmas valoricos y morales, en especial de los espirituales, donde el fundamento de la fe cristiana va quedando a un lado Usando la idea del apóstol Pablo, los discípulos de Jesús están volviendo paulatinamente a los rudimentos del mundo (Gá. 4:9), hacerse esclavo de los antivalores, de la falta de madurez, sin moral, ni deseo de servir a Dios ni a su prójimo.
Para evitar consecuencias funestas es necesario la autoevaluación como individuo, para individualizar las debilidades y fortalezas personales, así estar posesionado estratégicamente para reaccionar a las conductas que se encuentren indoctas, indignas, deshonestas y dogmáticas; el apóstol Pedro aconseja al respecto en su segunda carta a los Corintios (1:5-10), el cristiano debe actuar consciente de sus fortalezas y debilidades, buscando siempre la perfección individual para así ayudar a edificar lo colectivo y comunitario en una forma más ecuánime, igualitaria y fructífera. (2 Co. 8:1 – 9:15).
A medida que nuestra madurez espiritual evoluciona hacia la perfección, la moral pareciera llegar a ser un asunto de vida interior. La que inconscientemente va generando la forma de vida adecuada, va reflejando exteriormente las actitudes, y conductas acordes a una ética cristiana plasmada de las enseñanzas de Jesús, donde la conciencia moral cristiana tiene mucho que decir.
El valor de la conciencia moral es importante, ella es la que nos da el sentido de que debemos obrar conforme a las tendencias altruistas que en nosotros mismos descubrimos a través de las enseñanzas del cristianismo bíblico y nos llevará a un deber moral. El siguiente sentimiento, que debería estar en todo discípulo, de cumplir obligatoriamente los aspectos esenciales de las enseñanzas de Jesús, de acuerdo al libre albedrío o libertad moral con respeto a la deidad. El discípulo es responsable ante su conciencia, de tener en si mismo el sentimiento de que tal acción depende de su voluntad y que, al realizarla, merecerá un gozó o un cargo de conciencia.
La moral cristiana bajo los principios de Jesús hace responsable al individuo, a ser consciente, libre, capaz de discernir entre el bien y el mal; entre las actitudes propias para un profesante o las de un inmaduro espiritual; a ser capaz evaluar las actitudes que tratan de entregar lo mejor y las que nefastamente influyen hacia la rigidez dogmática de una moralidad sin la base ética de la piedra angular del cristianismo, Jesús; entre la conductas edificadoras y las destructivas; entre un creyente plasmado de la ética cristiana y el que está dogmatizado por las costumbres y tradiciones moralizantes de su cultura.
Una de las herramientas básicas del discípulo de Jesús para actuar bajo los principios del cristianismo es el discernimiento moral. Está cualidad tiene cierta connaturalidad con la voluntad de Dios, fruto de una conversión genuina, de una aceptación íntima del amor de Dios y el cumplimiento del código moral más elevado que ha tenido la humanidad: los mandamientos de Dios (Mt. 22:37-40). Lo primero que debemos discernir es nuestra propia fe para actuar con moral (2 Co. 13:5), para poder servir con libertad y dar fruto de amor hacia el prójimo (Gá 6:2). Para penetrar en los misterios divinos se debe estar en una relación íntima con la deidad. Esa relación se edifica día tras día, cuando interactúan por una parte la misericordia y gracia divina, y por otra parte un hombre consciente, que discierne sus actos, y se guía, desde su interior, bajo parámetros morales elevados que lo llevan a actuar como un verdadero hombre de Dios, a pesar de las circunstancias que lo rodean y las implicancias que conllevan sus actos. Las consecuencias de nuestras decisiones serán el fruto si tenemos una real madurez espiritual o solo vivimos del emocionismo religioso. La palabra de Dios nos enseña el comportamiento de los fariseos en los tiempos de Jesús, hombres moralistas, apegados al legalismo, y a las tradiciones culturales de su tiempo. Desviaron el sentido de las enseñanzas de Dios, por imponer normas moralizantes humanas en vez de enseñar la verdadero sentido moral que Dios deseaba de los hombres.
Vivir conforme a la moral cristiana debe ser principal objetivo del discípulo. Para hacer realidad un cristianismo auténtico, practico y edificante. Bajo el alero de normas más elevadas que nos lleven con seguridad y certeza a la verdadera perfección. Así darse la oportunidad de alcanzar lo que nunca se ha visto, pero que se tiene la convicción de lograr, lo más excelso que el hombre puede tener: la vida eterna que ofrece el gran Maestro Jesús.
Un autentico discípulo de Jesús, es aquel que actúa conforme a sus enseñanzas, y no permite que ningún afluente o corriente turbulenta, ajenas a los principios, ya sea de aspecto personal o de doctrinas, le impidan una relación íntima, profunda con su Dios a través del gran Maestro, Jesucristo nuestro Señor.
