lunes, 27 de agosto de 2012

Evitar la diáspora de los jóvenes cristianos pentecostales.


En un campamento del Grupo de Jóvenes de la Iglesia, se le hicieron algunas preguntas a los participantes ¿tienen algún tipo liderazgo?, ¿hacia donde creen ustedes que Señor los necesita?, ¿tienen espacio necesario dentro de la actual esquema de la iglesia?, ¿creen ustedes que se les toman en cuenta como jóvenes?

En las respuestas de estos jóvenes, pude darme cuenta la gran diferencia que existe sobre la visión de iglesia entre ellos y los adultos, en especial con los que ejercen el liderazgo, con los cuales hay una dicotomía con respecto a la función de la iglesia. 

De las respuestas obtenidas, algunas de ellas: poca participación, no ser considerados o escuchados, discriminados en sus diferentes formas, actividades que no satisfacen sus perspectivas; tienen la idea que muchas de las costumbres actuales de las iglesias impiden el verdadero crecimiento, en vez de atraer, rechazan a las personas por su forma de hablar, vestir o por pensar distinto del grupo de poder de liderazgo que tienen las iglesias actuales; no tienen desarrollo espiritual; perciben una constante violencia de los adultos hacia los jóvenes.

El desencanto de los jóvenes en las iglesias conservadoras pentecostales es evidente; la falta de motivación no les permite integrarse a cabalidad con los proyectos que las iglesias les imponen; el entusiasmo por participar en las actividades que se les programan es prácticamente nulo, en otras palabras han perdido la inspiración divina de integrarse al desarrollo de su iglesia.

Ante esta situación expuesta las iglesias, tradicionalistas o conservadoras pentecostales, enfrentan uno de los más grandes desafíos: volver a re encantar a sus jóvenes, la mayoría de ellos nacidos en su seno; cautivar sus pensamientos; maravillar con su visión de iglesia acorde a los tiempos; sin embargo, esto no se logra con visiones anacrónicas ni con autoritarismo sectarista ni propuesta sin vida, sino con una revangelización interior adecuada a la misión de la Iglesia y con una propuesta que traiga consigo una novedad de vida que atraiga a los jóvenes de vuelta al seno de Cristo, o sea, que enciendan en el interior de sus corazones el entusiasmo por Jesús de Nazaret.

¿Cómo lograr esto? Primero debemos actuar con pragmatismo para poder llegar a un diagnostico real, pero existen síntomas o evidencias que nos pueden dar claridad del porque hemos llegado a esta situación:

a)        La falta de preparación de los tipos de liderazgo frente a nivel de preparación que han alcanzado los jóvenes.

b)        La forma de dirección de las iglesias no concuerdan el tipo de pensamiento de ellos.

c)         Las actividades que se desarrollan no llenan en plenitud las perspectivas juveniles.

d)        Los métodos de trasmitir los conocimientos bíblicos no son adecuados ni eficaces a la preparación educacional secular de los actuales jóvenes.

e)        Las obligaciones se imponen en forma autoritaria o absolutista ante una sociedad de consensos y de democracia participativa donde viven, crecen y se desarrollan nuestros jóvenes.

Muchas de las estructuras u organizaciones de la iglesias pentecostales clásicas, siguen utilizando las formas o métodos de la década del cincuenta o sesenta del siglo XX, e imperan las normativas o dogmas tradicionalistas de aquellas épocas, dando origen a un ambiente confrontacional, que a veces termina con la deserción paulatina de los jóvenes de nuestras congregaciones o jóvenes reprimidos y prejuiciados de antemano, debido a los anterior la diáspora juvenil se a crecenta día tras día.

¿Qué debemos hacer para conjugar todos los factores que impidan la diáspora juvenil? Se debe actuar con pragmatismo, teniendo cuidado de no mermar la Misión de la iglesia dada por nuestro Señor Jesús.

En primer lugar, preparar un liderazgo en todos los niveles: capacitado y con una madurez espiritual, que de evidencias de equilibrio e imparcialidad, sobre todo sin prejuicios.

En segundo lugar, adecuar la organización de la iglesia a los tiempos contemporáneos, para ir cerrando las brechas de las controversias generacionales.

En tercer lugar, educar, tanto a niveles horizontales como verticales, con el sentido de tener miembros más idóneos en las diferentes áreas de la iglesia.

En cuarto lugar, desarrollar proyectos y programas de acuerdo a los diferentes niveles con que se enfrenta la iglesia, que sean dinámicos y atrayentes, con sus respectivas evaluaciones periódicas.

En quinto lugar, transmitir el conocimiento de acuerdo a los principios bíblicos, nunca bajo el prisma de la tradición y el costumbrismo.

 Sin embargo, existe un problema ineludible, no todas las iglesias pentecostales viven o tienen las mismas realidades; tenemos que tener en cuenta que existen otros factores que inciden en esta diáspora juvenil; ellas tienen que ver con la cultura imperante en la comunidad, el contorno social, las oportunidades de vida que pueden estar al alcance de los jóvenes, el sistema de vida, etc. Los cuales deben tenerse en cuenta para poder potenciar y posteriormente desarrollar un programa en la iglesia, reconociendo que todos aportamos en el crecimiento de la iglesia de Cristo, y ninguno sobra en esta magna tarea.

Además, los jóvenes deben tener en cuenta, antes de efectuar sus críticas, sus propias capacidades, debilidades, y falencias; que deben desarrollarse en forma integral, para eso, deben conocer sus potencialidades, equilibrar sus falencias de acuerdo a los propósitos de sus respectivas comunidades, para eso:

En primer lugar, esforzarse en crecer en lo personal y espiritual, no solo deben exigir responsabilidades, sino también demostrar sus capacidades.

En segundo lugar, integrarse a las diferentes instituciones que tienen la iglesia de acuerdo a sus potencialidades, inmersa en una realidad de cambios, ser un participante y no solo un espectador.

En tercer lugar, participación activa en las diversas actividades de la iglesia, para que vayan desarrollando sus talentos o dones, con un real compromiso y disponibilidad hacia la comunidad.

En cuarto lugar, una fiel identificación, tanto con sus comunidades,  o su institución, o en las diferentes actividades que se programan y desarrollan en la iglesia. Un hombre sin identidad, es un ser vació, sin raíces, ni personalidad propia.

La confrontación generacional no es un camino adecuado; la antipatía hacia las actividades de la iglesia lleva a la derrota espiritual; la falta de identidad conlleva al fracaso en el camino de Jesús. Crecimiento, integración, participación, e identificación son las areas donde el joven debe trabajar con el propósito de equilibrar las relaciones  generacionales y permitir abrir los espacios que necesitan tan imperiosamente.

  
Juan Salgado Rioseco

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