Juan Salgado Rioseco
Al contemplar la reacción, las actitudes, caracteres, conductas, y reflexionar en los diferentes fenómenos observados, podemos deducir que ciertos sucesos no corresponden al ideal del comportamiento cristiano. Invariablemente pensamos que debe haber un cierto tipo de normas y ser acatadas obligatoriamente por dichos miembros, al no ser así, debería haber una sanción ejemplar para el infractor.
Tenemos el ejemplo bíblico de los primeros días de la iglesia de Jerusalén, después de Pentecostés; en Hechos 2:43-47; 4:32-35, se nos relata las diferentes actitudes que tomaron estos miembros en común como norma de vida, pero la actitud de Ananías y Safira (Hch. 5:1-11), discrepan y contradicen las normas que se habían impuestos, el cual les llevo a sufrir un castigo brutal como es la muerte, una sanción ejemplarizadora para el resto de los miembros de dicha comunidad.
Muchos en la actualidad ven en este episodio un modelo ideal para imponer normas de conductas al resto, sin hacer un analisis a conciencia de las circunstancias que rodearon el episodio bíblico y los efectos posteriores que trajeron consigo en el tiempo y actúan en pro de normalizar todos los aspectos de aquella comunidad en una forma legalista y rigurosa, tal situación tarde o temprano acabara con la organización misma, un ejemplo es Ginebra después de Juan Calvino.
Como actuar o reaccionar adecuadamente dentro de la ética cristiana y las normas morales que deben estar en el accionar de todo discípulo en lo personal y colectivo, como adentrarse en los sentimientos íntimos, en el aspecto de madurez espiritual, en la relación con el ambiente que los rodea o donde se desenvuelven cotidianamente, en su compenetración en la vida comunitaria, en el grado de afectividad que los une y su visión de cristianismo de acuerdo a su cultura.
La solución lógica, debería ser una moralidad que se desprendan de las enseñanzas de Jesús, tal comportamiento vendría siendo el ideal de la actitud de todo cristiano. Deduciendo esta lógica, las cualidades de las acciones humanas deberían estar en conformidad con los procedimientos de la moral cristiana, seguir ciertas reglas o normas de bien común que se desprendan especialmente de las enseñanzas de Jesús, y no tratar de moralizar el comportamiento de los miembros, es imperativo entonces que los participantes y profesantes del cristianismo actúen conforme a la moral cristiana mostrada por Jesús en su paso por la tierra y midan sus conductas bajo un parámetro moral y ejemplar: la vida de Jesús.
Pero este ideal no es la realidad dentro los miembros de una iglesia, dista mucho en llegar hacerlo, la gran mayoría de los convertidos tienen a veces actitudes indeseables y su comportamiento no se refleja con la fe que dice tener, es un sincretismo de pensamientos y en algunos casos una dicotomía de normas morales que rigen su accionar, ¿dónde está el problema de tal situación?, responder a esta pregunta es difícil, ya que en ella bifurcan en forma indolente muchos afluentes que hace imposible determinar cual corriente cristiana es más fiel a la realidad primitiva y esta acorde a los postulados de Jesús.
El objeto de este estudio es dar indicios de algunos factores que influencian en el carácter, actitudes y comportamiento del cristiano dentro de su comunidad.
Primeramente el factor más importante es la cultura. En la cultura de una persona confluyen aspectos tan diversos como la educación, la influencia del medio que los rodea, el lugar geográfico, la historia personal y comunitaria, que van generando costumbres y tradiciones que para su grupo es valido, pero para otros grupos es inapropiado. Uno de los problemas endémicos morales dentro de las diferentes comunidades religiosas cristianas es la relación en un plano de igualdad entre el hombre y la mujer, el apóstol Pablo escribió “no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”, (Gá 3:28), pero ese plano de igualdad queda absorbido por las tradiciones machista de cada sociedad, la discriminación de la mujer dentro de las iglesias van desde el trato discriminatorio, no dejarlas ocupar cargos de relevancia, criticarla por su forma de vestir o aún más no dejarlas hablar, ni enseñar, ¿tiene explicación ética tales actitudes?, ¿bajo que normas dirigen tales conductas?, ¿es moral seguir persistiendo en tales situaciones?, o el pensamiento y el actuar del hombre en este caso particular es amoral, imponiéndose una norma de conducta humana independiente del bien y mal moral cristiano, como este caso hay muchos en el accionar de la iglesia.
En segundo lugar es el comportamiento de los líderes de la comunidad. Estos enseñan, dirigen, aconsejan, preparan, a sus miembros para que ejerzan sus respectivos ministerios, se dice que “el alumno es el reflejo del maestro”, como “el hijo del padre”. Es moral que personas que tienen tan gran influencia lo ejerzan con tanta indolencia o displicencia, no preocupándose de lo que enseña sea conforme a la palabra Bíblica, bien interpretada y aplicada, es moral tener una conducta que no sea el ejemplo más apropiado de actitudes cristianas de un líder, (He. 13:7), que cuenta dará un líder que actuado inoficiosamente con su grey, actuando en forma contraria a lo que aconseja el escritor de los Hebreos “porque ellos velan por nuestras almas; como quienes han de dar cuenta; ...”, (He. 13:17), una comunidad es el reflejo de su líder. El líder deja sus huellas en su discípulo, en otra forma, el discípulo es la prolongación de las enseñanzas del maestro, como Gamaliel dejó sus huellas en Saulo de Tarso.
El tercer factor importante es la actitud personal de cada individuo para relacionarse con su grupo. En muchas oportunidades algunos miembros prevalecen en un criterio moralista para comportarse dentro de la comunidad, imponiendo a otros normas o reglas que están muy lejos de la realidad cristiana y sus enseñanzas, tratan de reformar las actitudes o costumbres de los demás, bajo criterios perniciosos, para adecuarlos a normas morales sin base, ni conocimiento de las enseñanzas de Jesús, y pareciera que su ministerio es moralizar en vez vivir y transmitir la verdad conforme a los planteamientos que hizo el Maestro. Tenemos varios ejemplos y advertencias al respecto de los lideres de la iglesia primitiva: el ejemplo de los Judaizantes del primer siglo, que obligo a la iglesia a tener su primer concilio en Jerusalén en el año 50, (Hechos 15:1-29) y trajeron tanto daño a la iglesia (Gá. 2:11-14). Algunos quisieron implantar otras enseñanzas (Co. 2:8, 16,18-23; 1 Tm. 1:3-7), lo que obligó al apóstol Pablo a advertir y aconsejar sobre esta situación (1 Tm. 5:3-5; 6:3-5; Ti. 3:9-11), también el apóstol Pedro advierte de estos peligro (2 Pe. 2:1-3, 12-15, 17-22) y el apóstol Juan también al respecto (1 Jn. 2:18-24) y agrega que es inmoral la imposición de un autoritarismo dictatorial dentro de la grey de Cristo (3 Jn.9-10), el apóstol Judas ardientemente exhortó de los peligros de este tipo de personas (vv. 3-4, 10-16, 18-19).
En cuarto lugar es el uso indebido del púlpito. Se ha abusado de la libertad y se ha actuado con demasiada secularización, lo que a desencadenado en un relajamiento moral y a la vez de no trazar bien la palabra de verdad, la moral cristiana se transmite a través de la exhortación de la Palabra de Dios, es por eso, el apóstol Pablo aconsejaba a Timoteo procurar diligentemente ser aprobado, que usa bien la palabra de verdad (2 Tm. 2:15), a tener cuidado de si mismo y de la doctrina y persistir en ello (1 Tm. 4:15, 16), pero la gran mayoría que interpretan los textos bíblicos, no lo hacen con diligencia, ni con la pulcritud que se debiera tener, ni tienen la preparación mínima necesaria para transmitir la verdad, la falla puede estar en el sistema o la organización, en la irresponsabilidad de los lideres en no ser idóneos en la conducción de la comunidad, o bien, en la indolencia y displicencia de la persona en no vivir su fe bajo los principios de la sana doctrina, para que sus hechos estén enmarcados por las normas morales cristianas de un verdadero servidor de Jesús.
El autor de Hebreos recalca la necesidad moral de todo discípulo de ir perfeccionándose en su caminar hacia las moradas celestiales, aquel que se detiene o no se deja instruir o a pesar de sus años de caminar en el evangelio no es capaz de dar fruto digno, es un inmaduro espiritual incapaz de discernir entre el bien y el mal (He. 5:11-14).
Otro elemento que incide es la familia. Como está constituía, su relación intrafamiliar, con sus familiares, como se integra e interactúa con los demás miembros de la comunidad. El fracaso de la estructura familiar trae consigo múltiples inconveniencias en lo personal como en lo colectivo, lo que hace perder el contenido fundamental del creyente. Una familia mal constituía, que se relaciona mal desde su seno familiar, su relación con los demás miembros estará en constante conflicto, su fruto espiritual será decadente, y su entrega disminuida potencialmente.
Habría que agregar otro elemento, los rasgos de la sociedad postmoderna que influyen y gravitan en la persona. El materialismo, consumismo, individualismo, han desviado los sentimientos y los valores morales del hombre, a los cuales los creyentes no están ajenos por que son hijos de su sociedad. La tendencia al hedonismo, la búsqueda del placer, del confort, de la vida fácil, han hecho olvidar al hombre de los paradigmas valoricos y morales, en especial de los espirituales, donde el fundamento de la fe cristiana va quedando a un lado Usando la idea del apóstol Pablo, los discípulos de Jesús están volviendo paulatinamente a los rudimentos del mundo (Gá. 4:9), hacerse esclavo de los antivalores, de la falta de madurez, sin moral, ni deseo de servir a Dios ni a su prójimo.
Para evitar consecuencias funestas es necesario la autoevaluación como individuo, para individualizar las debilidades y fortalezas personales, así estar posesionado estratégicamente para reaccionar a las conductas que se encuentren indoctas, indignas, deshonestas y dogmáticas; el apóstol Pedro aconseja al respecto en su segunda carta a los Corintios (1:5-10), el cristiano debe actuar consciente de sus fortalezas y debilidades, buscando siempre la perfección individual para así ayudar a edificar lo colectivo y comunitario en una forma más ecuánime, igualitaria y fructífera. (2 Co. 8:1 – 9:15).
A medida que nuestra madurez espiritual evoluciona hacia la perfección, la moral pareciera llegar a ser un asunto de vida interior. La que inconscientemente va generando la forma de vida adecuada, va reflejando exteriormente las actitudes, y conductas acordes a una ética cristiana plasmada de las enseñanzas de Jesús, donde la conciencia moral cristiana tiene mucho que decir.
El valor de la conciencia moral es importante, ella es la que nos da el sentido de que debemos obrar conforme a las tendencias altruistas que en nosotros mismos descubrimos a través de las enseñanzas del cristianismo bíblico y nos llevará a un deber moral. El siguiente sentimiento, que debería estar en todo discípulo, de cumplir obligatoriamente los aspectos esenciales de las enseñanzas de Jesús, de acuerdo al libre albedrío o libertad moral con respeto a la deidad. El discípulo es responsable ante su conciencia, de tener en si mismo el sentimiento de que tal acción depende de su voluntad y que, al realizarla, merecerá un gozó o un cargo de conciencia.
La moral cristiana bajo los principios de Jesús hace responsable al individuo, a ser consciente, libre, capaz de discernir entre el bien y el mal; entre las actitudes propias para un profesante o las de un inmaduro espiritual; a ser capaz evaluar las actitudes que tratan de entregar lo mejor y las que nefastamente influyen hacia la rigidez dogmática de una moralidad sin la base ética de la piedra angular del cristianismo, Jesús; entre la conductas edificadoras y las destructivas; entre un creyente plasmado de la ética cristiana y el que está dogmatizado por las costumbres y tradiciones moralizantes de su cultura.
Una de las herramientas básicas del discípulo de Jesús para actuar bajo los principios del cristianismo es el discernimiento moral. Está cualidad tiene cierta connaturalidad con la voluntad de Dios, fruto de una conversión genuina, de una aceptación íntima del amor de Dios y el cumplimiento del código moral más elevado que ha tenido la humanidad: los mandamientos de Dios (Mt. 22:37-40). Lo primero que debemos discernir es nuestra propia fe para actuar con moral (2 Co. 13:5), para poder servir con libertad y dar fruto de amor hacia el prójimo (Gá 6:2). Para penetrar en los misterios divinos se debe estar en una relación íntima con la deidad. Esa relación se edifica día tras día, cuando interactúan por una parte la misericordia y gracia divina, y por otra parte un hombre consciente, que discierne sus actos, y se guía, desde su interior, bajo parámetros morales elevados que lo llevan a actuar como un verdadero hombre de Dios, a pesar de las circunstancias que lo rodean y las implicancias que conllevan sus actos. Las consecuencias de nuestras decisiones serán el fruto si tenemos una real madurez espiritual o solo vivimos del emocionismo religioso. La palabra de Dios nos enseña el comportamiento de los fariseos en los tiempos de Jesús, hombres moralistas, apegados al legalismo, y a las tradiciones culturales de su tiempo. Desviaron el sentido de las enseñanzas de Dios, por imponer normas moralizantes humanas en vez de enseñar la verdadero sentido moral que Dios deseaba de los hombres.
Vivir conforme a la moral cristiana debe ser principal objetivo del discípulo. Para hacer realidad un cristianismo auténtico, practico y edificante. Bajo el alero de normas más elevadas que nos lleven con seguridad y certeza a la verdadera perfección. Así darse la oportunidad de alcanzar lo que nunca se ha visto, pero que se tiene la convicción de lograr, lo más excelso que el hombre puede tener: la vida eterna que ofrece el gran Maestro Jesús.
Un autentico discípulo de Jesús, es aquel que actúa conforme a sus enseñanzas, y no permite que ningún afluente o corriente turbulenta, ajenas a los principios, ya sea de aspecto personal o de doctrinas, le impidan una relación íntima, profunda con su Dios a través del gran Maestro, Jesucristo nuestro Señor.
Juan Salgado Rioseco